El ‘Día de la Liberación’ de Trump y los fantasmas del proteccionismo

Hace apenas unos días, Donald Trump se proclamó libertador económico de Estados Unidos. El 2 de abril, desde la rosaleda de la Casa Blanca, anunció el mayor giro en la política comercial estadounidense en más de un siglo. Bautizó la fecha como el "Día de la Liberación". Una liberación no del desempleo ni de la pobreza, sino del orden multilateral de comercio que Estados Unidos contribuyó a construir tras 1945. Y como suele ocurrir cuando se invoca la palabra “liberación” en clave nacionalista, lo que sigue no es paz, sino confrontación.

Los nuevos aranceles, que comenzaron con cifras del 34% para China, 27% para Japón, 20% para la Unión Europea y un 10% generalizado para el resto del mundo, han sido objeto de una revisión caótica: días después, se anunciaron aranceles del 125% a China y una moratoria de 90 días para otros socios. Esa imprevisibilidad ha convertido a Estados Unidos en sinónimo de inestabilidad, el peor escenario para cualquier inversor. La volatilidad no es una estrategia, es un síntoma de desorientación. Los mercados lo entendieron así, se esfumaron más de cinco billones de dólares en valor bursátil. No son cifras abstractas: son pensiones, hipotecas y empleos.

Trump ha entendido algo importante, que en un mundo en transformación, las emociones pesan más que los datos. Por eso su discurso apela al agravio, al resentimiento, a la falsa nostalgia de una América industrial que ya no existe. Y por eso los datos le importan poco. Porque la verdad no encaja en su relato. Decía Hegel que la historia enseña que no se aprende de la historia. Tal vez estemos ante una de esas lecciones.

Recordemos que la ley Smoot-Hawley de 1930, que subió aranceles en plena crisis, no salvó empleos, provocó represalias en cadena, colapsó el comercio internacional y agravó la Gran Depresión. Las medidas de Trump siguen ese mismo camino, pero con una diferencia: hoy, la economía está mucho más interconectada. Un coche europeo contiene piezas de tres continentes. Una aceituna española se envasa con vidrio italiano y se distribuye con software estadounidense. Penalizar una parte de esa cadena es romper todo el sistema.

Trump cree que el proteccionismo le dará poder. Lo que está logrando es debilitar a su propio país. Las empresas pierden mercados, los consumidores pagan más y el liderazgo global de Estados Unidos se resquebraja. El mundo empieza a desconfiar de su compromiso con el orden internacional. Y sin confianza, no hay hegemonía que dure.

La reacción global fue inmediata. Pekín respondió con aranceles del 84%. Japón, la UE y otros actores ajustan sus agendas. Y en medio de esta tormenta, España ha actuado con una rapidez ejemplar. El Gobierno ha movilizado un Plan de Respuesta y Relanzamiento de 14.100 millones de euros para proteger el tejido productivo y sostener la confianza económica. Apenas doce horas después del anuncio estadounidense, el presidente Sánchez presentó el plan. Incluye una línea de avales ICO por 5.000 millones, financiación para la reconversión industrial, refuerzo del seguro de crédito a la exportación y medidas específicas para sectores sensibles como el automóvil. Una red de protección inmediata y un segundo eje de mirada larga: modernizar e internacionalizar más aún nuestro tejido empresarial.

El ministro Carlos Cuerpo fue claro en su comparecencia ante el Congreso de los Diputados: “Esta reacción es fruto de la experiencia reciente de España ante crisis múltiples, desde la pandemia hasta la inflación. Un país que ha aprendido a protegerse y a responder con solvencia. Una estrategia nacional alineada con una defensa firme del proyecto europeo.”

La Unión Europea ha condenado con firmeza este ataque a las reglas del comercio internacional. Pero no basta con declaraciones. Europa debe responder con inteligencia, unidad y determinación

La Unión Europea ha condenado con firmeza este ataque a las reglas del comercio internacional. Pero no basta con declaraciones. Europa debe responder con inteligencia, unidad y determinación. No se trata de entrar en una guerra de aranceles. Se trata de dejar claro que los principios existen. Que el multilateralismo no es una debilidad ni una moda, es el mecanismo que nos ha permitido evitar grandes conflictos comerciales durante décadas.

Lo que está en juego es mucho más que una cuestión técnica. No estamos debatiendo si un sector automovilístico será más competitivo o si una balanza comercial se equilibrará. Estamos discutiendo qué tipo de mundo queremos. Uno basado en reglas, en instituciones y en cooperación, o uno donde el poder hace el derecho y los tratados son papel mojado. Pero no olvidemos tampoco que, desde un punto de vista técnico, los aranceles que impone Estados Unidos son también un grave error económico: arbitrarios, injustificados y contraproducentes. Como explicó el ministro, Estados Unidos impone tarifas a países con arancel cero, como Singapur, o castiga con un 50% a Lesoto, una de las economías más pobres del mundo. No hay lógica ni estrategia, solo arbitrariedad.

Y sin embargo, en este nuevo escenario, también hay oportunidades. Europa puede y debe aprovechar la ocasión para reforzar su autonomía estratégica. No para cerrarse, sino para diversificar. Fortalecer su mercado interno, acelerar acuerdos comerciales con África y Asia, y ahora más que nunca, con América Latina. Los acuerdos con Mercosur no son solamente una opción diplomática, son una necesidad económica y geopolítica. La otra gran relación transatlántica debe fortalecerse con visión y pragmatismo. Invertir en innovación, energías limpias y nuevas alianzas. Y, sobre todo, liderar una reforma de la OMC que devuelva credibilidad al sistema multilateral.

Frente a la tentación de la autarquía, Europa debe ser el estandarte del comercio con reglas. La diplomacia comercial no es una muestra de debilidad, sino una herramienta de soberanía. Porque no hay soberanía posible en un mundo de bloques cerrados y economías replegadas. Y porque si Europa no lidera esta transición, lo harán otros. Y no necesariamente con nuestros valores.

Churchill decía que destruir puede ser un acto irreflexivo de un día; construir, una tarea de años. Trump ha destruido en una semana lo que costó décadas levantar. Ahora nos toca a otros mantenerlo en pie.

Europa no puede resignarse a ser espectadora. Debe ser protagonista. Con inteligencia, firmeza y memoria. Porque frente a quienes quieren un mundo sin reglas, los europeos debemos tener la ambición de ser los guardianes de su reconstrucción. Por convicción, por historia y porque sabemos lo que está en juego

______________________

Vicente Montávez es portavoz del grupo parlamentario socialista en la Comisión Mixta para la Unión Europea.

Más sobre este tema
stats