Ideas Propias

Malicia

Baltasar Garzón Ideas Propias.

"¿Acaso me he alegrado en la destrucción de mi enemigo, o me he regocijado cuando el mal le sobrevino? No, no he permitido que mi boca peque pidiendo su vida en una maldición."

Job 31:29-30

La malicia se define formalmente como la intención encubierta con que se dice o hace una cosa para beneficiarse en algo o perjudicar a alguien. Con la experiencia que nos va dejando el inexorable paso de los años, puedo decir que, aplicada a la política, la malicia incluye el ánimo de demolición manifiesto hacia el oponente y el uso de cualquier método, incluida la falsedad, para conseguir tal objetivo. Una finalidad que puede resumirse en los ámbitos de pelea de partidos, en el clásico “quítate tú que me pongo yo”, con independencia de que sea mejor o peor, de que se precise o no.

Cito el ejemplo de un reciente estudio del CIS que señala cómo el tirón de Ayuso y la gestión de la pandemia fueron los factores que llevaron a su triunfo en Madrid. La campaña fue sin duda una cáscara vacía de contenidos y focalizada en grandilocuentes palabras, gestos y lugares comunes. La estrategia fue abrir los bares, no hacer cierres perimetrales, confinar sólo barrios pobres, enfrentarse al Gobierno central en cada decisión y desmarcarse del resto de comunidades autónomas, un ¡no! rotundo a las restricciones, una categórica determinación de cuestionarlas de forma sistemática bajo el título de ¡sí a la libertad! sin importar la tasa de incidencia ni menos la de mortalidad. Dijera lo que dijera el Gobierno, ella se oponía; votaran lo que votaran las demás comunidades, ella votaba lo contrario. Es evidente que, tras el éxito electoral, Díaz Ayuso sigue en campaña, y, a medio y largo plazo, sabedora de que ya cuenta con la bendición del expresidente Aznar, esta será su línea de actuación. “Adonde voy me preguntan por ella”, ha dicho él no hace mucho, dejando entrever sin contemplaciones que no le preguntan por Pablo Casado, condenado a la irrelevancia por el todopoderoso José Mari. La malicia, aquí, tiene que ver con asestar una puñalada al otro, suave, sutilmente, para que el daño inferido al contrario redunde en beneficio personal.

Mayores olvidados

Poco nos deberían importar estas traiciones y batallas campales entre egos inconmensurables, si no fuera porque en el camino, como víctimas colaterales de esta macabra contienda, han quedado enterrados en el olvido miles de mayores fallecidos en las residencias madrileñas, donde la gestión de la comunidad durante la pandemia se caracterizó por el abandono e incluso por la denegación expresa del derecho a una oportunidad de ser atendido en un hospital y tener la opción de sobrevivir. Horroroso, indignante y propio de la desafección que exudan por todos sus poros estos mal llamados líderes. Solo algunos tienen derecho a la atención sanitaria necesaria para tener la oportunidad de vivir y los otros no, y quien lo decide es quien, además, fija las condiciones y se aprovecha del resultado. Algo no solo malicioso, sino macabro. Frente a esto no hay excusa ni justificación posible, y las que se han dado agravan la falta. "No siempre ir a un hospital o entrar a una UCI les salvaba la vida", dijo Díaz Ayuso con aplomo desvergonzado cuando le recordaron los protocolos de no derivación hospitalaria desde los centros de mayores como publicó infoLibre. Frente a tal afirmación, su ex consejero de Políticas Sociales por Ciudadanos, Alberto Reyero, salía a la palestra hace unos días, reconociendo en una entrevista que la Comunidad de Madrid, y no Pablo Iglesias, tenía las competencias sobre las residencias y que los protocolos que impidieron la derivación de ancianos a los hospitales no fueron éticos. Añadió algo inquietante sobre tales protocolos: “No me corresponde a mí valorar si son legales o ilegales, pero sí el nivel ético de los protocolos. Y soy de los que piensan que el valor de las personas y su dignidad es el mismo tengan la edad que tengan y la dependencia que tengan. No por tener más años o por tener una discapacidad se tiene menos derecho a la atención sanitaria pública. No puede haber criterios generalizados. Se ponen en riesgo valores muy importantes de la humanidad y en ese sentido tenemos que tener mucho cuidado”. Yo me pregunto, si así piensa y no estaba de acuerdo, entonces ¿por qué consintió en tales medidas cuando era consejero?.

Descaro y negación

No deja de ser sintomático que alguien que menciona los valores y los pone por delante fuera excretado del gobierno de la comunidad madrileña. La decisión de convocar elecciones autonómicas vino como anillo al dedo a Isabel Díaz Ayuso para quitarse de encima a Ciudadanos, que le planteaba cortapisas de este estilo. ¿Hay malicia en tales hechos? Se vislumbra con claridad el fondo de esta amarga copa.

Existe también malicia en el ataque de Pablo Casado al presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, que se mostró proclive a los indultos para los políticos del procés. Hubo ataques en público y quien sabe cuántas cosas más pasaron en privado, como dejó entrever el propio afectado. Casado le afeaba: "cualquier arbitrariedad jurídica o legal cotiza en bolsa”. Metiendo aún más a fondo el dedo en el ojo, sentenció que las decisiones políticas del Gobierno “para permanecer en el poder” también afectan a empresarios, autónomos, trabajadores y al empleo. Como se ve, los “maliciosos” en general son amigos que cuando te atreves a contradecirlos se quitan la careta mostrando el rencor que les invade y se transforman en los peores enemigos.

La permanente negación de la verdad, incluso de manera descarada, es una herramienta necesaria para ejercer la malicia. Hemos visto hace unos días a Pablo Casado tergiversando la historia de nuestro país. La guerra civil fue, dijo, “un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían ley sin democracia”. Tal barbaridad solo tiene dos posibilidades: o proviene de una ignorancia, habitual por otro lado en la política mediocre a la que por desgracia nos están acostumbrando, o bien, una vez más, es otro fruto envenenado de la malicia, de la falta de respeto y de pretender tozudamente forzar un empate entre víctimas y victimarios, entre fascistas y demócratas, entre defensores de la legalidad y golpistas.

Me llama la atención la justificación que se escucha o se lee en tertulias y artículos, planteando que quien redactó la intervención de Casado fue el causante de tal tropiezo. ¿Qué pasa? ¿Acaso el líder de la oposición no es responsable de lo que dice y se parapeta detrás de su anónimo colaborador? ¿Cuando tiene un acierto es propio, pero, cuando mete la pata, la culpa es del escriba que le prepara el discurso? Eso solo nos lleva a una falta doble: la de la frivolidad a la hora de hablar de las víctimas y la de incultura propia del que ha estudiado poco o se preocupa muy poco de conocer o estudiar los fenómenos que le rodean. Bien, señor Casado, ya sabemos que usted no elabora sus discursos, pero, por lo menos, moléstese en leerlos antes y decidir lo que finalmente saldrá de su boca, porque es lo mínimo que se puede exigir a quien aspira a presidir el gobierno algún día y que se autoproclama, además, un salvador de la patria.

Ni inocencia ni torpeza

Aquí, como en tantos otros casos –y siento decirlo– no cabe la inocencia ni la torpeza: el franquismo se justifica, se renueva y se recrea, apropiándose de lo público, como cuando se crean puestos de trabajo para los tránsfugas a los que previamente se ha inducido, ofreciéndoles públicamente un cargo tan absurdo como innecesario. Pero claro, ellos lo hacen todo bien y disimulan, como si los casos de corrupción fueran ajenos a su realidad. Esto también es malicia, del mismo modo que lo es la acción del presidente de Turquía de encarcelar a todo aquel que se le pueda enfrentar, poder judicial y prensa incluidos, para acabar en un estado de falta de libertades que lleva estos días a las calles a las mujeres, reclamando derechos tan básicos como volver al Convenio de Estambul que establecía de la mano del Consejo de Europa la prevención y lucha contra la violencia que las afecta. Un tratado que hace diez años Turquía fue el primer país en suscribir y que hoy Tayyip Erdogan, el presidente, ha decidido abandonar. Las acciones de Donald Trump sumiendo en la desesperación a los migrantes o desarmando el tablero de la convivencia internacional se basaron, así mismo, en la malicia como también las de Bolsonaro, actuando sobre el poder judicial a su capricho con la intención de encarcelar al expresidente Lula o mantener los privilegios de las grandes empresas a costa de la vida de los indígenas y de la muerte del Amazonas.

Identidad y reacción

Identidad y reacción

De boca de Job no salió nunca una maldición contra los que le hacían mal. De los que hoy actúan de la forma descrita en el escenario de la política, las palabras llevan tanto veneno que cuando las lanzan tiñen el ánimo de ponzoña. La malicia, amigos míos, va más allá y al usarla de manera continuada sirve para abrir la puerta a los extremismos más peligrosos. Por eso es tan perniciosa, por eso hay que identificarla, denunciarla y llamarla por su nombre: malicia.

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Baltasar Garzón es jurista y presidente de Fibgar. https://baltasargarzon.org/ Fibgar

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