LA GUILLOTINA

Álvaro García Ortiz: caballero sin espada

Mr. Smith goes to Washington. En castellano, Caballero sin espada, una de las más emblemáticas comedias democráticas de Frank Capra, la hermosa fábula americana del ciudadano noble, ingenuo y generoso que, sin otro arma que la Constitución y alguna lágrima al monumento de Lincoln, conseguía que triunfase la democracia natural de las cosas contra el sugerido capitalismo y la mala política.

Somos una tragicomedia de Capra. En EEUU, Trump tensiona con cada decreto las costuras de la Constitución firmada por Washington, en ese pergamino viejo y apolillado que reverbera en todas las democracias. En España, donde el liberalismo político duró un suspiro, la democracia liberal observa la regla constitucional alemana, donde las cosas no se han salido de madre, mientras nuestro caballero sin espada, el Fiscal General del Estado, acaba de ser procesado merced al último auto del juez de instrucción de Flecha Rota Ángel Hurtado.

García Ortiz no tiene la lámina gentil de James Stewart ni debe esperar un final a lo Capra, convencionalmente justo, hasta que su caso llegue al Constitucional. Toda la degradación, erosión personal, desprestigio moral y profesional, chismes y mierda que ya se viene molturando sobre su persona y cargo, desde que Hurtado lo imputó, se acelerará e intensificará a partir de noviembre.

En la historia de la Fiscalía General del Estado, Conde-Pumpido, García Ortiz y Dolores Delgado conforman una Liga de la Justicia que ha atendido a cambios de época difíciles, épicos y ásperos. Encarnan la defensa del Estado de Derecho y las bases institucionales de la democracia liberal en España, un país en el que los liberales han sido una extravagancia, una extraña excepción desde que irrumpió en el siglo XVIII.

Álvaro García Ortiz se ha convertido en el caballero blanco de la democracia española. Quizá no era el fiscal que quisimos pero sí el que necesitamos. Su renuncia al cargo ante el asedio del juez Hurtado y los ataques de Alberto García Amador no dejaría de ser una concesión a los delincuentes. La tarea de García Ortiz es resistir e investigar. Demasiados procesos en una fiscalía que podrían hacer caer nuestra democracia. Tengo la convicción de que el Fiscal General del Estado resistirá unas cuantas primaveras, sin necesidad de dejar en brazos de la suerte a un país que vive sus horas más oscuras.

Álvaro García Ortiz se ha convertido en el caballero blanco de la democracia española. Quizá no era el fiscal que quisimos pero sí el que necesitamos

El caballero blanco de la Fiscalía General del Estado ha sido procesado a partir de un bulo. Los bulos son los limones podridos del periodismo exprimidos por Miguel Ángel Rodríguez y Alberto Núñez Feijóo. Cuando Hurtado afirma –muy dudosa e inoportunamente– que el FGE borró pruebas, se escucha un silencio en la izquierda y una enorme carcajada en la derecha. Dice Feijóo que García Ortiz debe dimitir por el buen nombre de la institución, pero se olvidan de Maza o de Moix y hasta Felipe González olvida cuando manifiesta que lo de dimitir le parece muy interesante.

La derecha de Marchena, al Fiscal García Ortíz le está haciendo la rueda, aunque vaya de jaba, poniéndole de muerto, de muló, tirando a zuzo. Al FGE le quitaron primero la espada de piedra de la Justicia y después intentaron despojarle de la espada del prestigio, luego le requisaron el móvil, le investigaron los bajos, le colocaron cepos, le retrataron de culo, le sacaron colmos, le marearon la oreja y le tiraron al blanco hasta que se les agotó la pólvora. Ayer Flecha Rota dio señales de batirse en retirada con la marca del procesamiento disparada desde las almenas del CGPJ donde Marchena va y viene como el puto amo. Y mientras tanto, el FGE no cae. Es lo que tiene la decencia.

A lo largo de este último año, la derecha ha puesto vuelta abajo la Justicia. ¿Qué razones personales, íntimas, misteriosas, indecibles, animan a García Ortiz a ser honrado? Aquí, en España, el honrado es siempre sospechoso. La decencia personal o profesional es poco de fiar en España, país donde se dice eso de «no te dejes llevar nunca por tu primer impulso: suele ser bueno». Hay los interesados personalmente en ponerle cremallera a García Ortiz, plumas y plumillas, políticos, policías, personeros de los ricos y tribunales de las aguas sucias. Pero hay también –lo que es peor– un odio popular, creciente y cultivado hacia el Caballero Blanco que, con su condición de ley, está denunciando por contraste nuestro oro bajo, nuestro ser perdidizo, nuestro culo gaseoso y nuestra moral de feriantes.

Lo dijo el maestro D'Ors: «En España, ser diferente es un pecado». García Ortiz es diferente porque cumple con la decencia, nada más, y éste es el país donde una parte de la Orden de las Togas acude a la oficina a no cumplir, a ver de qué color son las bragas de Begoña Gómez y así en este plan.

Aquí molesta el hombre honrado como molesta la honrá, pues su honra está poniendo de putas a las demás. Comprende uno, como cronista de la cosa, que la trilogía del crimen, Miguel Ángel/Alberto Quirón/IDA, tengan sus razones para odiar al Fiscal General. Lo malo es el odio sin razón que impulsa a Marchena, contagia al CGPJ y se extiende por todo el hemiciclo. El PP unió su destino a la Orden de las Togas y los analistas hertzianos (algunos) quieren poner al gentío contra el fiscal de Capra. Para eso les pagan. Pero es que al gentío, ya por su cuenta, el Fiscal General empieza a caerles guay, porque va teniendo razón en todo, y aquí somos muy de ir a caballo ganador. Que me lo digan a mí.

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