Reabrir heridas

La gerontocracia está de moda. ¡Subida generalizada de las pensiones! Aleluya. Las caderas protésicas cotizan al alza en las bolsas internacionales y Sonotone repartirá dividendos extraordinarios. Se acercan las elecciones y el Gobierno tira a lo seguro: gran homenaje para funcionarios y jubilados. Dos de cada tres compatriotas aplauden entusiasmados. «Viva el sistema, que somos nosotros», se escucha canturrear en las sucursales de la Seguridad Social.

Felicísima idea contentar, indiscriminadamente, a la generación del baby boom. Apenas han tenido todas las facilidades en la época de mayor bonanza que ha visto la historia de la humanidad: ya era hora de que alguien pensara en ellos. Para contener estos desmanes, la Comunidad de Madrid continúa su implacable oposición cantonalista. El vicepresidente Ossorio pidió que le trajesen un atril. «Si para reducir el despilfarro del Estado fuese necesario aniquilar a viejos indefensos, los españoles saben que pueden contar con nuestro gobierno».

Vale, no ha dicho eso, pero ha faltado poco. «Las familias ya lo han superado», así que no hurguen, no sea que se reabran las heridas. ¡Caramba! ¿Cómo no se les ocurrió esta treta a los defensores de Milošević? Son unos hachas, hay que reconocérselo: todo lo que no es ETA es reabrir heridas. Escoja sabiamente según el caso y huya hacia delante. ¿Los muertos de la guerra civil? Lo de las heridas. ¿La izquierda abertzale en su conjunto? ETA. ¿El 11M? Reabrir heridas de la ETA.

Me intriga cómo habrán comprobado que los deudos de tal o cual calamidad han superado la situación. No me extrañaría que tuviesen uno de esos fantásticos acuerdos de colaboración público-privada con la Cienciología para alquilarles un medidor de auras. ¿Tendrá Ayuso esa mirada inquietante porque logra ver el alma del populacho? ¡Iker, investiga, carajo!

La fiscalía a por uvas y los periódicos teniendo que partirse la cara en los tribunales para que les den unos datos que deberían ser de dominio público

A mí me pagan por tomarme las cosas a chufla, pero si les digo lo que pienso del tal don Enrique, y del resto de petimetres empeñados en escurrir el bulto de su gestión durante la pandemia, les juro que no hay magistrados suficientes en la Audiencia Nacional para instruirme el sumario. Para enmascarar el hedor de los muertos, de los ancianos inválidos abandonados a su suerte para que se asfixiaran sin hacer ruido, los medios afines y los columnistas moderados campanillean con la «gestión ejemplar» de la comunidad. «La hostelería y el libre comercio bien valen un funeral», proclaman desde la Puerta del Sol. La concurrencia, quitándose la espuma del bigote, levanta sus cañas de Mahou. Alegría y bravas con alioli, que la pena no genera riqueza.

Astutamente, los que pedían al Gobierno central que enseñase ataúdes y cadáveres embolsados no muestran demasiado interés en que se clarifique el exceso de mortalidad. Ni en Madrid ni en ninguna de las provincias del imperio, oiga. «¡Saldremos mejores, saldremos mejores!», se oye vociferar a algún consejero mientras huye de la prensa. Los grandes partidos por fin logran ponerse de acuerdo. ¡Viva el consenso! Mientras tanto, la fiscalía a por uvas y los periódicos teniendo que partirse la cara en los tribunales para que les den unos datos que deberían ser de dominio público.

¡Mira que preocuparse por algo que pasó hace ya dos años! Hagamos caso al señor Ossorio, que sabe lo que nos conviene mejor que nosotros mismos. Pensamiento positivo y bocata de calamares. En pro de la valiosísima concordia, todo olvido es poco: ¿es que acaso no hemos aprendido nada de nuestra ejemplar transición?

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