El fuego es una manera tan buena como cualquier otra de matar a la gallina de los huevos de oro

Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y de los bomberos cuando arde el bosque. No sé bien si alguna vez tuvimos remedio, pero ahora no: en estos tiempos se vive para el presente y no podía ser de otro modo cuando la ambición es el motor que mueve el mundo y se vive para hoy sin pensar en las consecuencias ni de nuestros actos ni de nuestras omisiones: el que venga detrás, que arree, dice el proverbio, y lo seguimos tan a rajatabla que somos el único ser que destruye su propio hábitat y hacemos cosas tan raras como ir a buscar agua a la Luna o a Marte a la vez que envenenamos los ríos de la Tierra, porque una cosa y la otra son buenos negocios para alguien.

Los incendios se comen este verano decenas de miles de hectáreas de vegetación, matan personas y destruyen bienes, arrasan con todo lo que se ponga en su camino. Y es evidente que ni las tareas de prevención bastan ni las plantillas forestales y de bomberos son suficientes, y eso que España cuenta con más bomberos que la media de la Unión Europea, con algo más de cuarenta mil. Pero faltan hidroaviones, faltan bocas de riego, sistemas de almacenamiento del agua que se deja perder en invierno y podría salvarnos en verano. Nos entregamos a la tecnología, que está muy bien, y ya no hay torres de vigilancia en las dehesas, igual que antes, pero la cuestión es que las llamas siguen avanzando por Castilla y León, Tres Cantos en Madrid, Tarifa, Ourense, Zamora, Valencia, Toledo…

La lucha política también está ahí, y eso equivale a decir que en esto, lo mismo que en todo, hay una dosis de hipocresía y otra de oportunismo. Los que en su momento consideraban innecesaria la UME, creada bajo el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, hoy exigen con voces de mercaderes en el templo que se despliegue por todo el país y se multipliquen sus efectivos y radios de acción. Por supuesto, se tiran la pelota unos a otros y las comunidades en manos del PP ocultan que las competencias en ese terreno son suyas, pero en todo caso ninguna autonomía, ni las de izquierdas ni las de derechas, aplica la ley de 2024 que daría a los bomberos forestales unas condiciones dignas y, por extensión, ayudaría a mejorar el servicio.

La naturaleza no les importa, solo el rendimiento económico que le puedan sacar

La plantilla de bomberos se queja de sus condiciones laborales en toda su extensión, tanto en lo económico, denunciando que cobran poco más de mil euros al mes y que, en algunos casos sus sueldos llevan congelados desde 2008, como en la falta de material y apoyo, que son insuficientes. La verdad es que ves a menudo la magnitud y extensión de las llamas y uno o dos aviones que van y vienen o un grupo mínimo de profesionales enfrentándose a un infierno y, a simple vista, parece clara la desigualdad insalvable ente el problema y la solución. Cuando se declaró la emergencia en Tres Cantos, los bomberos forestales de Madrid estaban litigando con el Gobierno regional y en huelga para protestar por su situación y el área que se quemó estaba excluida del plan contra los incendios de la Comunidad. Una de sus reivindicaciones es que se cubran las plazas que harían falta para hacerse cargo durante todo el año de las labores preventivas, que todo hijo de vecino sabe que salvarían miles de hectáreas.

Y tampoco parece que sirva para mucho el Centro Europeo de Coordinación de la Respuesta a Emergencias (CECRE), cuyo fin era establecer un sistema de protección y extinción continental. Como mucho, los aliados se mandan unos a otros un par de aviones, cubren el expediente y a otra cosa, mariposa.

Eso y que en un bosque quemado siempre se puede construir otra urbanización. La naturaleza no les importa, solo el rendimiento económico que le puedan sacar; pero deberían pensar que el fuego es una manera tan buena como cualquier otra de matar a la gallina de los huevos de oro: nadie quiere pasar sus vacaciones en un paraíso quemado. 

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