Semana apasionante

Durante mi niñez, la Semana Santa venía impregnada de la tradición religiosa, que dejaba caer todo su peso de la mano de la dictadura franquista. Con el agravante de que los Carnavales que debían preceder a estas fechas estaban prohibidos, así que esos días resultaban oscuros y, para la mirada infantil, algo siniestros. Se celebraba en términos de luto la muerte de nuestro Señor, lo cual, considerando que se trataba de una ejecución sangrienta y con torturas diversas, resultaba muy duro de digerir. 

Procesiones y misas se sucedían durante la cuaresma y en la semana de pasión, en medio del fervor popular. Eran tiempos solemnes, de expiación y tristeza, en los que ciudadanos, guardias civiles, policías, legionarios, regulares y militares en general se ponían al servicio de esa tradición oscura en la que el gobernador y el cura ocupaban todo el espacio detrás de los tronos y “pasos” procesionales, y con la desventaja, además, de no poder comer carne. Si algún adulto te pillaba riendo, la regañina o el capón eran de campeonato. Sobre todo, durante los días de jueves y viernes santo. El bacalao en sus diferentes acepciones y el potaje, de bacalao también, con espinacas y garbanzos, eran los platos preferentes. El único consuelo dulce venía de las torrijas, que en cada casa se hacían de una manera diferente, todas buenísimas. Con miel, con anís, con vino, o solo de leche, azúcar y canela.

No había colegio y eso al menos marcaba la diferencia. Por lo demás, esperabas al sábado con interés para que se relajase la guardia sobre tus acciones —no correr, no cantar, mantener un tono bajo y preocupado—. En Semana Santa, en el cine veías películas edificantes, Marcelino Pan y Vino, por ejemplo; producciones sobre la Biblia, que llevaban a grandes peliculones como Ben Hur, Quo Vadis. Las Sandalias del Pescador o la Túnica Sagrada pongo por caso, y que aún se repiten en algunas cadenas ultraconservadoras.

Por Semana Santa se liberaba a algunos reclusos (tradición que se mantiene todavía) en un magnánimo gesto que data de tiempos cuasi ancestrales, emulando la historia de Barrabás. En 1447, durante el reinado de Juan II de Castilla (padre de Isabel la Católica), una Ley otorgaba a las cofradías el privilegio para proponer indultos en esos días. Hoy, las cofradías mantienen el derecho a continuar tal prerrogativa que nació en Burgos en aquella fecha, aunque, en nuestros tiempos, debe ser concedida por el Ministerio de Justicia y sancionado por el Consejo de ministros. 

Iglesia y franquismo

La II República no hizo ascos a las fiestas de tradición como la Semana Santa, conceptuándola en este caso como “una interpretación del pueblo hacia lo sagrado” y no como un acontecimiento estrictamente religioso. Llegó, incluso, a subvencionarlas. 

Durante la dictadura, el franquismo vivió una relación simbiótica con la Iglesia, y ese vínculo, que estaba presente de forma absoluta en la sociedad española, tenía su máxima expresión durante la Semana Santa, aún más si cabe que durante las fiestas navideñas. 

Se procesionaba por toda la geografía española, siendo Andalucía un punto clave del fervor religioso, y donde las hermandades preparaban durante todo el año la semana de pasión

Pero no es extraño ver todavía aquí y allá símbolos y detalles relacionados con el dictador. Leo en un artículo de La Marea que no hace tanto tiempo, en el año 2000, Carmen Franco Polo donó un fajín de su padre a la Hermandad del Baratillo, en el Arenal de Sevilla, para la Virgen de la Caridad. En Cartagena, la Asociación de la Memoria Histórica realizó esfuerzos continuos para que, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica de 2007, el hermano mayor de la cofradía de California dejara de portar un emblema franquista. La lista de estas devotas y políticas uniones es variada. No en balde el dictador ostentaba cargos honorarios en diferentes entidades, como la presidencia de honor de la Cofradía del Descendimiento y Santísimo Cristo de la Buena Muerte, con que se le distinguió en 1940.

Durante la dictadura, el franquismo vivió una relación simbiótica con la Iglesia, y ese vínculo, que estaba presente de forma absoluta en la sociedad española, tenía su máxima expresión durante la Semana Santa, aún más si cabe que durante las fiestas navideñas

Lo cierto es que el ministro Fraga Iribarne y su proyecto de turismo para España motivaron que la Semana Santa se convirtiera en un objetivo para el desarrollo, iniciando la desacralización extrema de esta fiesta, y con la transición, las cosas empezaron a cambiar en el terreno de las festividades. En el libro El franquismo se fue de fiesta, sus autores refieren: “Fue una transición dulce, no tan dura como en lo político y social: lo que había entonces eran ganas de divertirse”. “Cada autonomía comienza a construir su hegemonía cultural a partir de las fiestas”. Un caso evidente: de nuevo, el andaluz que consideraba lo festivo como algo indisociable de su idiosincrasia.

La presencia del franquismo en la Semana Santa parece haberse extendido hasta nuestros días. Recientemente, en Guadalajara ha saltado la polémica, pues Izquierda Unida de esa localidad ha exigido al Ayuntamiento “la retirada física y digital de todos los programas de Semana Santa por hacer apología de la sublevación militar de 1936”, así como «su reedición en términos que sean admisibles por una democracia».

El asunto es que la formación ha detectado que el Ayuntamiento reproduce textos de las distintas cofradías sobre las procesiones que se van a llevar a cabo, en los que en algún caso consideran que “permite llamar a la sublevación cívico-militar encabezada por Franco y a la Guerra Civil 'Cruzada de Liberación', asumiendo la terminología franquista y nacional-católica”.  Esto ocurre con la Cofradía del Cristo Yacente del Santo Sepulcro, fundada en 1948 con el nombre de “Hermandad de Caballeros Cruzados Ex Combatientes del Santo Sepulcro". La explicación prolija de estos orígenes y refundación en 1989, también de la mano de excombatientes, ha motivado la protesta.

Tradición y rancio pasado

Hoy la semana Santa se mantiene con su luz de tradición y sus sombras aún no despejadas de un pasado rancio en que Iglesia católica y dictadura se daban la mano, de modo que la maquinaria religiosa preconizaba a la sociedad sumisión y agradecimiento a un régimen que la constreñía. Por supuesto, existe un fondo de genuina fe en multitud de personas que acuden a las procesiones y a las celebraciones religiosas siguiéndolas con respeto y recogimiento. Aún me recuerdo a mí mismo dando el pregón de Semana Santa en uno de mis destinos profesionales, en Villacarrillo (Jaén), y su reproducción reiterada durante años en la COPE de Sevilla en la madrugada del Viernes Santo.

Pero no es menos cierto que la Semana Santa se ha convertido en una fecha vacacional esperada y disfrutada, que los hosteleros esperan con avidez crematística y en la que la religión, para una gran mayoría nacional y extranjera, es un reclamo curioso, escenario de series y películas (que algunos confunden con los sanfermines), y propio de estas fechas. 

Ello es normal en un Estado constitucionalmente laico y a nadie debería sorprender. 

Aunque es verdad, también, que los elementos más fanáticos se revuelven contra la pérdida del objeto ostensiblemente religioso inicial.

Sin ir más lejos, no hay que olvidar que en esos ambientes se ha mostrado la oposición a la proposición de Ley socialista que entró en enero de este año en el Congreso de los Diputados y que contempla la supresión del delito de ofensa a los sentimientos religiosos previsto en el artículo 525 del Código Penal, en base a lo dispuesto por la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

El TEDH expone que “la libertad de expresión recubre también las ideas que ofenden, conmocionan o perturban, de modo que las personas que profesan una religión no pueden esperar razonablemente la exención de toda crítica, sino que deben tolerar y aceptar que otros rechacen sus creencias de manera pública». En su proposición, el PSOE indica que el derecho a la libertad de expresión reconocido en el artículo 10 del Convenio Europeo de Derechos Humanos (CEDH) “tiene como límite el discurso del odio (…) de tal manera que sólo en ese punto, y no antes, nace la obligación positiva de intervención por parte del Estado”.

El 525

Hasta ahora, el artículo 525 castiga “a quienes, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican”, además de a los que “hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna”.

Lo que se pretende al derogarlo es garantizar que se pueda hacer una crítica pública y legítima a las creencias de una religión, “que es lo mínimo exigible en un Estado democrático que garantiza en un sentido real el derecho a la libertad de expresión y creación”. 

No tardaron elementos de ultraderecha como Abogados Cristianos y Hazte Oír —que tan activa se muestra en algunos procesos judiciales que afectan a instituciones públicas, como la Fiscalía General del Estado o en relación a la esposa del presidente del Gobierno— en poner el grito en el cielo, dicho esto sin ánimo de molestar, al considerar que el citado 525 protege el derecho fundamental a la libertad religiosa. Tantos años después seguimos con las mismas cantinelas fundamentalistas.

Dicho todo esto, animo a que cada cual celebre la Semana Santa y la Pascua como su formación, su espíritu y su conocimiento mejor le hagan entender. Que la vivan con devoción si así lo sienten; que se alegren con unos días de holganza; que les sirva para disfrutar de la familia, de la naturaleza y de los viajes. Y que, en todo caso, aprovechen para conocer una tradición que cuenta con obras de arte formidables y llena las calles de historia, aunque sea una historia cruenta y políticamente instrumentalizada durante décadas por las élites político religiosas dominantes del momento.

Les deseo una semana apasionante, pero no olviden que las víctimas actuales de dinámicas genocidas y contra la humanidad están hoy en día en Palestina y, especialmente, en Gaza. Espero que, durante estas fechas de exaltación religiosa de la muerte y la resurrección, haya un mínimo tiempo para exigir justicia.

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Baltasar Garzón Real es jurista y autor, entre otros libros, de 'Los disfraces del fascismo'.

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