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Luces Rojas

El descrédito de la razón

(Todos) los niños tienen pene y (todas) las niñas tienen vulva. Esta es la afirmación transfóbica que recorría Madrid a principios de marzo, una provocación deliberada de una organización que buscaba respuestas viscerales para responder desde el victimismo, una pura estrategia de la alt-rigth. Es difícil desenmarañar todas las contradicciones pero este caso concreto no es más que un ejemplo de algo más grande, algo que lleva un tiempo fraguándose en nuestras sociedades: el descrédito de la razón.

Partamos de no estigmatizar los sentimientos. Estos son imprescindibles, necesarios. Y, no lo olvidemos, surgen en base a hechos. De la misma manera que la rabia contra la campaña transfóbica surge del sentimiento de protección hacia los menores transexuales, el enfado contra las élites políticas o el odio racista contra los inmigrantes, judíos, musulmanes o LGTB+, surge de hechos concretos, como son la crisis, la globalización o la desigualdad. Y si: aunque esos hechos no tengan o incluso no deban implicar esas reacciones, pues las reacciones emocionales suelen ser poco meditadas y lógicas, analizar los hechos de fondo pueden ayudarnos a entender si hay algo que ha activado esa reacción.

Que la crisis económica ha hecho saltar por los aires la confianza en el sistema económico y político y sus élites es una obviedad. En las democracias occidentales en las que el contrato social se ha roto por la vía de la desigualdad y el paro, el aumento de las figuras o partidos anti establishment, que canalizan la rabia y el descontento con el funcionamiento actual de las democracias es indiscutible: Brexit, Trump, Referéndum Italiano, Referéndum Colombiano… son apenas unos pocos ejemplos en un clima de entreguerras anti establishment y anti élites, un clima en el que  los partidos neo fascistas están en alza en Francia, Alemania, Austria, Grecia e incluso han llegado al poder vía Trump en EEUU. Pero el descrédito no ha alcanzado solo a las democracias liberales, el descrédito ha acabado afectando a la razón como herramienta guía para obtener los mejores resultados para nuestras sociedades. Y esto no es cosa menor o, como diría el filósofo y pensador Mariano Rajoy, es cosa mayor.

Durante mucho tiempo, el consenso liberal se presentó a si mismo como la razón y la moderación, como el sentido común Mariano, la lógica inevitable, como aquello deseable, la mejor opción, la mejor solución, la que proporciona políticas sensatas y viables que mejoran la vida de la gente por la vía del consenso y el acuerdo del que el actual reparto de roles entre PP y PSOE es uno de sus cúlmenes. Este consenso no solo argumentaba desde la lógica o moderación: se presentaba como lo razonable, lógico o moderado. Pero, ¿era moderada la legislación española de desahucios? ¿Era lógico reformar la constitución sin contar con todos los actores sociales? ¿Era razonable un euro sin transferencias entre estados que armonizase una zona monetaria de por si no óptima? ¿Es neutra o técnica la postura ordoliberal a favor de bancos centrales fuertes e independientes que se centran en contener la inflación?

Los planteamientos liberales consiguieron capturar ese espacio simbólico de centralidad, del sentido común y de la lógica, los lugares de producción académica y técnica y definir como lo deseable sus políticas presentes a un lado y al otro del eje izquierda y derecha. Elementos como la lógica empresarial frente al estado, el estado mínimo, los bancos centrales independientes, la obsesión inflacionaria, la limitación del poder sindical, la rebaja fiscal, la desregulación financiera, la emisión de moneda como inflacionaria, los empresarios como 'job creators' o la deriva hacia la desregulación laboral infinita no se discutían. De hecho, lograron establecer, sobre todo a nivel conceptual e internacional, un consenso blindado a través de un aparataje lógico, el individualismo metodológico, el actor racional, impermeable a la crítica: el homo economicus, la racionalidad como egoísmo, que todos actuamos por egoísmo y cualquier acto se puede definir como egoísta o calculado, hasta tal punto que tal lógica no puede ser falsada. La pseudo ciencia de Milton Friedman en estado puro, acompañada de una estructura matemática que intencionadamente o no, ofusca y dificulta la comprensión, para transmitir autoridad técnica, que por su propia lógica no puede cuestionar los supuestos “racionales” en los que actúa y convierte la lógica individualista en una lógica circular y una profecía autocumplida.

La consecuencia de este verdadero abuso de la razón, de la lógica, lo académico y lo técnico en nombre y defensa de unas políticas concretas, ideológicas, no ha podido ser más catastrófico cuando estas políticas han fracasado y las élites que las han promovido se niegan a reconocerlo. Al vender como lo racional ideología neoliberal u ordoliberal y políticas estropeadas, el descrédito de esas políticas ha tenido la virtud de contagiarse y de desacreditar a la propia razón. Como las políticas que fallan eran presentadas como lógicas, razonables y moderadas, irónicamente, la lógica dice que el problema solo puede ser la lógica misma, la propia razón y la propia moderación. Llega un momento en que la gente no sabe que quiere, no sabe por qué lo quiere, no tiene pruebas o argumentos o argumentos razonables para refutar a los que han capturado la lógica y la razón, la academia y los centros de producción de conocimiento y razón; pero aunque no pueden refutarles o contradecirles con argumentos sólidos, saben lo que no quieren, no quieren esto que tenemos y creen que las elites les engañan en su beneficio, de hecho,  lo saben por experiencia propia y lo vehiculan a través de lo que tienen más cerca: los sentimientos de rabia, frustración, enfado y desánimo, críticos con un sistema que no está dando soluciones, que se canaliza a través de partidos anti establishment.

¿Es irracional que alguien que ha estudiado un doctorado y se encuentra en el paro o con una precariedad galopante considere que estas políticas y este sistema económico no le benefician?  ¿Es irracional que los jóvenes forzados a emigrar consideren estas políticas como no viables y los argumentos racionales / técnicos como engaños? Lo irracional seria lo contrario. Lo irracional sería pensar que las personas iban a aguantar indefinidamente la contradicción entre el “éxito” en la teoría de las razonables propuestas liberales y su experiencia personal en la práctica del fracaso de esas propuestas tan “lógicas”.

Pues bien, ya estamos aquí. En nombre de unas políticas que han beneficiado solo a determinadas élites, en nombre de políticas cuya efectividad los hechos han refutado una y otra vez, hemos desacreditado ante el público la herramienta fundamental para abordar la realidad: la razón, el conocimiento técnico y la ciencia. Hemos gastado la moneda racional y técnica hasta que ya no vale nada. Y ahora ¿qué? ¿Habrá que esperar a que la irracionalidad demuestre su cara más oscura o estamos a tiempo de que los supuestamente racionales liberales, esas élites que controlan el poder supuestamente desde la razón, cedan y reformen en profundidad el actual sistema?

La verdad, soy pesimista. Me temo que estas élites no han aprendido la lección. Justamente es su incapacidad de cambiar y ceder lo que atestigua de la manera más cruda su absoluta irracionalidad.

 

   

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