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Niños esclavos. La puerta de atrás

No sé si Hollywood tiene o no mucho glamour o si esa imagen que tenemos de la industria del cine es igual de fabricada que los decorados de las películas de los años 30, pero desde luego hay que ser muy valiente para dejar plantados a Ridley Scott o a Polanski y decidir un buen día dejar tu trabajo como productora en la meca del cine y lanzarte a producir, dirigir y grabar un documental sobre niños esclavos.

Es una realidad que nos pilla tan lejos, tan desconocida, que era complicado que Ana Palacios pudiera convencer a tanta gente para que creyera en su proyecto y aportara financiación. ¡Pero lo hizo!: estos días anda presentando su documental, exposición y libro sobre un trabajo que le ha llevado tres años, con varios viajes a zonas de Togo, Benín y Gabón, conviviendo con las ONG y comunidades que trabajan para lograr recuperar a esos niños, devolverles la infancia que les robaron. Sólo llevaba su cámara porque su idea era recoger en imágenes esa dura realidad: pero eran historias tan duras, tan reales, tan necesarias de contar, que acabaron convirtiéndose también en un documental.

En el mundo hay 152 millones de niños que son vendidos y tratados como esclavos. La mayoría tienen entre 5 y 11 años. Trabajan de sol a sol, en el campo, como porteadores o en casas de familias adineradas. La gran mayoría sufre abusos, son maltratados, atados como animales durante las noches para que no puedan escapar. Una infancia robada por gente sin escrúpulos. Los traficantes muchas veces son personas muy cercanas a las familias, amigos, familiares incluso. Saben que son gente sin recursos que están dispuestos a recibir unos pocos dólares a cambio de que se lleven a su hijo a un sitio mejor, a la capital o a otro país. Les prometen que les darán un futuro más próspero. Pero todo es una gran mentira.

Los pequeños no entienden lo que ha pasado: no son capaces de asimilar que su familia haya aceptado que ese señor se lo llevara un buen día y lo vendiera como si fuera un animal. No entienden por qué viven ahora con otro señor que los trata como a perros, que muchos días ni siquiera les da de comer, que les hace trabajar y que no les llama ni siquiera por su nombre. Y lo tienen: Leleng, 17 años, Amorce, 15 años. Niñas que ahora por fin logran contar su historia sin desmoronarse. Nunca hasta ahora se había documentado cómo es el trabajo de recuperación de esos pequeños. Ana Palacios se fue con su cámara a esas zonas y consiguió que le dejaran grabar todo ese proceso. ONG y misiones carmelitas y salesianas consiguen devolverles a esos pequeños su infancia. Cuesta meses lograr que hablen, cuesta semanas de paciencia infinita para que los pequeños acaben confiando en esos adultos. Un dibujo, un juego, una canción logra que abran por fin esa puerta de atrás y consigan recuperar su sonrisa. Es curioso porque la mayoría, cuando les preguntan qué quieren hacer ahora que han dejado de ser esclavos, piden ir al colegio. Quieren aprender. Quieren formarse, tener un oficio y ser de verdad libres.

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