¿Qué es...?

'Ghosting', la práctica en redes que destruye la salud mental de los jóvenes

Samuel Martínez

Cuando el escenario para el coqueteo, la galantería, la seducción y, en definitiva, la conquista era —solo— la plaza del pueblo, el ghosting era difícil de practicar. Lo tangible de la interacción entre dos personas que se conocían a través de un amigo, de un pariente o en la barra del bar que frecuentaban volvía muy difícil que una de las dos partes decidiera, de pronto, esfumarse sin dejar rastro. “Adiós muy buenas, ya no me interesas”. En cambio, ahora que el ligue tiene mucho de digital y cada vez menos de Lauren Bacall y Humphrey Bogart, ahora que Instagram y Tinder son la arena donde proliferan las nuevas formas de seducción, siempre a golpe de esbeltas fotografías y comentarios que se pretenden ingeniosos, el terreno para el ghosting es fértil hasta el punto de que, según un estudio de la Universidad Western Ontario publicado en 2018, el 65% de los encuestados reconocieron haberlo practicado, y hasta un 72% dijo haber sufrido una desaparición fantasmagórica.

Esto del ghosting (ghost es fantasma en inglés) es lo que en España se ha venido denominando tradicionalmente una espantada en toda regla y ha existido siempre, pero el anonimato que otorgan las redes y, sobre todo, el hecho de que muchas veces las dos personas que interactúan no tienen entre sí más lazos que la propia conversación (ni amigos ni lugares en común) han puesto la práctica en boca de muchos profesionales de la salud mental. Por situar el término, la psicóloga clínica Francesca Román, directora de Centrum Psicólogos, define así el ghosting: “Es un fenómeno vinculado a las interacciones que se producen en las redes sociales. Cuando alguien hace ghosting... desaparece, corta todo vínculo y comunicación con la persona con quien interactuaba, termina con las llamadas y la bloquea en redes sociales”. Además, muy frecuentemente lo hace sin previo aviso y sin motivo aparente, lo que lleva a la víctima a “quedar esperando” y preguntándose “qué ha podido hacer mal”, toda vez que no ha recibido ninguna explicación.

“En los casos más extremos, las personas que sufren esta práctica pueden llegar a caer en depresiones”, afirma Román. “Algunas de las víctimas”, completa la psicóloga, “lo viven como algo muy traumático y sufren cuadros de ansiedad, pérdida de autoestima, inseguridad, sentimiento de culpa o pensamientos obsesivos”. Muchas veces, relata la doctora, que ha tratado algunos casos en su consulta, las desapariciones se producen de repente, incluso “se dan casos de que los interactuantes fijan una cita un día concreto a una hora concreta y, a pesar de que durante esa misma jornada se ha mantenido la normalidad en las conversaciones, uno de los dos no se presenta y no vuelve a dar señales de vida”. El ghosting, entonces, suele ser algo repentino e inesperado que produce un shock en la víctima que muchas veces le genera “miedo” a la hora de confiar, más adelante, en otras relaciones de pareja… “¿Me volverá a pasar lo mismo?”, piensan.

Entre el agobio y el perfil psicopático

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La otra cara de la moneda es el ghost. De la misma forma que no solo hay un tipo de víctima o, mejor dicho, que no todas las víctimas reaccionan igual, tampoco a todos los fantasmas los mueven las mismas motivaciones. La psicóloga separa, grosso modo, en dos grupos a las personas que ejercen el ghosting. Por un lado están los que “por vergüenza, por culpa o por miedo a la reacción del otro prefieren desaparecer antes que enfrentarse al ‘adiós’”. En otras palabras, el agobio que produce a este perfil de ghost el hecho de comunicar a la persona con la que lleva días, semanas o meses interactuando por redes sociales —o que, incluso, ya en persona— es tan insoportable que le lleva a cortar la relación de raíz sin dar explicaciones, por supuesto a sabiendas del daño y la incertidumbre que puede provocar.

Sin embargo, existe otro perfil más siniestro, menos comprensible. “Son los que lo hacen por empoderarse, por sentir que son poderosos y que tienen la capacidad de cortar una relación y de manejar los hilos de una interacción”, tercia Francesca Román. “Sin duda, se trata de un perfil psicopático”, apuntilla. En cualquier caso, los estudios al respecto del fenómeno reflejan que la mayor parte de los casos se da entre los jóvenes menores de 30 años, aunque la psicóloga insiste en que “todo el mundo está sujeto a verse sumergido en un caso de este tipo”, más aun teniendo en cuenta la democratización de las redes sociales, cuyo uso se ha extendido a prácticamente a todos los grupos de edad.

Tinder es la nueva plaza del pueblo, el nuevo bar al que se va a buscar el amor, la compañía y el sexo; o cuando menos comparte protagonismo con esos escenarios. Los tiempos cambian y los foros para encontrar pareja también. Lo que no cambia, no obstante, es “la poca empatía” que tienen algunos cuando el interés o el agrado se desvanecen. A las pacientes que ha tratado la doctora Román les recomienda más cautela a la hora de conocer a alguien por redes sociales, que no se ilusionen demasiado pronto y que no focalicen todas sus conversaciones en un solo contacto hasta que no tengan claro que es de fiar. El Tinder es como un bar, pero sin ese camarero o camarera de turno que te invita a una copa si te dan plantón, o si te hacen ghosting.

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