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Plaza Pública

Un anarquista llamado Juan

Francisco Javier López Martín

En estos días se rendirán discretos homenajes a un hombre, a un anarquista, llamado Juan, Juan Gómez Casas. Uno más entre otros tantos, uno que hubiera cumplido, que cumple, 100 años este 16 de abril. Hijo de emigrantes españoles en Francia, que volvieron a su tierra con la proclamación de la Segunda República. Un anarquista, como tantos otros, que siguió las huellas de su padre y comenzó a militar desde chico en las Juventudes Libertarias y luego en la CNT.

Creo, sinceramente, por lo poco que le conocí, que nunca quiso ser Juan otra cosa que uno entre muchos, pero al estilo de aquellos anarquistas que no toleran que nadie quede por debajo, pero tampoco por encima de los demás.

Tal vez por ello, por esa voluntad de igualdad y esa concepción de la libertad como el ejercicio de una responsabilidad personal, Juan acudió a taponar, con 17 años, cuando la guerra ya estaba casi perdida, la sangría de vidas que los militares profesionales del ejército fascista estaban provocando en los frentes, o en las tapias de los cementerios y se alistó en la 39 Brigada Mixta del Ejercito Popular.

Era aún menor de edad cuando acabó la guerra y aquello facilitó que no fuera condenado a larga condena de prisión, pero no impidió que asumiera su responsabilidad de reorganizar la CNT y las Juventudes Libertarias, destrozadas durante la contienda. Una actividad que le llevó a la cárcel en 1948, donde cumplió más de la mitad de los 30 años a los que fue condenado, tras ser incautada en su casa la imprenta donde se editaban las revistas Tierra y Libertad y La Juventud Libre.

La cárcel fue su universidad, el lugar donde leyó, estudió y aprendió esa forma serena, firme, pero contenida, educada siempre, de exponer sus ideas y defenderlas. Al salir de la cárcel se gana la vida como pintor y más tarde como contable, al tiempo que comienza a traducir y escribir bajo seudónimo. Traducciones como la de Moby Dick, o la biografía de Pablo Iglesias, salieron de sus manos.

Es entonces cuando se entrega al imponente esfuerzo de escribir la Historia del Anarcosindicalismo, o La Historia de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), La política Española y la Guerra Civil, Los Anarquistas en el Gobierno, Sociología del anarquismo hispánico. Tan pronto estudia La autogestión en España como escribe sus Cuentos carcelarios, se adentra en El Frente de Aragón, vuelve a La Primera Internacional en España, o se vuelca en El Relanzamiento de la CNT.

Decenas de libros, centenares de artículos en revistas nacionales e internacionales, prólogos, introducciones. Una tarea que no le impidió asumir el reto de aceptar la Secretaría General de la Confederación Nacional del Trabajo en los primeros años tras la muerte del dictador.

Muchos historiadores del Régimen, o los historiadores oficiales, institucionales, universitarios o no, nunca han sobrellevado bien este esfuerzo autodidacta de Juan Gómez Casas, pero su aportación a la Historia del Movimiento Obrero español sigue siendo una referencia inevitable.

Se cumplen 100 años de su nacimiento y 20 años de su muerte en pleno verano de 2001. De él aprendí que merecemos un futuro como mujeres y hombres libres e iguales. Un concepto que defendí muchas veces en el interno de las organizaciones en las que he militado y como principio rector de la política y de la vida en sociedad.

Me duele que estas dos ideas fuerza, libres e iguales, hayan sido convertidas en concepto de usar y tirar por parte de quienes se beneficiaron del Tamayazo Tamayazoy convirtieron Madrid en foro de negocio y corrupción para ese consorcio político-empresarial que ha emponzoñado la vida madrileña, sus instituciones, el tejido económico y la convivencia social.

Abandoné la CNT allá por 1982. Algo recuerdo de aquellos días, pero prefiero tirar de la memoria de un buen amigo que me ha contado que en una de aquellas apasionadas y concurridas asambleas me dio por exponer algunas de las ideas a las que venía dando vueltas desde hacía algún tiempo. Demasiado activismo y campañas, acompañadas de inevitables pegadas de enormes carteles y poca reflexión, poca pedagogía, poco acercarse a la gente común y corriente, la que vivía en los barrios.

En algún momento debí hacer referencia a los interiorizados, constantes y extenuantes debates, las escisiones endémicas y, sobre todo, la locura de que entre nosotros hubiera compañeros que, de un día para otro, eran detenidos por la policía, por perpetrar un atraco, por llevar armas, por preparar un atentado, como quien sigue un plan mecánicamente articulado para destrozar desde dentro la organización.

Así las cosas, debí de anunciar que yo no seguía en la CNT, porque poco me aportaba y nada me enseñaba. Juan Gómez Casas pidió la palabra y, con su tono sereno, didáctico, que tanto me gustaba, vino a decir –mi memoria nunca ha sido muy buena, sigo utilizando los recuerdos de mi amigo–: "Javier, gracias por cuanto nos has dicho hoy aquí. No te vayas pensando que no has aprendido nada. Solamente escucharte, solamente ver cómo has expuesto la situación, eso no tiene precio, es todo un aprendizaje. Muchas gracias".

Antes de ingresar en la CNT anduve en organizaciones parroquiales, vecinales, educativas, de barrio. Después de la CNT he militado en el PCE, en IU, en Comisiones Obreras, en asociaciones de vecinos. Hoy sólo conservo el carnet de CCOO. Pero haya estado donde haya estado, siempre he mantenido viva la idea de construir un mundo de mujeres y hombres libres e iguales.

Nunca olvidé el tono sereno pero firme, respetuoso y educado pero educador, de aquel hombre, de aquel anarquista llamado Juan Gómez Casas, que nunca quiso dejar de ser uno entre muchos, sin nadie por debajo, sin nadie por encima, que dedicó su vida a vivir con y a escribir sobre su gente.

Hilar más fino

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Feliz centenario y que su nombre no se borre de nuestras memorias.

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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013

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