Plaza Pública
Para que la música siga sonando
Siempre queremos que suene la música y que no pare nunca. Que salga a las calles para tenerla cerca, que suene en los bares, que viva en las plazas, que nos desborde de alegría. Pero para que suene la música tienen que estar los que tocan, los que cantan, los que crean, en fin, los que la hacen. Y también tienen que estar los que escuchan, porque sin ellos no habría música. Cantar, bailar, tocar, son actividades que desde el inicio de los tiempos han servido para unir a la gente, para crear grupos, identidades comunidades en un entorno lúdico para compartir una experiencia vital.
Para que siga sonando tiene que hacerse en un entorno orgánico y saludable, en el que no se le considere una molestia, un estorbo. Que no sea un problema de orden público para ser patrimonio vivo de nuestro espacio. Que su práctica sea respetada y que respete la diversidad de sus expresiones. Que leyes defectuosas y políticos interesados no impidan su desarrollo natural, que sea independiente para poder ser diversa y creativa. Que aporte a la sociedad el espíritu para ser crítica y combativa con la injusticia y las desigualdades.
Que se dignifique a todos aquellos que la transmiten, ya sea creándola, interpretándola o gestionándola de forma independiente y que se respeten sus derechos como trabajadores, ya que sin ellos no sonaría. Proporcionar a los músicos un lugar seguro en el que poder hacer lo que mejor saben, aquello a lo que han dedicado toda su vida, que se reconozca ese trabajo que no es un hobby, aunque el sistema actual se empeñe en mostrarnoslo como tal. Que nunca más a un músico le cueste dinero ejercer su profesión, que se pongan los medios para que las condiciones de trabajo sean las justas para un desarrollo digno de la actividad.
No podemos pretender tener un futuro en la música si la precarización es el leitmotiv que más se repite en esta ópera, una ópera rancia con demasiado público adinerado en sus palcos. Tenemos que escribir una nueva para un teatro sin distancias, sin alturas y sin fosos que nos separen entre nosotros y nos separen de la música. Que no haya élites, que no haya músicas privilegiadas que reciban más atención de las administraciones que otras, que cualquier forma de expresión válida tenga la posibilidad de acceder a cualquier impulso que considere necesario.
Que defendamos nuestro patrimonio musical, porque es parte de nuestro imaginario, de nuestra fiesta, de nuestra memoria. Que no permitamos que se diluya entre la indolencia y el desinterés. Necesitamos lugares en los que disfrutar de aquello que otros hicieron antes que nosotros. Nunca tendremos la posibilidad de continuar esa gran obra si no se conserva y se le da la importancia que necesita.
Que se pongan los medios suficientes para que aquellos que quieran hacerla como afición tengan la posibilidad de tener momentos y lugares para cantar, tocar, bailar, componer, interpretar, vivir la música desde dentro. Que puedan compartir experiencias con profesionales generando un entorno de base que es el fundamento de una escena musical rica capaz de llenar mapas con puntos de encuentro en los que poder cantar estribillos, los que cada uno desee cantar.
Y, sobre todo, que haya un público. Gente que quiera escuchar, bailar y cantar con ellos. Gente que valore la música porque la conoce desde que se la enseñaron desde la educación primaria como herramienta viva y creativa. Porque no hay mejor manera que conocer la música tal y como es, compartida como fiesta. Y que quien quiera a partir de ahí profundizar, que tenga la posibilidad de un camino hacia la profesión enriquecedor. Un trayecto en el que se encuentre docentes que amplíen su conocimiento, que le aporten la seguridad de que la música que haga llegará tan lejos como él quiera. Que pueda adentrarse en un universo en el que haya un espacio para todas y todos aquellos que quieran comunicarse con aquel público que quiera escucharlo.
Que la música esté cerca, que las ciudades llenen los barrios de música para que no haga falta desplazarse al centro para disfrutarla. Que se unan las voces cercanas y que se sumen cuerpos de aquellas y aquellos que antes no se conocían. Que se facilite el acceso y que los creadores reciban su gratificación justa por ello. Que existan entidades de gestión de derechos que defiendan todos los derechos de los creadores y los artistas, no solamente los económicos. Que la música se desarrolle dentro de una industria viva y creativa que no solamente piense en el beneficio económico a corto plazo sino en impulsar una escena abierta, libre e independiente en el que cada artista tenga la capacidad de decir lo que quiera, siempre que haya alguien que le escuche.
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Que la música sea herramienta de cambio, de despertar, de independencia. De sorpresa continua, de impulso a la acción. Por eso hacen falta voces, instrumentos e imaginaciones para que nadie se sienta solo. Pero para que la música siga sonando tenemos que empujar todos, tan fuerte como podamos, porque la música es parte nuestra. Si dejara de sonar, quedaría el vacío y dejaríamos de estar vivos. Por eso su defensa es nuestra obligación, como músicos, como espectadores, como escuchantes, como danzantes, en fin, como ciudadanos.
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José Sánchez-Sanz. Compositor y miembro del Área Estatal de Cultura y Comunicación de Podemos.