Putin, un hombre

Vladímir Putin es un hombre, un hombre como los de antes, como los de siempre. Un hombre de anuncio de colonia, un hombre que vuelve siempre al lugar de donde nunca se va. Un hombre duro, rígido, amenazante y dominador; de esos que ponen sus testículos por testigo y consultan con su virilidad cualquier duda que tengan.

Un hombre de los que les gusta sentirse temidos y de los que confunden el miedo que generan con el respeto o con el amor, según el contexto.

Vladímir Putin es uno de esos hombres que viven bajo la nostalgia del pasado, de los que no necesitan un espejito mágico que les diga que son ellos los más poderosos del mundo, entre otras cosas porque lo rompieron cuando fueron capaces de mirarse en silencio y se vieron tal y como son.

Y por supuesto que no es un hombre de izquierdas, ni progresista, ni comunista, aunque juegue con todos los elementos formales de esas posiciones para alcanzar el poder en su contexto particular y presentarse como lo que no es. Porque si no se es feminista, no se puede ser progresista cuando el reto principal que tenemos es transformar la realidad social y cultural existente, no aferrarse a ella para defender el modelo androcéntrico con diferentes tipos de políticas y medidas.

La legislación rusa sobre violencia de género en la pareja exige una segunda agresión, entendiendo que la primera es parte de la normalidad

El ejemplo de cómo el camuflaje se adapta a la realidad, al igual que los soldados se camuflan de manera diferente en la nieve, en el desierto o en la selva, pero siempre van camuflados, lo vimos cuando despreció a las mujeres porque “tenían días malos”, refiriéndose a la regla; o cuando permite que la legislación rusa sobre violencia de género en la pareja exija una segunda agresión, entendiendo que la primera es parte de la normalidad.

Putin adopta el modelo de poder de los hombres resumido en una frase que escuché hace muchos años en la universidad: “Esto es un modelo feudal, protección a cambio de sumisión”. De manera que si se es sumiso no sólo se tiene lo que el hombre en cuestión decide y gestiona de la realidad para ti, sino que desde su poder te protegerá ante quienes actúen en contra tuya.

Es lo que vimos que hizo con Crimea cuando la invadió y se la anexionó ante la pasividad internacional, lo que vemos que hacen muchos hombres con sus mujeres en las relaciones de pareja cuando invaden su intimidad y sus vidas, y lo que se propone desde la ultraderecha y algunos sectores de la derecha para las mujeres, que hagan lo que les dejen hacer los mandatos masculinos, no lo que ellas decidan, a cambio de protección.

Pero el problema no es Putin, como no lo es Donald Trump o Jahir Bolsonaro o cualquier otro líder del “ultramachismo”, el problema es vivir en una sociedad tan inconsciente de sí misma, que no sólo permite que los valores de la masculinidad sean los que definan la convivencia, sino que hace líderes a los hombres que más los exhiben. A partir de ahí saben que sus actuaciones darán resultados porque luego serán juzgados por otros hombres desde organismos internacionales (Naciones Unidas, UE, CE...) o diferentes países, cuestionando las formas y la intensidad de sus iniciativas, pero no la estrategia ni la base de su política.

Putin no ha parado de amenazar y abusar de su poder sobre el resto de los países de su entorno, en algunos de ellos con mucho éxito y complicidad, ni tampoco lejos de sus fronteras en cualquier continente, al tiempo que ha “maltratado” a su población y ha acabado con cualquier voz crítica dentro y fuera de su país. Todo ello ante la pasividad del resto del planeta, que sólo ha reaccionado con un lenguaje muy similar al suyo cuando ha entendido que lo que ahora plantea es muy grave.

Si se dan cuenta, es la misma situación que me describían muchas mujeres maltratadas en la consulta médico-forense, mi marido me pega lo normal, pero hoy se ha pasado” ... La denuncia no la hacían por la violencia, sino porque ese día la “cantidad de violencia” había sido excesiva.

La polarización del mundo, de la política, de la sociedad, de las relaciones, de la familia... no se debe a decisiones puntuales de determinados hombres líderes, sino a la realidad polarizada por un modelo androcéntrico en el que el diferente y lo diferente se presenta como una amenaza o un ataque a tu posición, y en el que el objetivo no sólo es tener poder, sino acumular más poder.

Putin está donde está, como ocurre con Bolsonaro, sucedió con Trump o pasa con cualquier líder de la ultraderecha o de la izquierda que reproduzca el modelo androcéntrico, porque se le ha dejado estar desde la pasividad y la ausencia que supone formar parte del modelo que otorga privilegios y ventajas hasta que la gravedad de los hechos nos parece inadmisible. Si no cambia esa cultura no cambiará nada.

Llevamos toda la historia siendo testigos (y víctimas) de este modelo y de este tipo de hombres, pero hace tiempo que muchos decidimos también romper el espejo que nos refleja tal y como somos para no tener que mirarnos en él

Lo inadmisible es la injusticia social de un sistema levantado sobre la desigualdad de las mujeres, que luego se ha extendido a cualquier otra idea sobre la diferencia, y que lleva a entender que los hombres y lo de los hombres es superior, y la referencia válida para establecer un criterio en la acción y en la respuesta. No podemos sorprendernos de lo que ocurre cuando el propio modelo se basa en la creación de conflictos, para luego venir a resolverlos con los mismos argumentos de fuerza y, de ese modo, justificarse como "salvadores" de un problema que se podía haber evitado.

Llevamos toda la historia siendo testigos (y víctimas) de este modelo y de este tipo de hombres, pero hace tiempo que muchos decidimos también romper el espejo que nos refleja tal y como somos para no tener que mirarnos en él.

No lo duden, si tenemos que pasar frío por falta del gas de Siberia que sea por la paz, no por la guerra. Así quizás Putin también aprenda la lección de su elección.

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