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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Tú ven a vencerme, que ya me divido yo sola

En medio del revuelo de Sumar, Yolanda Díaz y sus declaraciones sobre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, Unidas Podemos y el PSOE, el panorama electoral que se ve en el horizonte, las frases de la entrevista con Jordi Évole donde ella dice que el presidente es machista como todos los hombres y que el ex vicepresidente le dijo, medio en serio y medio en broma, que le iba a “joder la vida”… En medio de todo eso, que es de nuevo lo mismo otra vez, y mientras se oye al fondo el grito de guerra característico de la izquierda española a la derecha, “tú ven a vencerme que ya me dividiré yo sola”, me llama la atención una frase de Díaz: “Aquí se pide la unidad a torta limpia.” Posiblemente, la unidad y cualquier otra cosa, porque la política se ha vuelto zafia, el estilo tabernario aparece a menudo en el Congreso, el Senado, los parlamentos autonómicos y los plenos municipales, convertidos todos ellos en gallineros llenos de gallos de pelea, si se me permite inventar un trabalenguas que le haga de espejo a tanta crispación, a tanto ruido.

Lo cortés no quita lo valiente, pero sí que quita lo maleducado, y me temo que en una parte significativa de nuestros representantes, falta cintura y sobran bravatas, o si lo prefieren, y por poner el ejemplo que tanto citan y tan poco siguen: falta ese espíritu de la transición que se cita tan a menudo como paradigma de lo que debe ser un representante público y que no es otra cosa que alguien que ha decidido ponerse, al menos de forma teórica, al servicio de la sociedad en su conjunto, no de su partido, ni de sus electores en concreto, ni mucho menos de sus intereses personales: la democracia no puede ser egoísta, está obligada a ser solidaria, a buscar el plural por encima del singular, el bien común sobre todas las cosas, y en consecuencia lo que no sea eso, es antidemocrático. Así de fácil.

¿Se puede ser patriota y ser Jordi Pujol? ¿Se puede ser patriota y el rey emérito? ¿Se puede serlo y robar, blanquear o malversar, da lo mismo con qué bandera en la mano, roja o azul, con rosas o con gaviotas?

Prefiero los países a las patrias, porque me parece más humano el primer concepto que el segundo, y porque este da lugar a malentendidos y, más que nada, a tergiversaciones. ¿Se puede ser patriota y marcharte a tributar a Países Bajos, como dicen los directivos bañados en oro de Ferrovial, que primero se llevan las subvenciones y luego se van para no pagar aquí los impuestos que valdrían para hacer hospitales, ambulatorios o escuelas, para pagar a policías, bomberos o jueces, para construir embalses o carreteras? ¿Se puede ser patriota y recomendarle a las empresas de capital extranjero que no vengan a  invertir a España, como hace Isabel Díaz Ayuso, o ir a hablar mal de nosotros a la Unión Europea de la forma en que lo hace, una y otra vez, el líder del Partido Popular, Núñez Feijóo? ¿Se puede ser patriota y ser Jordi Pujol? ¿Se puede ser patriota y el rey emérito? ¿Se puede serlo y robar, blanquear o malversar, da lo mismo con qué bandera en la mano, roja o azul, con rosas o con gaviotas? Porque justificaciones tiene cualquiera, otra cosa es tener la razón o ser dueño de la verdad: puedes ser Putin, invadir Ucrania, construir un muro en el territorio ocupado y decir que es para defenderte de aquellos a quienes atacas; o puedes ser Laporta, pagarle millones al representante de los árbitros durante casi veinte años y defenderte con el argumento de que eso lo ha hecho toda la vida “el equipo del régimen.” Es decir, el Real Madrid. La pregunta es: ¿de qué régimen? ¿El de Franco, del malvado centralismo o algo así? Cuidado con encender el ventilador, que a veces el que lo puso en marcha se pilla los dedos.

También llamaban la atención otras declaraciones de Díaz, según las cuales “subir el salario mínimo no es una cuestión de derechas o izquierdas, se dirige a todo el mundo.” Deberíamos casi sonreír, ante la obviedad, y sin embargo no parece que sea algo tan evidente, porque no da la impresión de que ande tan descaminada su queja, al contrario, tenemos de continuo la impresión de que da en la diana. Sería mucho mejor una política en la que los acuerdos fueran posibles, como mínimo, en los asuntos sociales, los que afectan a los derechos fundamentales de las y los ciudadanos. Lo que vemos cada día, ahora mismo, es a una oposición que se opone a todo, que no está de acuerdo con ninguna medida y niega por tierra, mar y aire cualquier logro del actual Gobierno, aunque desde la cúpula financiera de la Unión Europea e incluso desde los órganos de control económico propios lleguen buenas noticias y las expectativas sean esperanzadoras. La respuesta, decir que unos están equivocados y otros mienten. No parece muy serio, pero es lo que hay: oratoria a tortas. Eso sí, a río revuelto ya se sabe qué pescadores van a ganar. Lo contrario de la unidad es la derrota.

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