Acierto en las políticas, falla la coalición

La cuestión de más calado que afecta a Pedro Sánchez y han sacado a la luz las elecciones andaluzas es si un gobierno son las políticas o su acción política. Dónde está la clave a por qué el Ejecutivo despliega medidas sociales cada semana y el apoyo no llega. Por qué la coalición está débil si hay menos bronca. Y en qué momento la derecha percibe que va ganando mientras la izquierda se desfonda. Porque ¿si las políticas están bien, dónde están los votos? Con un profundo desconcierto sin resolver, es pertinente preguntarse si una coalición puede tener éxito sin imaginario, proyecto e identidad. Si puedes evitar responder a quién eres, para qué sirves y volcarse únicamente en intentar resolver los problemas de la gente. Si el presidente y Yolanda Díaz pueden llegar con opciones a 2023 cada uno caminando por su acera evitando los choques.

La reacción del Gobierno tras la derrota andaluza está siendo acelerar las medidas anticrisis. Un despliegue de anuncios y propuestas tras un batacazo electoral todavía en caliente con cada ministro acelerando sus iniciativas y la natural carrera de reivindicación entre Moncloa y el bloque de Yolanda Díaz. Las políticas son necesarias y urgentes. Paliativos imprescindibles para ir sorteando la inestabilidad económica que afecta a toda Europa, con una crisis viva, en plena mutación, que obliga a modificar e intensificar la hoja de ruta sin descanso. De momento el rumbo parece el correcto. Con Rajoy, en 2012 se subieron todos los impuestos, no hubo un solo escudo social y se abandonó a los más vulnerables y a las clases medias, destrozadas por el paro y el precio de las hipotecas. En 2022, una crisis después, la batería de medidas sociales se va articulando según evoluciona la guerra en Ucrania y la inflación. De hecho, es excepcional un Consejo de ministros que no incluya en la agenda algún tipo de ayuda. 

El cheque propuesto por Yolanda Díaz de 300 euros para las familias vulnerables no es una ocurrencia; en Reino Unido llega a 8 millones de familias. El 5% de reducción de IVA en la factura de la luz no resuelve lo estructural, los beneficios millonarios de las eléctricas, pero alivia los recibos desorbitados de los más débiles o las propias pymes. Por fin, el Ejecutivo busca fórmulas impositivas a las grandes compañías energéticas. Los veinte céntimos de descuento en las gasolineras se destinarán a los transportistas y ya no irán al Ferrari. Toda una batería de medidas que compiten por ir mejorando lo anterior y diferencian una coalición progresista de la ausencia de propuestas de Feijóo, más allá de vaciar la caja pública de la recaudación. 

El post-19J ha mostrado con dureza las consecuencias del desgaste del bloque de investidura. Con un gobierno que atiende a la gente, arrollado por la urgencia, mientras se desdibuja el sentido de la coalición

Aun con las políticas, la coalición lleva desfondándose hace tiempo e intentando corregir con anuncios el deterioro entre los socios. Con un riesgo evidente, que ante la falta de visión conjunta a largo plazo, las medidas se perciban como una batería desordenada e inconexa de huidas hacia delante, de respuesta a la defensiva. Y todo, con una oposición en la carrera hacia las generales que solo actuará por derribo.

Si miramos atrás, el bloque de investidura servía a un imaginario de una España federal que al tiempo reconstruía los puentes volados con Cataluña. Lo contrario a la operación de las cloacas policiales de la mano del PP que ahora escuchamos en boca del exministro del Interior para empapelar a dirigentes independentistas. El bloque dibujaba también un arco de fuerzas de izquierdas con el objetivo de reparar el ascensor social y la brecha en un país cada vez más desigual. Y servía para hacer frente a la ofensiva cultural reaccionaria que golpea España, atraviesa Europa y ha dejado a Estados Unidos roto por la mitad.

El post-19J ha mostrado con dureza las consecuencias del desgaste del bloque de investidura. Con un gobierno que atiende a la gente, arrollado por la urgencia, mientras se desdibuja el sentido de la coalición. ERC lleva meses boicoteando la gobernabilidad. Jugando a la amenaza permanente, tumbando la reforma laboral (salvada gracias al error de Alberto Casero) y sustituyendo a la oposición en un camino pensado para Cataluña con el escándalo del espionaje Pegasus sin resolver. El PNV está descontento. Y Pedro Sánchez salva cada votación con un puzzle de apoyos de última hora. 

Así que es lógico que solo con las políticas, sin acción de gobierno, sin imaginario conjunto, se perciba que el Ejecutivo reacciona a destiempo. Alegan que, sumidos en la urgencia, no es fácil explicarse bien. Cuando lo fácil es analizar qué ha cambiado desde que la cosa iba mejor.

Como bien escribía esta semana Cristina Monge, las seis elecciones desde el inicio de la pandemia han demostrado que en tiempos de incertidumbre la opción elegida es aquella que genera seguridad. En estos años, no ha habido cambios de gobierno autonómicos, ha habido continuidad y refuerzo de las opciones conocidas. Los resultados de la opción de Yolanda Díaz en Andalucía han penalizado la bronca interna. Y tras las andaluzas, han vuelto los fantasmas de las guerras internas en el PSOE, con los barones remando de cara a su cita autonómica. Con un escenario económico inestable, que previsiblemente irá a peor, parece una apuesta más segura construir imaginarios y reforzar la apuesta conocida. Si el Gobierno no recupera el relato, si no dibuja el rumbo, si no explica por qué gobierna en coalición y por qué tiene que repetir en 2023, cualquier medida es probable que sea insuficiente. 

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