Educar en dictadura vs. educar en democracia

Victorino Mayoral Cortés

El programa Memoria, escuela y democracia, de la Fundación CIVES en convenio de colaboración con la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, tiene como objetivo fundamental incidir en el papel de la educación en la construcción de la democracia y su memoria. Democracia entendida como modo de vida y de gobierno que se sustenta en valores propios de un avance de civilización. Y también es preciso subrayar de qué manera dictaduras, sistemas autoritarios y totalitarios, como fue el franquista, utilizaron la educación para destruir la democracia, para oponerse abiertamente a ella y crear un marco sistematizado sobre el que se fundó en España un régimen propuesto, diseñado y desarrollado como antidemocrático en todos sus aspectos y a todos los efectos. 

Apenas 50 años después de la muerte del dictador Francisco Franco, el avance de la banalización del franquismo y el auge de los discursos ultras entre la juventud vuelven a colocarnos en una disyuntiva sobre la que debemos reflexionar: educar en dictadura o educar en democracia; o bien, educar para la dictadura o para la democracia; educar para ser súbditos subordinados a los requerimientos de la autocracia y la tiranía o educar para ser ciudadanos libres e iguales y dueños de nuestro destino; educar para ser sujetos pasivos en un Estado de confesión y doctrina política únicas o para ser ciudadanos capacitados para ejercer la libertad de elección confesional e ideológica en un régimen de respeto y garantía del pluralismo y la libre elección dentro de la diversidad. 

Carece de sentido que muchos jóvenes tengan un sólido conocimiento de los horrores del Holocausto y que lo ignoren casi todo sobre Franco y su dictadura

Pensar sobre el pasado dictatorial desde el presente democrático constituye una propuesta de reflexión que intenta señalar el peligro de volver a reproducir ideologías y caudillismos que en el pasado existieron en España y en otros países, y que hoy estamos en el deber de conjurar, evitando que puedan volver. Porque, como dice Umberto Eco en su breve opúsculo titulado Contra el fascismo. Las catorce claves para reconocer el fascismo (Lumen, 2018), sí, “el fascismo eterno”, o lo que él llama “ur-fascismos”, existe, aunque no se debe esperar que se manifieste en la misma forma de los gobiernos totalitarios que dominaron a Europa antes de la II Guerra Mundial, “sería difícil verlos volver de la misma manera en circunstancias históricas diferentes”. 

Por eso, Umberto Eco elaboró el listado de las catorce características típicas de ese fascismo históricamente subyacente y persistente que se expresaría mediante la combinación de los caracteres que él menciona: culto a la tradición como un pasado ideal que se propone como modelo de futuro; rechazo de la modernidad, del mundo moderno que surge y se desarrolla desde la Ilustración, la trilogía ideológica de la Revolución Francesa y el culto a la razón y al progreso; rechazo a todo espíritu crítico y a la cultura como objeto de sospecha, y consideración de la universidad como “guarida de comunistas”; explotación exacerbada del miedo al diferente y a la diferencia; nacionalismo xenófobo y racista que transforma en falso privilegio el mero hecho de pertenecer identitariamente a la nación; el culto al caudillismo, a los hombres fuertes y autócratas providenciales; el machismo como expresión de voluntad de poder masculino sobre la mujer; la persecución de la homosexualidad, el matrimonio igualitario, el libre derecho de la mujer a disponer sobre su cuerpo. Y, finalmente, el populismo sustentado en una idea mítica y superficial de un pueblo, no constituido por una comunidad de ciudadanos libres e iguales, sino por una suma y yuxtaposición atomizada de individuos; en suma, una deconstrucción de las conquistas y del concepto mismo de ciudadanía democrática. 

Umberto Eco concluye: “El ur-fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice a cada una de sus formas nuevas, todos los días, en todos los rincones del mundo”. 

Es fácil comprobar de qué manera las características de ese ur-fascismo que describe Umberto Eco estuvieron presentes en las dictaduras de Mussolini, Salazar, Franco y otros similares que inspiraron las bases doctrinales sobre las que construyeron la educación como regímenes de partido único y Estados confesionales de religión única con exclusión de toda libertad ideológica, intelectual, investigadora y docente. Pero, es aún más preocupante lo que hoy mismo conforma ya una realidad en algunos de los países más importantes del mundo occidental y constituye una amenaza latente para el nuestro.

Recientemente hemos tenido el testimonio del profesor de la Universidad de Yale y filósofo Jason Stanley, norteamericano descendiente de supervivientes alemanes del Holocausto que ha decidido refugiarse en España huyendo de posibles represalias en su país. “Huyo de Estados Unidos –ha dicho– para que mis hijos no crezcan bajo el fascismo”. Huye del desmantelamiento y control ideológico de la educación superior que ha iniciado el presidente Trump en su campaña para prohibir los programas de inclusión, equidad y respeto a la diversidad, asestando un golpe demoledor a las libertades de enseñanza y de investigación de las universidades estadounidenses. Jason Stanley, autor de libros como Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida (Blackie Books, 2019) y el más reciente, titulado Borrar la historia: cómo el fascismo busca reescribir el pasado para controlar el futuro (Blackie Books, 2025):  “Reescribir el pasado, algo que el presidente Trump trata de imponer en la cultura, la historia y la educación de los Estados Unidos. Suprimiendo el departamento federal de educación, controlando al profesorado en función a su ideología, introduciendo la educación patriótica y el adoctrinamiento, el racismo y el poder los blancos, la familia tradicional, la exclusión y persecución de los inmigrantes y la eliminación de la  ideología de género”. 

Esto y más está en el programa del mandatario de la Casa Blanca y en los programas de sus seguidores y admiradores de Europa y América. También en el de sus seguidores y admiradores españoles, en términos idénticos a los que denuncia el exiliado profesor Jason Stanley y describió en su día Umberto Eco como “fascismo eterno”. Ideología que desaparece y aparece en momentos de la historia en los que los demócratas desatienden sus deberes y olvidan la necesidad de que cada generación de jóvenes que llega a nuestros centros escolares necesita que la educación que van a recibir actúe como comadrona y les suministre la memoria que necesitan para desempeñar su vida adulta como ciudadanos de una democracia. 

Es fácil comprobar lo que realmente está en juego: la ciudadanía, la conquista básica y el elemento sustancial de la democracia, en cuya ausencia ésta se esfuma. La ciudadanía, el factor central históricamente construido mediante conquistas graduales y difíciles de derechos y libertades, pero cuya existencia han querido siempre limitar o abolir los autócratas, los dictadores y sus más recientes discípulos e imitadores, que hoy se presentan cubiertos con nuevas apariencias y encubrimientos, como el falaz uso del principio de la libertad en procesos autoritarios anarco-neoliberales que han emprendido para acabar con elementos sustanciales de la ciudadanía social, civil o política.  

Somos ciudadanos gracias a que allá, en el 26 de agosto de 1789, una Asamblea Nacional francesa aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Fue un inicio fundamental, pero incompleto, pues se olvidó de los derechos de la mujer y de la ciudadana. Luego, ampliamente superado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos realizada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. En España, las garantías y derechos de ciudadanía fueron posibles gracias a la desaparición del régimen de dictadura franquista y a la formulación solemne y vinculante de nuestros derechos y libertades en la Constitución de 1978 aprobada por referéndum popular.  

Pero, sobre todo, somos ciudadanos gracias a quienes lucharon y se sacrificaron en tiempos difíciles; gracias a quienes fueron víctimas depuradas, exiliadas, censuradas, encarceladas o fusiladas, causadas por los designios y aparatos represores de la peor y más larga y sanguinaria dictadura que jamás existió en la historia de España. Esto lo deben saber todos los jóvenes, todos los escolares de nuestros centros educativos.

Se debe acabar con el enorme disparate que hasta ahora ha significado la generalizada salida de generaciones enteras de alumnos y alumnas de nuestro sistema educativo sin apenas conocimientos de la historia de nuestra democracia, ni de los fundamentos del sistema democrático por el que debemos regirnos. Carece de sentido que muchos jóvenes tengan un sólido conocimiento de los horrores del Holocausto causado por Hitler y los nazis, y que ignoren casi todo sobre quién fue Franco y su dictadura y de las decenas de miles de víctimas que causaron en España. A su vez, el profesorado debe rechazar cualquier postura de equidistancia o elusión ante los valores de convivencia en que se sustenta una democracia y su destrucción y normalización de la violencia, que sostienen el imperio de las dictaduras y autocracias. La memoria democrática ya está en el currículum escolar oficial de nuestra democracia.

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Victorino Mayoral Cortés es presidente de la Fundación Educativa y Asistencial CIVES.

Victorino Mayoral Cortés

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