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Merkel, la superviviente

Merkel en un acto de campaña en Schwerin, en el norte de Alemania, el pasado martes.

Pilar Requena

Nadie podía imaginar en 1990 que aquella mujer recién llegada a la política, de aspecto algo desaliñado y poco ducha en relaciones públicas, portavoz del primer y último Gobierno elegido democráticamente en la antigua República Democrática Alemana (RDA), estaría, 27 años después, camino de superar al frente de la cancillería alemana al inolvidable Konrad Adenauer e incluso de igualar a su padre político, Helmut Kohl. Muchos todavía se preguntan cómo ha sido posible que das Mädchen, la chica, como Kohl llamaba a Angela Merkel, se haya convertido en la mujer más poderosa del mundo. Discreta, trabajadora, disciplinada, con fuerza de voluntad, austera incluso en el vestir, falta de carisma pero sin vanidad, ha sido subestimada por muchos a lo largo de su carrera. En un principio no fue más que una parte de una cuota en el primer Gabinete de la Alemania unificada, mujer y del Este, para ocupar el Ministerio de la Mujer y la Juventud. Pero la doctora en Física, protestante y crecida bajo un régimen comunista, aprendió rápido y supo estar en el momento justo en el lugar adecuado para terminar convirtiéndose en la Mutti, la mami, de Alemania. En la RDA probablemente desarrolló ese arte de la supervivencia, caracterizado por los silencios, la indecisión y la astucia, ese estilo de ejercicio de poder que el sociólogo Ulrich Beck bautizó como merkiavelismo y que tan buenos resultados le ha dado.

Sorprendió a todos cuando, en 1999, rompió el hilo umbilical con su padre político y se plantó ante Helmut Kohl por el escándalo de las cuentas secretas de su partido, el democristiano CDU. Pidió a la formación públicamente que se separara de él. La mayoría de los barones no la querían pero las bases vieron en ella a su salvadora cuando la CDU se encaminaba al abismo. Angie, como la apodaron cariñosamente, se convertía el 10 de abril del año 2000 en la presidenta de los cristianodemócratas. Fue apartando de su camino a sus rivales. En 2005, ganó por la mínima, pero ganó, ante el socialdemócrata Gerhard Schröder, un carismático animal de la política. Terminó al frente de la primera Gran Coalición con los socialdemócratas. Pocos imaginaron entonces que casi 12 años después seguiría en el poder.

Continuó en la estela de la Agenda 2010, que le había costado la cancillería a Schröder y a sus aliados verdes, y supo aprovechar los frutos de esas duras reformas a las que no era contraria. De esa primera Gran Coalición salió fortalecida y en las elecciones de 2009, aunque el resultado fue peor que en las anteriores, dejó a los socialdemócratas hundidos, a 10 puntos. Volvió entonces a la tradicional coalición con los liberales del FDP que obtuvieron un gran resultado.

Merkel había fagocitado, pues, a los socialdemócratas que seguían pagando la Agenda 2010 con la que Alemania había conseguido salir de la grave crisis de principios de siglo. También los liberales saldrían baldados de la alianza con Merkel. En las elecciones de 2013 no consiguieron, por primera vez en su historia, entrar en el Bundestag. Algunos empezaron a llamar a Merkel la viuda negra. En 2013, el candidato socialdemócrata, Peer Steinbrück comenzó bien y con ventaja, incluso se pensó en el final de la canciller. Pero, con el lema “Ustedes me conocen”, Merkel acabó convirtiendo a Steinbrück en otra de sus víctimas y condujo a su partido a una gran victoria con casi el 42% de los votos. La Gran Coalición volvía a ser la única salida. Los socialdemócratas del SPD, curados de espanto, a sabiendas de que eran un socio muy disminuido pero necesario, se vendieron caros. Merkel cedió a algunas de los principaes demandas del SPD, como el salario mínimo o la doble nacionalidad.

Apropiarse de las propuestas de otros

Para entonces ya había dado uno de esos giros políticos, que tanto critican sus detractores. Su negativa inicial al cierre de las centrales nucleares, decidido por la coalición rojiverde, se convirtió tras la tragedia de Fukushima en un sí al abandono de la energía nuclear y a la transición energética. Si alguien pensó que le iba a pasar factura electoral se equivocó. Su olfato no la había engañado. El abandono de la energía nuclear, la jubilación a los 63 años, la cuota para las mujeres, la ley de doble nacionalidad, el salario mínimo, el freno a los precios de alquiler, el matrimonio homosexual son medidas propuestas por otros partidos, pero que parecen obra suya.

Sus dos decisiones más controvertidas y emocionales, el abandono de la energía nuclear y la política de puertas abiertas durante la crisis de los refugiados del verano de 2015 con su Wir schaßeu das (Nosotros lo lograremos), las tomó en solitario, sin casi contar con sus socios europeos ni con sus compañeros de partido o de coalición. Las críticas todavía le llueven. Ella sigue convencida de que fueron correctas, aunque en el caso de los refugiados, que la ven como su salvadora, ha reconocido que no puede repetirse una situación como la de 2015.

Símbolo de seguridad, estabilidad, fuerza, prudencia y status quo, en su partido se ha impuesto la convicción de que no hay alternativa a ella. Y no la hay. Ella se ha encargado de que así sea. En su estrategia de modernizar a una CDU masculina, católica y renana; ella, mujer, protestante y del Este, la ha hecho más socialdemócrata y verde, dicen sus detractores, para los que ha dejado al partido sin núcleo central. Es otra de sus facetas: hacer política de un color y de otro, lo que enfada al ala más conservadora. Ahora puede gobernar con cualquiera y cualquiera con ella y en Alemania las coaliciones siempre resultan imprescindibles.

Con su modernización de la CDU dejó espacio libre a la derecha para la aparición de la populista de derechas, antieuropeísta y xenófoba AfD (Alternativa para Alemania), a la que, según sus críticos, dio alas con su política sobre los refugiados y su gestión de la la crisis del euro. Con todo, supo llevar el barco alemán a buen puerto en medio de la tormenta de las crisis económicas y financieras internacionales y del euro que asestaron un duro golpe sobre todo a las economías del sur europeo. Al frente de la Unión Europea, ante la continuada incomparecencia de Francia, asumió de forma reticente el liderazgo, pidiendo a sus socios del euro que hicieran las reformas que su país ya había realizado. Austeridad y ahorro fueron la medicina aplicada y las consecuencias para los más pobres son de sobra conocidas. Se convirtió, junto a Wolfgang Schäuble, su ministro de Finanzas, en el objeto de las iras y el odio de muchos ciudadanos en esos países. Apostó a la carta del poli bueno y el poli malo y el que ha salido peor parado ha sido Schäuble, al que

se acusó de querer echar a Grecia del euro.

Cedió siempre, aunque a veces en el último segundo -lo que ha tenido también efectos muy negativos- cuando el euro se acercaba al abismo. Ha sido una cesión sin poner en riesgo los intereses de Alemania y teniendo en cuenta a los votantes en casa que no quieren ser los paganini de los platos rotos de otros. Alemania ha salido beneficiada de un euro débil y de la política de intereses bajos aplicada por el Banco Central Europeo. Su boyante economía aunque moderadamente ha seguido creciendo, tiene superávit, un bajo o en la Unión Europea, ante la deriva del Brexit y el amenazante crecimiento de la extrema derecha en Holanda y Francia. De la tormenta europea ha salido también relativamente indemne y no parece que le vaya a pasar factura en las elecciones.

Angela Merkel, la muchacha del Este, fue vista de nuevo como la salvadora, esta vez de Occidente. The New York Times la llegó a calificar de “líder del mundo libre” tras la victoria de Donald Trump. Barack Obama reveló que su última llamada como presidente de Estados Unidos fue a la canciller alemana, en lo que se interpretó como su pase del testigo de la defensa de los derechos humanos y los valores occidentales.

Martin Schulz se desinfla

Su anuncio, en noviembre de 2016, de presentarse de nuevo como candidata a la cancillería, dio cierta tranquilidad y estabilidad en tiempos aciagos. No sabía entonces que el candidato no sería su vicecanciller, Sigmar Gabriel, con pocas posibilidades en las urnas frente a ella, sino Martin Schulz, que dejó la presidencia del Parlamento Europeo para enfrentarse a Merkel. Parecía que la jugada les iba a salir bien a los socialdemócratas. Schulz, jaleado por los militantes que quisieron ver la luz al final del túnel, se disparó en las encuestas. Merkel pareció no inmutarse, calló y esperó, y el fenómeno Schulz ha acabado desinflándose y, salvo sorpresa de última hora, Merkel le ganará por goleada. De nuevo, su olfato político parece no haberle fallado. Se auguraba una campaña muy reñida y animada e incluso sucia, pero es bastante aburrida.

Ni siquiera parece hacerle mella, al final, la crisis de los refugiados que la hizo perder popularidad y enfadar a sus socios europeos. El atentado de diciembre de 2016 contra el mercadillo navideño en Berlín y otros menores de corte yihadista tampoco han mermado sus posibilidades de un nuevo mandato. Para los alemanes ella ofrece más garantías que los socialdemócratas en seguridad que, junto a la estabilidad, son el mantra de los alemanes.Los antieuropeístas y xenófobos populistas de derechas de la AfD lo han intentado, pero tampoco van a sacar todo el rédito político que esperaban al terrorismo o a la crisis de los refugiados, aunque conseguirán entrar por primera vez en el Bundestag aunque con menos votos de los que se temía hace un año. Su deriva cada vez mayor hacia la extrema derecha les ha alejado de potenciales votantes.

Europa hasta ahora no ha sido un tema central en el debate electoral, aunque será uno de los grandes retos y desafíos para Merkel si gobierna cuatro años más. Se enfrentaba al abismo a principios de este año electoral. El triunfo de un casi desconocido pero europeísta Emmanuel Macron en Francia ha devuelto cierta calma a la Unión Europea a la espera del resultado de las elecciones en Alemania. Schulz y Merkel son europeístas convencidos, aunque con diferencias sobre las necesarias reformas para una Europa más democrática y social. El motor franco-alemán, imprescindible para el buen funcionamiento de la UE, ha regresado. La química entre Macron y Merkel funciona. Alemania respira tranquila al poder abandonar ese papel de liderazgo único que no le gusta. Si, como auguran los pronósticos, gana Merkel, habrá que ver si decide pasar a la Historia por dar el impulso definitivo para sacar de la crisis a una moribunda Europa y por hacerlo con más Europa ante el desafío del Brexit. A nivel internacional, tampoco lo tendrá fácil. Habrá de lidiar con Trump, Putin o Erdogan que pueden acabar amargándole su posible cuarto mandato.

Merkel sale del examen de estos 12 años de gobierno con nota alta frente al suspenso de muchos de sus colegas comunitarios que ya ni siquiera están. Ha aplicado la carta de sesgo más neoliberal fuera de casa y más socialdemócrata dentro. El balance en economía es muy positivo: casi pleno empleo, exportaciones boyantes, crecimiento y superávit. Pero no todos se benefician por igual. Hay una gran desigualdad social en Alemania y quedan pendientes el aumento de las inversiones públicas o la digitalización. En la crisis de los refugiados, se vio su cara más humana. Sus críticos la acusan de no haber pensado en las consecuencia e incluso de poner al país en riesgo cuando su obligación constitucional es protegerlo y defenderlo. Olvidan que su acogida es también un imperativo constitucional y moral.

Angela Merkel ha sabido nadar como nadie para sobrevivir a cuatro tsunamis: el financiero, el del euro, el de los refugiados y el de Fukushima. En estas elecciones promete pleno empleo y menos impuestos bajo el lema “Por una Alemania en la que vivimos bien y con ganas”. El 24 de septiembre sabremos si los alemanes le dan de nuevo su confianza. El capítulo de Angela Merkel en los libros de Historia sigue abierto.

La última encuesta antes de las elecciones reduce ligeramente la ventaja de Merkel

La última encuesta antes de las elecciones reduce ligeramente la ventaja de Merkel

*Pilar Requena es periodista y autor de 'La potencia reticente. La nueva Alemania vista de cerca' (Debate).*Este artículo está publicado en el número de septiembre de Pilar Requena

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