Plaza Pública

Romper el marco “España”

Antón R. Castromil

La “cuestión catalana” ha sido abordada desde muchos puntos de vista: legal, político, internacional, de convivencia… A mí me gustaría añadir un poco más de combustible a un debate que conviene alimentar y mantener, ya que nos va mucho en ello en tanto que sociedad.

Lo que se propone aquí tiene que ver con un elemento analítico adicional que apunta a la construcción de los significados entre los ciudadanos. ¿Qué significan los marcos “España” y “Catalunya” en tanto que elementos interpretativos de los hechos políticos y sociales que estamos viviendo? ¿Cómo han sido construidos y qué características presentan?

La cuestión tiene su importancia, ya que se trata de abordar la problemática de cómo los ciudadanos construyen sus universos significativos. Sus filias, sus fobias, sus miedos, enfados y alegrías.

Me da la sensación de que, en el fondo, el “choque de trenes” entre España y Catalunya tiene mucho que ver con la construcción de lo que “Catalunya” y “España” significan en la mente de todos nosotros.

Ofrecemos aquí algunas hipótesis para el debate. El principal elemento de éxito del encuadre “Catalunya” quizá tenga que ver son su carácter interclasista, mucho más que con cuestiones culturales típicas del nacionalismo más esencialista.

Es decir, la idea de que Catalunya es una nación con derecho a decidir su futuro de manera autónoma ha sido aceptada por los más diversos estratos sociales.

Y ha hecho posible lo impensable: que la izquierda independentista clásica (ERC), los independentistas antisistema (CUP) y la derecha nacionalista burguesa (PDeCAT) remen en la misma dirección.

De este modo, el encuadre soberanista catalán ha sido capaz de desplazar la línea de conflicto clásica que había enfrentado a estos actores desde lo ideológico-clasista a lo nacional, naciendo así el denominado “procés”.

Da la sensación de que estos actores (y algunos movimientos sociales y organizaciones circundantes) han sido capaces de llevar a cabo un proceso de simplificación del encuadre “Catalunya”.

Parece evidente que el significante “Catalunya” ha relajado cuestiones esencialistas clásicas. Quedan fuera o bastante marginadas del debate público la lengua, la cultura y literatura catalanas o la historia común que enraíza en el alma del pueblo catalán.

Todo ello cede espacio (aunque no desaparece del todo) a cuestiones de ámbito político. Pero un ámbito político que, a su vez, podríamos definir como de “baja intensidad”. El derecho a decidir ha podido ser suscrito por sectores sociales muy diversos.

Con estas nuevas reglas de juego, ciudadanos muy diferentes han podido

comprar el redefinido encuadre “Catalunya”. Se trata de un universo significativo mucho más pobre, pero más incluyente y, en definitiva, más potente.

Proceso contrario parece que sufre el encuadre “España”. Sigue conteniendo un componente excluyente que lastra su aplicabilidad en amplios sectores sociales, sobre todo en el universo simbólico de la izquierda y en ciertos territorios denominados “históricos”.

Se podría argumentar que “España” en tanto que marco que organiza la experiencia y empuja al ciudadano a la acción dispone de un campo de aplicación mucho más limitado y pobre.

Habría que estudiar el encuadre a fondo, pero, en una primera mirada, descubrimos en él cuestiones como el centralismo castellano, restos de tradiciones en declive (como el catolicismo y la tauromaquia, por ejemplo) y un claro tufo político conservador. Todos estos elementos (y algunos otros que el lector pueda incorporar) parecen asediar al universo significativo “España”.

Si esto es así, el “choque de trenes” al que hacíamos referencia hace sólo un momento se podría estar produciendo entre una locomotora perfectamente engrasada y a toda velocidad (Catalunya) y un vetusto tren de cercanías achacoso y taciturno (España).

Quizá esta circunstancia explique el empeño del gobierno del Partido Popular por tratar el “problema catalán” desde una perspectiva exclusivamente legalista y policial. Parece que desde Moncloa son conscientes que en el terreno político tienen todas las de perder. Por eso utilizan el parapeto en apariencia impermeable de la Constitución y el Tribunal Constitucional.

Una posible solución para que este enfrentamiento de encuadres España/Catalunya deje de ser un juego de suma cero tiene que ver con la necesidad imperiosa que tenemos de romper el actual marco “España”.

De igual modo que los catalanes han sido capaces de redefinir la idea de “Catalunya” para coser en ella todo un “procés” soberanista, desde España se necesita abrir a nuevos sectores sociales la idea de país.

Hoy en día definirse como español continúa siendo tarea ardua para muchos ciudadanos, lo que da clara muestra del carácter excluyente del encuadre. Pero los marcos, como diría el sociólogo canadiense Erving Goffman, también sufren crisis de aplicabilidad, de manera que, en muchas ocasiones, terminan rompiéndose.

Debemos romper el encuadre monolítico “España”. Desgastarlo para, inmediatamente después, transformarlo en lugar de encuentro e intersección de sectores sociales, política e ideológicamente diversos.

Un nuevo marco que sea capaz de crear fisuras en el actual encuadre “Catalunya”, robándole adeptos. Ciudadanos que pudieren resultar atraídos por una nueva visión de una España abierta, plural, multinacional y plurilingüe, en la que la diferencia sea vista como un valor y no como un factor de desconfianza.

Pero claro, para ello se necesita que la izquierda española se implique en el proyecto y que la derecha acepte dejar de secuestrar el encuadre “España”. Ni una ni otra posibilidad parecen demasiado factibles. Sin embargo, la urgencia del momento histórico que vivimos parece aconsejarlo antes de que el tiempo se agote.

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De momento yo, bajo estos términos, he dejado de ser español.

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Antón R. Castromil es profesor en la Universidad Complutense de Madrid

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