La seguridad, el hilo invisible que une la pandemia, Ucrania y la información Daniel Basteiro

Te envidio, Sandra Barneda. Te lo tenía que decir. Te veo en esa playa, sentada sobre ese taburete de madera, escuchando excusas más o menos armadas sobre por qué se ha cabreado con su pareja, o por qué lo que ha hecho ella no es tan grave como lo que ha hecho él, y pienso: “me encantaría que en mi día a día pudiera poner las caras que pone ella cada vez que escuchas una tontería más grande que la anterior, sorprenderme como se sorprende ella ante las excusas que personas adultas se ponen a sí mismos para pecar sin cargo de conciencia”.
Te envidio porque, a veces, la realidad es mucho más soez que lo que vemos en esos jacuzzis o en esas casas de ensueño frente a la playa. El espectáculo de tu programa es mejor que el que estamos viendo estos días en el mundo real, en la Casa Blanca desde luego. Al menos, en el tuyo, ver cómo le rompen el corazón a un chico mientras se hace los mil metros corriendo por la playa genera algo de empatía en el espectador. En nuestro caso, no hay empatía alguna en ver a dos tipos adultos, en el despacho oval, aclamados por una nube de periodistas mientras van diciendo estupidez tras estupidez. Y todo con un niño, vestido de adulto, aburrido de tanta pregunta y de tanta explicación sin sentido para intentar justificar lo injustificable.
Al menos en tu isla hay un final, sea el que sea. Unos se irán solos, otros u otras con nueva pareja y algunos olvidarán la infidelidad para volver a unirse, quién sabe. En éste, el final es tan incierto que da miedo vislumbrarlo. El mundo que conocíamos parece que se va al garete, tan fácil como esos noviazgos que se rompen en tu isla a la primera caricia o a la primera mirada.
En nuestro caso, no hay empatía alguna en ver a dos tipos adultos, en el despacho oval, aclamados por una nube de periodistas mientras van diciendo estupidez tras estupidez
Me das envidia porque me encantaría poder contarles a mis espectadores con tus mismos gestos de asombro lo que está pasando. Poner la misma cara de incredulidad que pones tú (mi hija, ya te lo digo, es fan de tus caras). Sería todo mucho más fácil de explicar así, sin añadir nada más. Porque cada día empieza a resultar más surrealista contar que dos señores han decidido repartirse un territorio para convertirlo en un resort. Especular sobre los escombros de una tierra que ha sido bombardeada sin piedad y bajo la que todavía hay muchos cadáveres sin recuperar. O cómo deciden acabar con una guerra que dura 3 años sin contar con el principal actor, el hombre al que han invadido y cuyo país ha soportado las bombas del otro. De Zelensky se han olvidado como Anita de Montoya en cuanto vio a Manuel.
Sí, me encantaría que alguien gritara “Montoyaaaaa” cada vez que Trump abriera la boca. Y que, quizás, el propio Montoya saliera corriendo hacia no sé muy bien dónde para escapar de tanta estupidez, para intentar ponerle fin como hizo él en esa carrera desesperada: intentar que su novia se diera cuenta de que aquel polvo le iba a costar muy caro.
Ojalá. Mientras, me tendré que conformar con verte sentada en tu taburete de madera, en la playa, impecable, guapísima, escuchando atentamente las excusas que los adultos nos ponemos a nosotros mismos cuando nos comportamos como idiotas.
Lo más...
Lo más...
LeídoLa ofensiva de Ayuso para manipular las 7291 muertes en residencias se vuelve en contra del PP
Marta Monforte JaénLa resistencia anti-Trump se organiza para boicotear Tesla en Estados Unidos
Alexis Buisson (Mediapart)Gutmaro Gómez Bravo: "Aunque asuman que fue un dictador, los jóvenes no ven a Franco como algo malo"
Natalia Ginzburg: vida y obra de una escritora
'Suya era la noche'
¡Hola, !
Gracias por sumarte. Ahora formas parte de la comunidad de infoLibre que hace posible un periodismo de investigación riguroso y honesto.
En tu perfil puedes elegir qué boletines recibir, modificar tus datos personales y tu cuota.