El último pensamiento

Un runrún ensordecedor recorre la patria: los engranajes neuronales se han puesto en marcha y una melodía fabril (como de martillos y motores flatulentos) asombra a los corresponsales extranjeros. Es el incomparable soniquete de las meninges de una nación acelerando al unísono: un himno concienzudo a la democracia representativa.

Quince días de matraca y uno de sosiego. ¡Mucho que digerir! No queda un ejemplar de la República en las librerías y los últimos tomos de la Política han salido de las bibliotecas entre empujones y mordiscos. Durante la mañana reflexiva, los bulevares estarán atiborrados de electores atribulados, enfrascados, al sol del mediodía, en sus lecturas de Hobbes y Maquiavelo. Un silencio meditabundo se ha apoderado de los parques y las avenidas. Sólo lo interrumpe el ocasional griterío de algún grupillo de exégetas que estudian, como talmudistas, las íntimas subordinadas de algún programa electoral.

Los Centros de Supercomputación de todas las provincias han programado una jornada de puertas abiertas y se espera que miríadas de ciudadanos se entreguen al frenesí estadístico y comparativo. La Junta de Credos ha emitido una directriz a sus ministros y religiosos, ordenándoles no alejarse más de cincuenta pasos de los lugares de culto que tienen encomendados. «Se intentará por todos los medios», ha declarado un señor con túnica, «evitar una escalada de zozobra y angustia existencial».

Un silencio meditabundo se ha apoderado de los parques y las avenidas. Sólo lo interrumpe el ocasional griterío de algún grupillo de exégetas que estudian, como talmudistas, las íntimas subordinadas de algún programa electoral

Por su parte, la Asociación de Decanos de Facultades de Filosofía ha habilitado una línea telefónica a través de la cual aturdirán a sus interlocutores con batallitas egomaníacas. Son fulanos con un riquísimo mundo interior. Solemnemente, han prometido repetir «resiliencia», «pensamiento crítico», «emancipación» y «aporofobia» tres veces por minuto. «La claridad es la cortesía del filósofo», ha dicho su presidente, un gafotas bigotudo. «Si es necesario, sacaremos a José Antonio Marina en procesión».

Queriendo contribuir al sosiego de los espíritus, ediles de buen corazón han iniciado una campaña de compra de votos, para descargar a los paisanos de la pesada carga de la responsabilidad política. ¡Benemérita iniciativa! «El sufragio está muy bien, pero… ¿y cincuenta euros?», ha vociferado un cargo socialista al que la Guardia Civil arrastraba esposado. Para tranquilizar a la escandalizada población, los partidos liberales aseguran que subastarán los derechos civiles entre las empresas del Ibex, porque está claro que «lo público» no funciona.

Los afortunados que sobrevivan al aluvión de infartos y patatuses de la temida jornada de reflexión (¡la purga!) podrán disfrutar de las votaciones domingueras. ¡La fiesta de la democracia! ¡El ring de la política civilizada! ¡La vichisuá de la Constitución! ¡El feldespato de las urnas!

Eso sí, al final de la tarde, el llanto y rechinar de dientes. El disgusto se lo darán gentes mejor informadas y más rigurosas. Servidor pliega aquí: por fin se ha acabado el alboroto electoral.

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