Del Protocolo de la Vergüenza a la dana: la gestión que acorrala al PP Marta Jaenes

Los problemas en el acceso a la vivienda son ya la principal preocupación de los españoles. Hablamos de un problema que afecta de manera transversal a amplias capas de la población, especialmente a la más precarizada y con menos recursos, pero no solo, porque es una mancha que se extiende por toda la sociedad. Los problemas derivados de la vivienda representan el principal factor de fractura social y de desigualdad que desgarra y lastra proyectos vitales, que congela la formación de familias, que rompe los vínculos comunitarios y también amenaza a la economía y la productividad. La vivienda es la clave de bóveda que concentra todos los grandes males que sufre nuestro país.
La palabra crisis significa “separar” o “decidir”. Crisis es un término médico que hace referencia a ese punto crucial de una enfermedad donde todo se separa y se decide entre mejorar o empeorar, entre la vida y la muerte. Por eso es importante que, en momentos de crisis, se realice la crítica, es decir, el análisis de la situación para poder emitir un juicio y así establecer un criterio, esto es, un razonamiento adecuado para encontrar soluciones. Crisis, crítica y criterio comparten la misma raíz etimológica. Una crisis nos obliga a pensar y analizar para ofrecer un razonamiento que nos permita salir con vida.
Hoy, nuestro país vive una crisis de vivienda que requiere de una crítica y un criterio que nos permita salir airosos de la situación. La crisis de la vivienda no se debe, como pueden pensar algunos, a que no se deja operar libremente al mercado y se le ponen trabas, pero tampoco se debe, como piensan otros, a que el mercado tenga fallos que deban ser atendidos. La crítica es más estructural: el problema de fondo es un diseño de Estado que deja en manos del mercado una necesidad tan importante y fundamental como es el acceso a la vivienda. El dilema no es regular o desregular, no es intervenir o no intervenir; siempre se regula, siempre se interviene por activa o por pasiva. El problema es un Estado trabajando para beneficio del mercado.
Así pues, si el origen de esta crisis es política, la solución también debe ser política: si, como salida de la crisis, decidimos caminar hacia un país donde el acceso a la vivienda sea fácil, seguro y barato, el criterio a seguir debe ser convertir a la vivienda en un derecho. Sabemos que una política de vivienda exitosa no puede reducirse a una medida mágica que, por sí sola, sea capaz de resolver un problema poliédrico que abarca numerosos aspectos. Necesitamos pensar de manera holística para plantear el horizonte hacia el cual queremos caminar.
Si, como salida de la crisis, decidimos caminar hacia un país donde el acceso a la vivienda sea fácil, seguro y barato, el criterio a seguir debe ser convertir a la vivienda en un derecho
Cada pequeño paso que se da, cada medida que se propone, debe estar encuadrada dentro de una visión más amplia y de un modelo que defina claramente cuál es el papel de la vivienda en la sociedad. Las cosas se hacen con un sentido; esto es, con arreglo a un fin y a un modo de entender el orden social. Hay que invertir mucho dinero durante mucho tiempo, hay que legislar, hay que promover la colaboración público-social con asociaciones sin ánimo de lucro y de lucro limitado, hay que dotarse de instrumentos financieros, hay que regular los precios y hay que frenar las operaciones especulativas. Hay que hacerlo todo al mismo tiempo y por todos los medios.
El objetivo es claro: aumentar la oferta de vivienda pública, aumentar la oferta de vivienda protegida del mercado, y también garantizar la seguridad residencial en el ámbito del alquiler privado. Esto es un código binario: si hay especulación, no hay acceso a la vivienda, y cuanto más rentable sea la vivienda, menos asequible será. Se ha discutido mucho en torno a la regulación de precios en el alquiler privado; ya es hora de que se incorpore a la discusión pública la introducción de una modalidad de contrato extendido y normalizado en muchos países de nuestro entorno, como pueden ser Dinamarca, Alemania, Austria, Suecia, Suiza, Bélgica, Países Bajos o Finlandia: hablamos del contrato de alquiler indefinido. El verdadero alquiler seguro, el verdadero tranquiler. Todos estos países, ¿también son franquistas?
En cualquier caso, no se habla de reflotar la renta antigua, ya que el contrato indefinido no se puede heredar. Cada año, la renta se actualiza según el índice del INE, existen causas establecidas para que el arrendador, en el caso de ser persona física, pueda recuperar la vivienda, y si el arrendador invierte en reformar y rehabilitar la vivienda, puede llegar a subir el precio hasta un 20% como máximo, aunque dependiendo de la aportación hecha.
Con el alquiler ocurre algo similar a lo que sucede con el trabajo. Quienes consideran que se facilita la contratación bajando salarios, reduciendo la indemnización por despido y precarizando las condiciones laborales, entienden que es bueno que suban mucho los precios del alquiler y que la duración del contrato dure poco tiempo. En ambos casos, se apuesta por la inestabilidad, la incertidumbre y la inseguridad.
Un contrato indefinido de alquiler es una buena noticia por varias razones:
En primer lugar, un contrato indefinido de alquiler aporta tranquilidad, seguridad y estabilidad. Como todos sabemos, las subidas disparadas en el precio del alquiler se dan al finalizar el contrato; por ese motivo, cuanto menos dura un contrato de alquiler, antes se dispara el precio del mismo. La finalización del contrato es la principal razón por la que se producen rotaciones y mudanzas involuntarias, ya que la subida en el precio de alquiler hace inasumible el coste.
Esta inseguridad permanente e incertidumbre en el tiempo impide forjar un hogar, asentarse y hacer planes en el medio y largo plazo. Pero el contrato indefinido no solo le ofrece estabilidad al inquilino, también se la ofrece al pequeño casero al garantizarle ingresos continuados en el tiempo y una reducción de las rotaciones.
Pongamos que hablo de Madrid. Lo que le perjudica al pequeño casero es la política que coloca a Madrid a la cabeza de España en desigualdad de ingresos. Le perjudican las políticas que dificultan el acceso a la vivienda, donde ya 15 de cada 100 madrileños sufren retrasos con los pagos de gastos relacionados con la vivienda habitual. Le perjudican las políticas que abandonan y reducen el parque de vivienda pública para no ofrecer alternativa habitacional a los inquilinos precarios.
En segundo lugar, un contrato indefinido de alquiler es, de facto, una regulación de precios mientras se permanece en la vivienda. Estabilizar el precio permite aumentar el ahorro y la renta disponible de las familias y también ayuda a mejorar la economía. La estabilización de los precios y la certeza en el medio-largo plazo permite aumentar la capacidad de ahorro, que, a su vez, es uno de los principales problemas para quienes desean comprar una vivienda. También aumenta la renta disponible, es decir, aumenta el dinero en el bolsillo, ya que menos parte de su salario se acaba yendo por el sumidero de la economía rentista, lo cual ayuda a dinamizar la economía local porque ese dinero, en lugar de irse en el alquiler, se ahorra o se gasta.
En tercer lugar, el alquiler indefinido es un freno a las operaciones especulativas porque convierte a la vivienda en un lugar para vivir. Con un contrato indefinido, Ana Botella e Ignacio González no podrían haber vendido viviendas públicas a fondos buitre. No sería posible la operación de fondos buitre con las viviendas de protección en Torrejón o Getafe. No sería posible la operación especulativa del fondo del primo de Aguirre en Tribulete 7. ¿Y por qué no sería posible? Porque no se puede echar al inquilino para montar pisos de lujo, para montar viviendas turísticas o para doblar el precio del alquiler. La vivienda solo se puede usar para vivir en ella. Las personas físicas pueden recuperar la vivienda cuando quieran, dentro de los supuestos que establece la ley: para uso propio, para familiares, por impago o por uso indebido del inmueble.
En cuarto lugar, el alquiler indefinido cohesiona a la sociedad, genera barrio, construye comunidad y regenera los vínculos de la vecindad. Frente a las políticas disolventes de las ciudades, la política del arraigo y de echar raíces. El alquiler indefinido inaugura otra manera de habitar en el espacio, lo cual implica otra manera de ser en el tiempo. Habitar, habitación y hábitat comparten la misma raíz que significa perseverancia en el tiempo, hacer algo de manera reiterada: el alquiler indefinido permite hacer algo de manera reiterada en el tiempo sin miedo al mañana.
Nunca más una familia obligada a cambiar de colegio a su hijo porque se dispara el precio del alquiler, nunca más una mudanza involuntaria, nunca más barrios sin vecinos, nunca más consumir ansiolíticos por culpa del alquiler, nunca más dejarte el sueldo en el alquiler. Una pequeña modificación normativa supone un gran cambio en la vida de la gente: no cuesta dinero, es una cuestión de voluntad política y solo encuentra un opositor: quien pretenda especular de manera obscena con la vivienda. Funciona en media Europa, y hay que preguntarse: ¿por qué no puede funcionar en España?
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Jorge Moruno es sociólogo por la UCM, diputado de Más Madrid y portavoz de Vivienda.
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