Muy fan de...
Aznar
José María Alfredo Aznar, nombre de galansote de culebrón y cuerpo de tronista. ¡Qué emoción verte reaparecer en la tele! Hacía tanto que no se te veía el pelazo por un plató... Nerviosita perdida me tuviste todo el día, con la nevera llena de post it, programadas todas las alarmas de las nuevas tecnologías para recordarme la hora de inicio del evento. Te confieso que salí de la ducha, a medio aclarar, para no perderme un minuto de tu performance, total, ya aclararías tú lo que hubiera que aclarar, menudo es usted, mire usted.
A cien por hora me latía el corazón al verte inmerso en esa hostil emboscada, sometido a las preguntas incisivas de los periodistas, sin amilanarte, con ese aire de enfado permanente a lo Clint Eastwood en Gran Torino: “¿Qué tramas, moreno?”, que en tu versión sonaba más a: “¿Qué tramas, Marhuenda?”.
Por supuesto, no me decepcionaste, el que es estrella, brilla, con o sin iluminación de Enchufes Correa. Plantaste –esta vez, simbólicamente– tus botas tejanas encima de la mesa y echaste un buen rapapolvos a tus chicos, como una madre encabronada: “¿Que no encontráis la solución a la crisis? ¡A que voy yo y la encuentro!”. Muy fan.
Y estando toda España más atenta a tu reaparición que cuando Félix Baumgartner iba a saltar desde la estratosfera, vas y sueltas el bombazo, sin mover el bigote –o lo que sea eso–: ¡A que vuelvo! Más de uno entró en parada cardiorrespiratoria y, al día siguiente, fuiste el notición. Amenazaste con regresar y, como decía mi abuela, “tembló el misterio”, si hasta Rouco se puso a buscar exorcistas en el INEM...
¡Cómo no vas a querer volver para rescatarnos, con ese aire que te gastas de “me duele la cara de ser tan guapo”!; con ese orgullo con el que te recuerdas a ti mismo, que lo bordaste cuando España iba bien; tan henchido de satisfacción recordabas tu paso por nuestras vidas que, por un instante, pensé que me había equivocado de cadena y estaba viendo Qué tiempo tan feliz... y que, de un momento a otro, Lomana y Marhuenda, cual triunfitos, iban a arrancarse a cantar por Mocedades: “Toda mi esperanza eres tú, eres tú, así, así, eres tú...”
Pero nunca faltan los cenizos empeñados en recordar que, durante tu mandato, la burbuja inmobiliaria se infló como un balón intragástrico que nos ha estallado en el estómago; ni esos que insisten en afearte que salieras en la foto del trío de las Azores, que parecía una portada de los Bee Gees, falsete incluido –¿eh, Durao Barroso?–. O aquellos que te sacan a relucir la lista de imputados-invitados al enlace de tu hija, que si el bodorrio se hubiera celebrado en Estados Unidos, el vídeo del banquete os lo habría regalado el FBI. Como si el resto de la ciudadanía no tuviera cosas que esconder en estos saraos... ¡Si yo he ido a bodas donde había hasta tunos!
Y encima va tu Mariano, el mismo al que lanzaste a la gloria con tu dedo de deidad, y se descuelga muy chulito con un: “Voy a mantener el rumbo” –como el capitán Pescanova, ay–. Y el que fuera tu ministro, Montoro, dice con media sonrisa que se deja las añoranzas para otro día, como queriendo parafrasearte: “¿Quién te ha dicho a ti, José María, los impuestos que tengo o no tengo que bajar?”. Y hasta el enorme Posada te despide en plan poético: “El tiempo es inexorable y las cosas se van para no volver”, así, cosificándote, como el que no quiere la cosa, qué descaro... A algunos sólo les faltó decir: “Gracias, José Mari, cuando necesitemos tu opinión ya te llamaremos.”
Tú tranquilo, que mientras la cola del INEM aumenta y, ni la Virgen de Báñez obra el milagro, a ti no deja de salirte trabajo. Se comenta que vas a asesorar a DLA Piper, el mayor bufete de abogados del mundo –los mismos que promovieron que te dieran la medalla de oro del Congreso de Estados Unidos–. Di que sí, picando alto, José María Alfredo, a ti España se te ha quedado pequeña. Suerte en tu nueva cruzada, aquí nos quedamos los demás, intentando olvidar el susto que nos diste el otro día, estamos trabajando en ello...