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El argumentario del próximo golpe

No es este un tiempo ideal de Paz, Amor y Buen Rollito. Y no me refiero a las festividades de la temporada, que aún nos queda por disfrutar la de Reyes Magos. Me refiero al tiempo político de España, este país plural y complejo al que siempre hay quien quiere reducir a la unidad, la unanimidad y la uniformidad del cuartel.

Es muy posible que, en cuestión de días, tengamos por fin ese Gobierno progresista de coalición que millones de españoles deseamos tras las elecciones de abril y noviembre del pasado año. Soy consciente de la correlación de fuerzas nacional, europea e internacional, y de ese Gobierno espero, pues, pocas cosas. Una es que frene el deterioro que han sufrido las condiciones de vida de las clases populares y medias durante los muchos años del PP. Otra es que defienda la dignidad de los votantes del PSOE, Unidas Podemos y las demás fuerzas que van a hacerlo posible.

No quiero que el Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se amilane lo más mínimo ante el intenso bombardeo que va a sufrir, que ya está sufriendo antes incluso de su nacimiento, desde las poderosas baterías mediáticas de la patronal, el cardenal Cañizares y el eternamente excitado Trifachito. Este es el Gobierno legal y legítimo que corresponde a la composición del Parlamento resultante de dos citas consecutivas con las urnas. No me gustaría que ofreciera la otra mejilla para que también se la abofetearan; me gustaría que devolviera golpe por golpe. Dialéctica, política, institucional y judicialmente.

No me incluyo entre aquellos que se dicen progresistas pero adoptan la agenda y el lenguaje de la derecha cual si fueran las Tablas de la Ley. En cuanto a la agenda, no tengo el menor problema en decir que hay asuntos que me preocupan más que el conflicto en Cataluña. La pobreza, la falta de vivienda, las listas de espera sanitarias, la violencia machista, la contaminación atmosférica y los desastres provocados por el cambio climático matan a diario a mucha gente en la España de hoy. En cuanto al lenguaje, me importa un comino que las derechas –y la izquierda acomplejada– llamen demagogia al hablar y escribir en román paladino.

La absoluta corrupción del lenguaje es hoy una asignatura troncal en la formación de cualquier líder de la derecha extrema y la extrema derecha. El fenómeno nació en el Estados Unidos de los años 1980, cuando unos gurús y propagandistas muy cínicos tildaron de revolución al conservadurismo de Reagan y Thatcher. Aznar lo importó a España y ahora sus cachorros Abascal, Casado y Arrimadas se proclaman adalides de la libertad. No se veía semejante desfachatez desde que el general Franco se jactaba de no meterse en política apoltronado en el Palacio de El Pardo.

Abascal, Casado y Arrimadas, tanto monta, monta tanto, no creen en otras libertades que aquellas que permiten al multimillonario serlo aún más a costa del resto de la ciudadanía y al nacionalista español colocar en su balcón la bandera rojigualda. Para todo lo demás, el cavernícola Trío de Colón prescribe las porras de los antidisturbios, las multas de la Ley Mordaza, las mazmorras de Torquemada y otros bien engrasados instrumentos del Estado autoritario.

Estos días, Abascal, Casado, Arrimadas y sus cómplices están empleando otro de los clásicos contemporáneos de la corrupción derechista del lenguaje: la de llamar fascista al antifascista, nazi a la progresista y así sucesivamente. En la cuenta en Twitter de un tal Teófilo Amores Mendoza, concejal ultraderechista de Cáceres, se ha llegado a proponer que Pedro Sánchez (llamado el felón) y su esposa (la felona) sean ahorcados y colgados boca abajo como Mussolini y Clara Petacci. Y, también en Twitter, Rosa Díez, que tiempo atrás decía ser socialista, ha emparentado la traición de Pedro Sánchez con lo que hicieron los nazis en sus campos de exterminio. En la lengua de Cervantes, al fanatismo de Rosa Díaz se le llama la fe del converso.

La lengua de Cervantes es maravillosa, para cada cosa tiene su palabra o expresión. Una cosa son los disturbios, otra la rebelión, otra la revolución, otra el separatismo, otra la desobediencia… En esta lengua –y también en las demás–, un golpe de Estado es el derrocamiento de un Gobierno por la fuerza, generalmente la de las armas. O sea, lo que hizo Napoleón el 18 de Brumario, lo que hicieron Franco y los militares del 18 de julio de 1936, lo que les salió bien a Pinochet y Videla en 1973 y 1976 respectivamente, lo que no les salió a Tejero y Milans el 23 de febrero de 1981… Un golpe de Estado tiene, por supuesto, su técnica. En primer lugar hay que lanzar una intensa campaña de satanización del Gobierno, para que una parte significativa de la población perciba el golpe como un gran servicio a la Patria.

Pues bien, las palabras y el tono de la campaña propagandística iniciada por las derechas españolas contra un Gobierno que ni tan siquiera ha llegado a formarse tienen un indudable tufo golpista. Según ellos, la situación de España es apocalíptica y Pedro Sánchez, un amigo de los etarras, un cómplice de los separatistas catalanes, un socio de los bolivarianos, un traidor en definitiva.

La traición de Sánchez, según el relato de las derechas, es doble. En primer lugar, haber pactado con Unidas Podemos lo que en realidad es un modesto programa socialdemócrata: actualización de las pensiones según el IPC, mejora paulatina del salario mínimo, intento de reducción de los precios de la electricidad y los alquileres, ligero incremento de los impuestos para aquellos que ganan más de 130.000 euros al año… Hace falta estar chalado para pensar que cualquiera de esas medidas es leninista, bolchevique o comunista. Pero para la oligarquía cuyos intereses defiende el Trío de Colón dejar de ganar un céntimo ya es el fin del mundo.

En segundo lugar, Sánchez ha cometido el crimen de dialogar y negociar con ERC, y eso solo ya es lo más diabólico que pueda concebirse. Lo estrambótico es que lo diga el casi extinto Ciudadanos, al que le gusta llamarse centrista y defensor de la Transición, y no parece tener ni pajolera idea de que su admirado Adolfo Suárez pactó con Tarradellas el restablecimiento de la Generalitat republicana.

Por lo que sabemos, ese acuerdo del PSOE con ERC propone que un eventual acuerdo surgido de una mesa en la que se sienten los gobiernos estatal y catalán sea sometido a consulta popular en Cataluña. ¡Pues claro! Piensen antes de desenfundar: ¿no fueron consultadas las poblaciones afectadas por la decisión de que Andalucía accediera a la autonomía por la vía del artículo 151 (1980) y por la reforma del Estatut catalán de los tiempos de Zapatero (2006)? ¿Dónde está escrito que un referéndum solo pueda versar sobre la independencia?

Sigo con inquietud las elucubraciones de nuestras derechas. Como dije, las percibo como el comienzo del argumentario de un futuro golpe de Estado contra el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos. Un golpe que no sería militar como los del 18 de julio de 1936 y el 23 de febrero de 1981 –eso no es aceptable en la Unión Europea–, sino mediático y judicial.

Contando con tantos jueces y tribunales que militan con pasión en sus causas políticas, el Trifachito va a emplear a fondo la guerrilla judicial (lawfare), como anticipaba el otro día Ignacio Escolar. Fulgencio Coll, el general de Vox, ya ha señalado el camino en un artículo publicado en la edición balear de El Mundo. Coll, general jubilado y portavoz del partido ultraderechista en el ayuntamiento de Palma de Mallorca, presenta a Sánchez como “un problema para la seguridad nacional” y afirma que los “poderes del Estado” deben impedir su investidura si procede de algún tipo de pacto con ERC. Asimismo anuncia que Vox no descarta usar contra Sánchez la vía del artículo 102 de la Constitución, es decir, acusarle en el Congreso de "traición" para que termine siendo juzgado por el Tribunal Supremo.

Las derechas van a intentar tumbar al próximo Gobierno con todos los medios a su alcance, con todos y cada uno de ellos. Y van a interpretar como debilidad cualquier respuesta blandengue de su parte. Quedamos avisados.

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