Recuerdos de La Hípica Luis García Montero

Se dice que en las películas de miedo, y sobre todo en las intrigas de ciencia-ficción, hay que mantener oculto el mayor tiempo posible al monstruo: así, cuanto más tiempo pasa, más horrible te lo imaginas y, probablemente, más parecido a tus propios temores, que son los que más acobardan porque saben dónde golpear: el talón de Aquiles puede estar en cualquier parte, incluidos la cabeza y el corazón. ¿Cómo será ese ser que nos acecha, cuando por fin aparezca? ¿Dónde está ahora mismo, de dónde va a salir? En un momento en el que parece que la candidatura del líder del Partido Popular a la presidencia del Gobierno tiene todas las papeletas para no acabar bien, es fácil imaginar que aunque de puertas para fuera su protagonista, Alberto Núñez Feijóo, se comporte con una energía que parece menos la de un aspirante a La Moncloa que la de un líder de la oposición –tal vez porque ya acepta que lo será otros cuatro años–, en su interior la pregunta que más le preocupe sea la última: ¿de dónde va a salir la criatura que lo pueda devorar, políticamente hablando? Y, sobre todo, ¿vendrá de fuera o está dentro? No hay enemigo más dañino que el que está en casa.
El PP no ha encontrado quien pacte con él, más allá de la ultraderecha que le hace de clavo ardiendo, y una parte de la formación apuesta por buscar apoyos entre los propios socialistas, probablemente porque algunos de estos les han dado razones para creer que están en sintonía con ellos en determinadas cosas, y sobre todo en el asunto catalán, que una y otra vez condiciona la agenda parlamentaria. El intento le añadirá suspense a la votación como le suma teorías a los titulares: ¿habrá tránsfugas y, si los hubiera, sería por causas morales o económicas? ¿Hablamos de razones de conciencia o de un soborno? Hasta que no acabe la película no sabremos si era un drama psicológico, una de espías o la adaptación de una novela negra.
España es como es, y serlo es lo que la hace tan especial. Igual es que hay quien debería leer un poco más y dejar que la belleza del euskera, el gallego o el catalán le entre por el oído, ya que no parece entrarles en la cabeza
Si Feijóo no le hace el recado que le mandó llevar a cabo el rey, que es quien le encargó la tarea de formar Gobierno, quedarán en evidencia tanto su partido como él, porque es muy duro que no encuentren avales, socios o al menos compañeros de viaje ni siquiera en su espacio ideológico, la derecha autonómica a la que, además, siguen dando con el mazo a la vez que le ruegan que les eche un cable, al cuestionar, por ejemplo, su derecho a hablar cada uno en su lengua en el Congreso. En lugar de utilizar ese improbable método de seducción, o me invistes o te embisto, deberían entender que no es un inconveniente sino una ventaja la riqueza idiomática de nuestro país, y que podemos enorgullecernos de la tradición literaria que la sustenta, que es una maravilla, en lugar de convertirlo en un problema. España es como es, y serlo es lo que la hace tan especial, lo que la vuelve única en el mundo. Igual es que hay quien debería leer un poco más y dejar que la belleza del euskera, el gallego o el catalán le entre por el oído, ya que no parece entrarles en la cabeza. ¿Qué tal un poco de poesía?
Si el fracaso se materializa, ¿de dónde le vendrá el peligro a Núñez Feijóo y quién le podría mover la silla? El nombre de Isabel Díaz Ayuso suena en todas las casas de apuestas. La duda es si en eso también sería la actual presidenta de la Comunidad de Madrid tan parecida a su predecesora Esperanza Aguirre, cuya influencia no parecía llegar más allá de Aranjuez, por así decirlo. ¿Será igualmente su alumna un fenómeno local o tendría posibilidades de llegar más allá? Su cercanía en aspectos esenciales a los preceptos de la ultraderecha le pueden aupar en la capital, por lo visto en las urnas, pero da la sensación de que no la hacen santo de la devoción de los nacionalismos a los que mira por encima del hombro y algunas de cuyas conquistas históricas pone en entredicho, tanto hablar de la unidad de la nación y de la necesaria igualdad de sus habitantes, y resulta que no paran de establecer diferencias entre ellos y de cuestionar su idiosincrasia.
Veremos qué pasa, si ocurre lo previsible o lo increíble y qué efectos tiene el resultado del combate, tanto entre los ganadores como entre los perdedores. Y si es lo primero, ojalá que el partido de la calle Génova aprenda, como mínimo, dos cosas: que con la ultraderecha no se va a ninguna parte y si se va es a solas, porque nadie la quiere de compañera, y que la democracia no consiste en ganar, sino en merecerse la victoria, no en sacar mayorías absolutas sino en alcanzar pactos y acuerdos con quienes lógicamente no piensan igual que tú, porque entonces no tendrían que ser otros ni tener sus propias convicciones. La palabra respeto siempre es importante.
El quinto párrafo: El juez de Vox pierde, el periodismo gana
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Hermosa desolación
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