La dignidad laboral y la reforma política

"A mi trabajo acudo, con mi dinero pago...", escribió Antonio Machado en su Retrato, orgulloso de ganarse la vida como profesor de Instituto. Pagaba su traje, su pan y su vivienda. En estos versos late una convicción ética de primera magnitud: el buen trabajo es la raíz profunda no sólo de la realización personal, sino del compromiso con la vida en común.

Machado había comenzado a escribir en un tiempo movido por el esteticismo modernista y las invitaciones a la bohemia. El utilitarismo burgués produjo a finales del XIX reacciones líricas que defendían el extremo contrario, el valor de la inutilidad, la bagatela y la ornamentación retórica. Cuando Machado se presentaba en verso y con orgullo como un trabajador, tomaba una postura cívica inseparable de su conciencia democrática y republicana. Más allá de las mezquindades, los egoísmos y las mentiras, el espacio público es el lugar en el que deben ponerse de acuerdo los intereses personales y el bien común .

Se trata de una cuestión de estilo. El poeta debe cultivar su conciencia propia y su lenguaje personal, pero intentando que ese cultivo sirva para enriquecer el entendimiento en una lengua compartida. El realismo singular de Machado hizo que sus gotas de sangre jacobina se encarnaran en un lenguaje que no quería confundirse con una doctrina cerrada. Su negociación pretendía llegar a un acuerdo con los lectores, una emoción común . Como poeta y ciudadano, Machado fue, en el buen sentido de la palabra, bueno.

No hay mejor ayuda para la derecha que un tonto de izquierdas. Nuestros tontos son tan puros, tan puros, que sirven para dificultar cualquier progreso real

De la negociación entre la intimidad, lo privado y lo público nace la buena poesía. Los sindicalistas saben que de las negociaciones dependen las mejoras del trabajo, es decir, el verdadero progreso de la patria. El poema memorable sirve para emocionarnos, pero además deja al descubierto las trampas de la cursilería, el hermetismo y las retóricas huecas. La negociación memorable entre el Gobierno, los empresarios y los sindicatos para reformar la ley laboral mejora la vida de la mayoría social , protege contratos de trabajo más dignos y legitima la eficacia de los convenios colectivos. Pero, además, ha dejado al descubierto algunas cuestiones importantes.

La primera afecta a una realidad conocida porque se ha repetido mucho en nuestra historia contemporánea: no hay mejor ayuda para la derecha que un tonto de izquierdas . Nuestros tontos son tan puros, tan puros, que sirven para dificultar cualquier progreso real.

Pero hay, además, dos hechos que merecen atención: el verdadero juego que los nacionalismos políticos cumplen en España y la soledad desvalida de la derecha democrática.

Cuando la derecha española vio los resultados de las primeras elecciones democráticas en Cataluña, con una mayoría muy notable de los socialistas y los comunistas que habían soportado el peso de la lucha contra la dictadura, tardó poco en comprender que debía devolver a casa, lo antes posible, al presidente Tarradellas. El nacionalismo ha servido desde entonces para limitar los progresos de la clase trabajadora, confundir los debates políticos y facilitar los intereses neoliberales a la hora de desmantelar la sanidad y la educación pública. Creo significativo que el pacto entre derecha e izquierda, defendido en nombre de una gran coalición, fracase en el parlamento español, pero gobierne en Cataluña en nombre de la identidad independentista. El lema “todo por la patria” me sigue dejando mal sabor de boca. Hay nacionalistas que tienen de ezquer o de esquerra lo que yo tengo de arzobispo católico. Espero que los sacerdotes de barrio y las personas de izquierda tomen nota en las próximas elecciones.

Por otra parte, la soledad de la derecha democrática es grave para nuestra sociedad y el PP debería tomarse en serio sus reformulaciones. Los medios de información de derechas van por delante de él, acercándose a Vox con sus titulares crispados, sus bulos y su manipulación comunicativa. Los empresarios, sin embargo, se quedan por detrás y apoyan la reforma, pensando en el bien de sus propios negocios y en la economía del país. Que la derecha española no apoye una reforma acordada por los empresarios es un síntoma de malestar democrático tan grave y torcido como el endecasílabo al que le sobran dos sílabas o el soneto al que le faltan tres versos.

En fin, la buena política ha acudido esta vez con dignidad a su trabajo, llegando a acuerdos en beneficio del traje que nos viste, el pan que nos alimenta y la casa que habitamos. La suerte y los imprevistos han sido, por encima de las trampas, en el buen sentido de la palabra…buenos . Y me limito a decir buenos porque la poesía me ha enseñado a negociar conmigo mismo.   

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