Europa en su hora de la verdad

Hace setenta y cinco años, un puñado de palabras pronunciadas por Robert Schuman comenzaron a trazar el sendero más audaz que ha recorrido el viejo continente: transformar la enemistad en proyecto compartido, la desconfianza en interdependencia, el acero y el carbón en los cimientos de la paz. Europa no nació de una victoria, sino de una decisión moral: preferir la cooperación a la revancha, el derecho a la fuerza, el futuro a la memoria herida.

Hoy, Europa se asoma a un mundo que le exige estar a la altura de esa promesa fundacional. Un mundo en el que la guerra ha vuelto al continente —cruda y directa en Ucrania, compleja y devastadora en Gaza—; un mundo en el que las tensiones comerciales dejan de ser tecnicismos para convertirse en amenazas geoestratégicas; un mundo donde la democracia está siendo acosada desde fuera y erosionada desde dentro.

¿Puede Europa seguir siendo un espacio de paz, prosperidad y derechos en medio de este desorden?

La respuesta no será una consigna ni un reglamento. Será, como en 1950, una decisión: si queremos ser objeto o sujeto del mundo que viene. Porque la Unión Europea ya no puede contentarse con ser un mercado eficiente ni con ser un garante de estabilidad entre sus miembros. Ha de ser una voz relevante, una presencia firme y un modelo que inspire.

La guerra en Ucrania nos recuerda que la seguridad no es un presupuesto, sino una política. Europa no puede delegar su defensa ni tampoco mimetizarse con los enfoques más agresivos del atlantismo. Nuestra seguridad debe ser inseparable de nuestros valores: la defensa del derecho internacional, el respeto a los derechos humanos y la preferencia por las soluciones diplomáticas cuando éstas sean aún posibles.

La guerra en Ucrania nos recuerda que la seguridad no es un presupuesto, sino una política. Europa no puede delegar su defensa ni tampoco mimetizarse con los enfoques más agresivos del atlantismo

En Gaza, el compromiso europeo con la solución de los dos Estados no puede ser solo retórico. Debemos atrevernos a ejercer una diplomacia más autónoma, más creíble, que haga valer nuestro peso económico y político en defensa del Derecho Humanitario, incluso cuando eso incomode a nuestros aliados.

Y mientras estas guerras desgarran regiones enteras, otra batalla se libra en los márgenes de nuestros parlamentos: la batalla por la democracia. No hay que subestimar la amenaza de la extrema derecha que avanza en nuestras propias casas. Europa no será una potencia si no es antes una democracia sólida. La erosión del Estado de derecho, la desinformación sistémica, el cinismo político: todo ello mina la legitimidad del proyecto europeo y alimenta el resentimiento que otros capitalizan.

Ante esto, el verdadero europeísmo no es la complacencia, sino la renovación. Renovar el contrato social europeo con políticas que reduzcan la desigualdad, que den seguridad a quienes sienten miedo, y que incorporen a las nuevas generaciones a un proyecto que a veces les resulta lejano. El europeísmo no puede limitarse a defender lo existente; debe atreverse a imaginar lo necesario.

Y lo necesario hoy es una Europa capaz de afrontar los grandes retos globales sin quedarse paralizada por su complejidad. El cambio climático, las migraciones, las crisis híbridas, el impacto de la inteligencia artificial… son fenómenos que nos exigen instituciones más ágiles, pero también sociedades más lúcidas.

No basta con regular el algoritmo si no somos capaces de defender el criterio. No basta con externalizar la frontera si no reforzamos la dignidad. No basta con declarar la neutralidad climática si no corregimos las injusticias que genera la transición.

Frente a la tentación del repliegue nacional, Europa debe volver a ser ese espacio de esperanza racional que la hizo posible. Un continente que no teme al mundo, sino que dialoga con él. Que no se encierra, sino que transforma. Que no impone, sino que propone. Que no renuncia a la soberanía, sino que la redefine en clave de cooperación.

Estados Unidos se reconfigura bajo la amenaza del aislacionismo; China desafía el equilibrio global con una mezcla de autoritarismo y sofisticación tecnológica; Rusia busca en la fuerza lo que ha perdido en legitimidad. En este escenario, Europa debe evitar tanto la subordinación como la ingenuidad. Ser fiel a sí misma, pero no prisionera de sus rutinas.

Robert Schuman habló de una Europa que no se haría de golpe, ni en una construcción de conjunto, sino a través de realizaciones concretas que crearan una solidaridad de hecho. Hoy esa solidaridad se llama seguridad compartida, transición ecológica justa, soberanía digital, cohesión social. Esa solidaridad no será fruto del automatismo institucional, sino de una nueva voluntad política.

El 9 de mayo no es solo una fecha en el calendario. Es una invitación a recordar quiénes somos y decidir quiénes queremos ser. Europa está llamada a ser, una vez más, un experimento de civilización. Si tiene el coraje de actuar con la audacia de sus orígenes y la conciencia de sus responsabilidades.

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Vicente Montávez es diputado y portavoz del grupo parlamentario socialista en la Comisión Mixta para la Unión Europea.

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