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Buzón de Voz

Rajoy o la estatua perfecta

Alguna otra vez hemos recordado aquí algo que dicen que solía repetir Salvador Dalí: “lo mínimo que se puede pedir a una estatua es que se esté quieta”. Posiblemente, Mariano Rajoy le habría parecido a Dalí una inmejorable estatua. Ya pueden pedirle algunos dirigentes más o menos atrevidos de su partido que haga autocrítica, que rectifique el rumbo, que cambie de caras o de mensajes… en fin, que se mueva. De ningún modo. Todo eso para Rajoy consiste en “enredarnos en cosas que importan a 25”.

El hilo conductor de la estrategia política de Rajoy, desde siempre, es no hacer nada. Pase lo que pase. Digan lo que digan. Y habrá que reconocer que llegar a presidente del Gobierno haciendo de estatua tiene su mérito. El discurso que este martes ha hilvanado ante la Junta Directiva Nacional del PP, convocada por primera vez en dos años, ha sido un magnífico relato si se tienen en cuenta los intereses prioritarios de la estatua.

Empezó anunciando que iba a ser “obvio” (por si alguien esperaba grandes sorpresas). Y a continuación argumentó que “lo obvio acaba siendo lo real”. Fue el único pensamiento aproximadamente filosófico del discurso, porque dedicó el resto a la pragmática pura, es decir a contar a la dirigencia del PP lo que tienen que hacer y decir y cómo decirlo.

Un relato eficaz

“Conviene no distraerse de lo importante”, proclamó Rajoy. Sin más rodeos: el PP tiene que convencer a una mayoría del electorado de que hay recuperación económica y de que la única forma de consolidar esa recuperación es votar al PP. Si se logra eso podrá conseguirse el principal e indisimulado objetivo marcado por Rajoy: ganar las elecciones. Todas las elecciones que sea posible ganar este año: autonómicas, municipales, catalanas… pero sobre todo y por encima de todo las generales, que son obviamente las que más interesan a la estatua.

¿Cómo? Explicando por tierra, mar y aire, en papel o en televisión, por radio o vía digital, a ser posible a través de una pantalla de plasma, un relato muy sencillo. Uno de esos relatos que por su simplismo son considerados eficaces en la comunicación política. Más o menos es este:

      “Érase una vez un país al que un gobierno socialista había llevado prácticamente a la quiebra, dejando la economía al borde del rescate, una prima de riesgo disparada, un paro galopante, un déficit incontrolable... hasta que llegó el PP para aplicar unas medidas muy duras, incluso contradictorias con el programa electoral, que han supuesto duros sacrificios, pero que han servido para encauzar tres años después una recuperación en la que ya nadie habla de rescate ni de la prima de riesgo, ya se crea empleo… ¡Pero mucho cuidado! Para consolidar esa recuperación es imprescindible votar al PP y no volver a unas políticas que eran un 'disparate colosal' ni apostar tampoco por gente desconocida, poco fiable, nuevos partidos que van buscando candidatos por las cafeterías”.

Este es el discurso, casi literal. Lo era hace ya meses y lo sigue siendo sin mover prácticamente una coma. (Bueno, es nuevo eso de los candidatos y las cafeterías, que inmediatamente lleva a preguntarse en qué tipo de bares encontraría el PP a candidatos como Jaume Matas o Camps o Ricardo Costa o Francisco Granados o los tropecientos implicados en la Gürtel que rodeaban a Esperanza Aguirre…)

Lo que no dice la estatua

Si Rajoy admitiera preguntas o réplicas, en lugar de hacer monólogos vía pantalla de plasma, quizás alguien podría trasladarle algunas objeciones muy serias al relato, repleto de medias verdades, manipulaciones completas y gigantescos silencios.

Convendría recordar que España no fue oficialmente rescatada como país (sí lo fue parte del sistema financiero) sencillamente porque nuestra economía es la cuarta de la zona euro y su rescate habría significado el fin del euro. Convendría explicar que, aparte de los errores que pudiera cometer y cometió el anterior gobierno, desde mayo de 2010 seaplicó estrictamente la doctrina económica de la troika, que llevó a España y a otros países europeos al austericidio, una medicina que Rajoy ha continuado administrando con una virulencia más propia del doctor House. Y convendría casi gritar que la prima de riesgo y otras magnitudes macroeconómicas sólo empezaron a mejorar a partir del momento en que Mario Draghi desde el BCE cambió radicalmente de medicación antes de que el paciente agonizara, y proclamó (con el permiso de Alemania) que ponía en marcha una inyección de liquidez en las venas monetarias de la zona euro.

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Dicho de otra forma, Mariano Rajoy se ha comportado como una estatua al frente de un Gobierno capaz de ejecutar exactamente lo contrario de lo que había prometido: bajar impuestos, solucionar el paro, controlar el déficit, reducir la deuda, etc, etc. Porque el relato, aparte de lo discutible que resulta un engaño en términos éticos, está cojo por sus enormes lagunas: que la deuda pública ha crecido estos tres años en 300.000 millones hasta el 98% del PIB; que no se han cumplido los objetivos de déficit público; que el Fondo de Reserva de la Seguridad Social se ha reducido un 36%; que los salarios han caído para todos excepto para las rentas más altas; que hoy día hacen falta cuatro empleos para completar un sueldo o que 44 de cada cien parados ya no reciben ningún tipo de prestación.

La realidad importa poco si se dispone de altavoces suficientes para que cale el relato que el PP mantiene y que se completa con la inoculación del miedo. Así que en términos de comunicación política se trata de un relato posiblemente eficaz entre un electorado sensible todavía al refranero, a “lo malo conocido”, etc. De hecho, quizás el mayor error de Rajoy se produce cuando olvida hacer la estatua y se viene arriba: “el PP ha respondido a la corrupción con más rigor que nadie”, proclamó en el tramo final de su discurso. Y entonces parece imposible que la gente decente que ha votado al PP no piense en sus tesoreros imputados, en los sobresueldos de dirigentes o en los SMS de Rajoy a Bárcenas (¡qué oportunidad perdida de haberse mantenido estatua en lugar de teclear!).

P.D. Preguntarle a una estatua si tiene un plan de futuro, un nuevo modelo productivo para España o una solución al reto planteado desde Cataluña sería absurdo. Ganas de "enredarnos en cosas que sólo importan a 25".

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