¡Viva España proeuropea!

No solo nos hemos alegrado los progresistas españoles por haber frustrado lo que parecía más o menos inevitable, es decir, un Gobierno de coalición del PP con Vox. La noticia, aunque estemos todos con el aliento contenido hasta que veamos el desarrollo de los acontecimientos, ha generado un gran alivio también entre los europeos que defienden una mayor integración política del continente.

El peligro de involución en ese proceso de integración no proviene solo de la extrema derecha rampante, sino también de los conservadores teóricamente más moderados que, bien por estrategia electoral o por necesidad de pactos, están asumiendo los postulados nacionalistas del populismo ultraderechista.

Se entiende la magnitud del problema si se observa que países grandes como Italia y Polonia, y otros más pequeños pero también relevantes, como Hungría, República Checa, Suecia o Finlandia, tienen gobiernos con presencia de la ultraderecha, o condicionados por ella. Muchas de las decisiones que se toman en Europa provienen de mayorías cualificadas formadas en el seno del Consejo, que a su vez está formado por los gobiernos nacionales. La mayoría cualificada requiere el voto favorable del 55 por ciento de los Estados miembros, que representen al menos el 65 por ciento de la población de la Unión. Si el Gobierno español cae en manos de ultraderecha, la minoría de bloqueo estaría garantizada.

España podrá seguir promoviendo la integración y la hermandad europea, junto con Alemania, Francia, Portugal y los estados que no han sucumbido al populismo ultra, nacionalista, autoritario y negacionista.

Que los españoles hayamos pinchado la burbuja de una mayoría absoluta de conservadores y ultraderechistas, al menos de momento, es una excelente noticia no solo para los derechos de las mujeres, la prevención del desastre climático, la protección de las minorías, la igualdad y la libertad ajena a imposiciones dogmáticas. Es un regalo que hacemos también a nuestros socios europeos, porque España podrá seguir promoviendo la integración y la hermandad europea, junto con Alemania, Francia, Portugal y los estados que no han sucumbido al populismo ultra, nacionalista, autoritario y negacionista.

La Unión Europea es un proyecto esencialmente progresista. La Unión Europea es, de hecho, el espacio de derechos y libertades de mayor tamaño y de mayor alcance del mundo. Se alinea con principios que están en la tradición del pensamiento liberal e ilustrado europeo: el método científico y el predominio de la razón, la laicidad del Estado, la igualdad de oportunidades, la equidad fiscal, la protección de las minorías, la solidaridad con los necesitados, la paz y la cooperación internacionales… La Unión exige también renunciar a una buena parte de la soberanía nacional, para depositarla en órganos supranacionales también soberanos. Por eso no gusta la ultraderecha.

Es sabido que la política exterior tiene poca fuerza en las campañas electorales, generalmente más orientada por los asuntos domésticos. Por eso Europa no ha estado en la agenda política reciente. Pero conviene recordar que no es solo el daño que los filofascistas podrían hacer aquí en nuestro país censurando ideas y contenidos, aboliendo derechos, suprimiendo libertades; es también el freno que impondrían al sueño europeo que comparte una inmensa mayoría de los españoles.

Viva pues la España proeuropea, la que a la arenga de Giorgia Meloni, “ha llegado la hora de los patriotas”, opuso el “no pasarán” que se oía la noche del 23 de julio.

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