Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
Qué ironía, se llamaba Antonio Famoso y sin embargo era invisible; o tal vez es que nadie le miraba, que para el caso es lo mismo. Los bomberos entraron el otro día en su casa de Valencia porque las lluvias de las danas habían provocado unas filtraciones de agua en la vivienda de abajo y al revisar el dormitorio encontraron su cadáver sobre la cama: llevaba quince años muerto, pero nadie le había echado de menos. Muchos de sus vecinos, algunos de los cuales dicen que “no le ponen cara”, creían que se habría marchado a una residencia.
Con Donald Trump ovacionado en el parlamento de Israel y la idea clásica de que incluso un mal acuerdo de paz es una buena manera de parar una guerra, a los setenta mil asesinados en Gaza tampoco los quiere ver casi nadie, al menos desde las alturas, otra cosa es a ras de suelo, porque el mundo de hoy es cruel y opta siempre por el borrón y cuenta nueva: miremos hacia delante, el olvido nos ayudará y seguro que en la reconstrucción de lo destruido hay un gran negocio en juego: “Empieza una edad dorada”, ha dicho el presidente de los Estados Unidos, a quien han vuelto a aplaudir con entusiasmo tras desalojar de la sala al diputado que durante su comparecencia triunfal le gritó la palabra genocidio, que empieza por g y debería acabar con Netanyahu en la cárcel. El jefe de la Casa Blanca ha pedido que se le indulte por sus delitos de corrupción.
¿A alguien de las altas esferas del poder le importan de verdad las personas que se llevan por delante las decisiones, omisiones e invasiones de sus colegas?
En España, los líderes políticos con tragedias a las espaldas –por ejemplo el horror de las residencias de ancianos de la Comunidad de Madrid durante la pandemia de coronavirus o la hecatombe de la dana en Valencia, también forcejean para quitarse de encima el peso de las víctimas, convertidas en un número que los sigue allí donde vayan. Los familiares de las y los fallecidos claman pidiendo respeto a su dolor y su memoria, también las de los asesinados por ETA, a quien últimamente tiene todo el día en la boca la presidenta Isabel Díaz Ayuso.
Y ya sólo nos quedaba por ver el regreso de Federico Trillo, otro de los figuras de los gobiernos de Aznar, dando lecciones de no sé qué mientras el fantasma del avión Yak 42 y los de sus tripulantes vuelan en círculos sobre su cabeza. ¿A alguien de las altas esferas del poder le importan de verdad las personas que se llevan por delante las decisiones, omisiones e invasiones de sus colegas a lo largo de este desdichado planeta al que habría que declarar en su conjunto zona moralmente catastrófica o el corporativismo está por encima de todo?
Es un panorama sin duda muy desalentador y que deja claro que ese refrán –en el fondo lleno de espanto– “el muerto al hoyo y el vivo al bollo” está más vigente que nunca: señal de que vamos para atrás. O no, que de perdones e impunidades sabemos mucho los españoles, que también le vimos esa mitad en sombra a la Transición. El precio de la paz siempre lo pagan los muertos, para los que no hay justicia porque no hay lugar en el futuro.
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