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Podemos año uno: la furia y la búsqueda de equilibrio

Miguel del Fresno

Ante situaciones de crisis profundas las sociedades acaban por buscar siempre, de manera espontánea, alguna clase de equilibrio, aunque en esa búsqueda se pueda optar por vías inesperadas. Podemos ha supuesto la irrupción política más importante de las últimas décadas en España y, aún en eclosión como fenómeno social, queda lejos prever con claridad su potencial desarrollo.

A Podemos tiende a criticársele por lo que no es o no puede hacer o lo que no ha hecho, algo obvio de por sí. Más allá de centrar el análisis en las debilidades o fortalezas de sus líderes o propuestas, a favor o en contra, cabe abordar el impacto sociopolítico de Podemos como un fenómeno disruptivo por su capacidad de activación del vínculo hibernado entre sociedad y política. Un aspecto poco abordado, y más interesante, es comprender el porqué de la declaración de apoyo social sin precedentes a una formación sin estructura, sin historia y en constante definición ideológica, que ha pasado en 2014 de su fundación a que las encuestas la sitúen como potencial partido vencedor de unas elecciones generales. La pregunta más simple suele ser la más relevante desde el análisis político y social: ¿A qué corrientes y demandas sociales profundas está respondiendo, sea de forma premeditada o casual, Podemos? Algunas de las posibles respuestas son las siguientes:

Podemos parece estar funcionando como una suerte de agregador de la desafección y la ira sociales, como respuesta a la búsqueda de lo completamente diferente, de la imagen que un país percibe de sí mismo tras siete años de crisis. Podemos no parece proponer recuperar un equilibrio perdido, cuando la realidad de la época del crecimiento aflora con estupor social, sino una supuesta decisión colectiva sobre lo que queremos ser.

Podemos apela así, en su discurso más abstracto, al bien común, algo que el bipartidismo ha tendido a obviar en sus idearios a favor de un discurso económico convertido en una suerte de destino fatalista, como si la economía perteneciese a un orden natural externo a la sociedad y no fuera otra producción humana más. Un modelo económico y político impermeable a los problemas más serios (pobreza, corrupción, desempleo, deterioro de la educación y la sanidad, desahucios, etc.) después de haber rescatado a un sistema bancario especulativo, mal supervisado y mal gestionado. Al cuestionar ese determinismo económico, Podemos ha ido ganando una cierta ventaja ético-moral sobre el bipartidismo de cara a la sociedad. Y al ser la diana de intentos por crearles una biografía, un pasado, que evidentemente tienen pero que solo parece leve en comparación con la alarma social existente, Podemos se ha convertido en el arquetipo del retador, una suerte de David contra Goliat, contra el statu quo.

Podemos ha comprendido y usado las reglas de la comunicación social (la televisión, e Internet como el nuevo mass media) como fuentes de notoriedad y gestión de las percepciones. Algo que el 15M obvió por ingenuidad o desconocimiento (pretendiendo, por ejemplo, no tener portavoces), que conllevó su incapacidad de vertebrar un evidente descontento social. Podemos sí parece estar siendo capaz de materializar socialmente los problemas que afectan a grandes capas transversales del país aunque, al mismo tiempo, acapare el castigo al bipartidismo.

Podemos no sólo crea y difunde mensajes, sino que también ha logrado algo mucho más significativo: conectar el lenguaje y la percepción de la realidad de gran parte de la población por medio de metáforas o enmarcados lingüísticos eficaces (casta, candado del 78, mayoría de edad, etc.). Así, se conecta lenguaje con percepción y aparece una forma de comprender lo que sucede que acaba por tomarse como verdad. Al activar una forma de lenguaje, al comunicar de modo diferente eligiendo el lenguaje adecuado con una fuerza de evocación automática, en definitiva, ha inducido a comprender la misma realidad de forma diferente.

Un potencial error entre las audiencias, en la búsqueda de ese equilibrio en tiempos de crisis antes mencionado, reside en confundir la señalización de los problemas con su solución. La evolución de la movilización y la opinión social indica que Podemos ha señalado los problemas con eficacia. No obstante, la ausencia de alternativas y soluciones reales desde el bipartidismo, además de la descalificación a Podemos en múltiples registros, ha permitido que el debate haya orbitado alrededor de la lógica del señalamiento de los problemas.

Podemos está protagonizando el debate de las soluciones casi en solitario, aunque sus mayores dificultades dialécticas han llegado –tras su autocomprensión como partido gobernante– de las preguntas más simples: ¿cómo va a gobernar? ¿cómo se va a hacer…? ¿cómo será el gobierno del pueblo? En definitiva, cómo pasar de señalar problemas a solucionar los problemas. El bipartidismo tiende a diluirse, según diferentes estudios, como el sujeto social identificado como parte de la solución, aunque mantenga el monopolio de la representatividad parlamentaria, también en creciente cuestionamiento. Los partidos políticos tradicionales no son percibidos como capaces de solventar el problema de la corrupción, porque una de las principales causas de la corrupción puede residir, en buena medida, en la financiación ilegal de esos mismos partidos, a pesar de todo, sobreendeudados con la banca.

Podemos ha ido capitalizando lo que se puede definir como superioridad moral poniendo en primera línea de debate los principales problemas sociales, aunque para establecerse socialmente deberá apelar a una mayoría moral más general, no sólo a la sociedad en riesgo sino también a las clases medias amplias, entre las cuales la clave va a estribar en si Podemos presenta mayor riesgo frente a permanecer instalados en la crisis viendo cómo se erosiona la calidad de vida y cómo la estabilidad cada vez es más parcial. Esto es, una disrupción política será más probable si las clases medias comienzan a creer que hay más que perder siguiendo igual que con un cambio incierto.

El bipartidismo puede optar por intentar seguir ganando tiempo con la crisis, proyectando hologramas renovados de brotes verdes, escudriñando las debilidades individuales de Podemos, o esperar que un gran nivel de descontento o desafección social no se trasladen, al final, al sistema electoral. La auténtica ingenuidad política consiste, hoy por hoy, en creer que todo va a continuar igual después de tantos años de crisis económica, financiera, política y social.

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En todo caso el problema no es hoy Podemos, y está por ver si puede llegar a ser parte de la solución. Los problemas continúan siendo los que señala Podemos, y una parte, ya significativa, de la sociedad parece estar de acuerdo. El riesgo de desestructuración social se incrementa al prolongarse la crisis, con el deterioro de las condiciones de vida de más capas sociales y con el fatalismo económico sin respuestas. El bipartidismo puede no dar respuestas pero tendrá consecuencias sociales y, cuanto más se pospongan las soluciones, más riesgo habrá de ruptura de la cohesión social y de que en la búsqueda de equilibrio por parte de la sociedad se pueda optar por vías de riesgo.

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Miguel del Fresno es sociólogo y profesor de la UNED 

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