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Un país con mochila

Francisco Javier López Martín

No es lo mismo llevar un país en la mochila que vivir en un país que carga una pesada mochila a cuestas. Bien lo sabía nuestro querido y siempre recordado José Antonio Labordeta, que nos quiso legar unos maravillosos recorridos por la España que él quiso que fuera recordada, al tiempo que dedicó buena parte de su vida, con sus canciones y con su acción política, a aliviar la pesada carga de males patrios persistentes, pertinaces y atávicos.

Como buen profesor, maestro y precursor de los movimientos de la España deshabitada, despoblada, vaciada, sabía que lo que hoy somos es el resultado de cuantos acierto o errores cometimos en el pasado. Sabía que en algún momento hubo una España que quiso ser minera y extraer recursos del fondo de la tierra, ya fueran minerales de hierro, carbón, mercurio, oro, plata o wolframio.

Sabía que hubo unas Españas empeñadas en comerciar con los cuatro puntos cardinales del mundo, dueña de flotas que atravesaban el Mediterráneo camino de Nápoles o Grecia. Que surcaban el Cantábrico hacia los puertos flamencos y los océanos todos de la Tierra, hasta alcanzar las Indias, la India y aún más allá, hasta las Filipinas.

Una España que quiso ser industrial, fortalecer sus incipientes talleres textiles, o sus complejos siderúrgicos. Que quiso establecer bases sólidas para un futuro agrario que no dependiese de los secanos y del vicio perverso de los grandes terratenientes de explotar hasta la extenuación a sus jornaleros. 

Legiones enteras de aristócratas nobles, curas trabucaires o milagreros, obispos poseedores de inmensos territorios, militares espadones y golpistas, burgueses y nuevos ricos deseosos de alcanzar títulos nobiliarios, una tropa ingente de pelotas, seguidistas, aduladores de cada pequeño, pero poderoso, caciquillo tribal, cortesanos de los reinos gobernados por los exóticos y casi siempre lascivos borbones de turno hicieron imposible la existencia de ese otro país.

Muy al contrario, esos personajes se dedicaron a regar y alimentar los males de España. Fueron ellos los que sepultaron las industrias textiles ilustradas de Béjar, o los que prefirieron los latifundios a los regadíos, los que quisieron un ejército de jornaleros, en lugar de hombres libres que cultivaran sus propias tierras.

Fueron ellos los que lanzaron las tropas contra las masas cada vez que las gentes decidían gritar ¡Basta! Ellos los que alimentaron el miedo, el descreimiento, la desconfianza en la política, para dejarlo todo en manos de los lugartenientes de un dios sediento de sangre y nunca satisfecho con las desgracias humanas. Seguro que había otros dioses, pero éste era el suyo

Cuando la reina regente María Cristina comprobó que los carbones del Norte, o las industrias textiles de Cataluña, eran inaccesibles para Madrid, paradigma de toda España desde su centralismo peninsular, seco y mesetario, reunió a los empresarios de la Corte y les formuló la siguiente propuesta: Puesto que Madrid no tiene industria, hagamos industria del suelo.

La primera industria que menciona es la productiva, evidentemente. La segunda es la que significa negocio. Si no tenemos base industrial hagamos negocio con el suelo. Y, desde entonces, desde el siglo XIX, cada ensanche, cada recalificación, cada desarrollo urbanístico, ha supuesto un pelotazo, un chanchullo, un fenómeno especulativo, en el que la administración, los negociantes y los políticos han ido de la mano. Con honrosas excepciones que siempre han confirmado la regla. 

Desde el siglo XIX, cada ensanche, cada recalificación, cada desarrollo urbanístico, ha supuesto un pelotazo, un chanchullo, un fenómeno especulativo, en el que la administración, los negociantes y los políticos han ido de la mano

El suelo, la vivienda, la construcción, el ladrillo, son aún uno de los motores del crecimiento económico de España. No importa cuál haya sido el sistema político, dictadura, dictablanda, democracia, monarquía y hasta república que hayamos tenido por estas tierras, la expansión urbanística ha sido un fenómeno transversal que ha movido dinero, puertas giratorias, ascensos y caídas de empresarios, políticos, gobiernos y hasta regímenes políticos.

Este gran pilar de unidad de todas las Españas se ha visto acompañado de otras dos columnas vertebradoras. Una, la emigración, que expulsaba fuera del país a la mano de obra excedente. Desaparecían parados y se recibían sus dineros ganados allende nuestras fronteras.

La otra columna, algo más reciente, es la del turismo que ha retroalimentado al sector inmobiliario y de la construcción. Enladrillar todas nuestras costas, gentificar y gentrificar nuestras ciudades, construir hoteles, alojamientos turísticos, viviendas turísticas, ha sido una preocupación constante que ha permitido mantener vivo un negocio que sigue moviendo miles de millones de euros y centenares de miles de puestos de trabajo.

Cada alcalde, cada pueblo, cada comunidad autónoma, el gobierno de la nación, siguen alimentando el  sueño imposible de convertir cada rincón en un punto de tracción y afluencia de turistas. No importa el destrozo. No importa lo imposible del sueño generalizado. Importa que se mueva mucho dinero, importa la cara de velocidad, importa la promesa de miles de empleos futuros, aunque nunca lleguen, o lleguen en mal estado. 

Esto no tiene arreglo, España y yo somos así, nunca cambiaremos, dicen algunos. Pero, pese a la realidad que esconden estas afirmaciones, quiero pensar que algo cambiará si nos empeñamos en cambiarlo. Quiero creer que podemos aliviar la pesada mochila que nos impide avanzar

Quiero desear que con nuestro voto, pero sobre todo con el trabajo y la exigencia de cada día, aún sea posible que la España trabajadora y republicana, preocupada y ocupada con la cosa pública, con lo que es de todas y todos, se abra camino un buen día. 

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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013.

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