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Que vuestros sueños se hagan realidad y vuestras pesadillas sean sólo un sueño

"“Ser mejores es fácil: sólo tenemos que parecernos más a lo que decimos que a lo que hacemos”.

Hoy es día uno y ha llegado la hora de hacer proyectos, de contarnos mentiras si nos hacen falta y de tener buenos propósitos: año nuevo, vida nueva, nos decimos, haré deporte, comeré sano, estudiaré un idioma, dejaré de fumar, leeré los libros que no leí en su momento, recuperaré amistades perdidas… Y sobre todo, hoy es un día ideal para acordarse de esa hermosa sentencia que dice que lo que distingue a las cosas de verdad importantes, es que no son cosas.

Por todo eso, hoy me voy a callar y este artículo se va a callar conmigo. No pienso de ninguna manera descender a la política, ni dar mi opinión sobre lo que está ocurriendo en Andalucía, en Cataluña y, en general, en una España donde tanta gente rema en el mismo barco, pero en direcciones contrarias o, en tierra firme, da pasos en dirección opuesta a los demás, hacia el terreno donde son imposibles el abrazo y el entendimiento. La semana que viene ya hablaremos de lo lógico que es que Albert Rivera se llame igual que Einstein, porque no habrá inventado la teoría de la relatividad, pero sí el centro-ultraderecha, que tampoco era fácil y también requiere muchas horas de laboratorio y fontanería, no para encontrar la fórmula del cinismo, sino algún gas adormecedor que narcotice a la ciudadanía y le haga ver visiones; y si eso no funciona, se encienden aquí y allí fuegos de los que salga un humo que nos nuble los ojos, como el de la canción de Jerome Kern: “Me preguntaron cómo sabía / si mi amor era de verdad / Yo por supuesto contesté que / hay algo aquí dentro que no puede negarse. / Dijeron: algún día descubrirás que todos los que aman están ciegos. / No olvides que cuando tu corazón esté ardiendo, / el humo entrará en tus ojos.” A veces pasa lo mismo con las banderas: cuando se agitan, tapan el horizonte.

El lunes que viene, también confesaré hasta qué punto me escandaliza el cinismo de los que pactan con un partido que vulnera gran parte de las normas que dicta nuestra Constitución y también las leyes esenciales de la propia democracia, algo que evidentemente no le importa lo más mínimo a sus nuevos socios y, en algunos casos, viejos camaradas. La convivencia no consiste en poner bolas de colores en un árbol cada doce meses, sino en respetar los derechos de todas y todos. Vivan las mujeres que se quitaron el sombrero y malditos sean los que nos quieren volver a poner la boina roja de la Falange. Los que hoy se alían con Vox, mañana serán cómplices de su xenofobia, su misoginia o su homofobia, por citar sólo tres de los venenos del menú, y tendrán que explicar cómo se transige con una doctrina así sin compartirla. Por ahora, la única justificación de Ciudadanos y el Partido Popular ha sido la de siempre: tomarnos por tontos y jurar que ellos no han firmado nada con nadie, que sus socios no son sus asociados y que nada los une a la gente a la que se han atado. Las declaraciones que ha hecho en ese sentido Juan Marín, el hombre fuerte del partido naranja en el lugar de los hechos, son para añadírselas a la Historia universal de la infamia de Borges.

Pero, ya lo he avisado, hoy no pienso hablar de eso, no es el día. Hoy todos los caminos son una pista de despegue. Así que tampoco me acordaré de Pablo Casado y de la forma en que mientras ante los bosques de micrófonos clama al cielo por la falta de transparencia de la reunión de Barcelona entre Sánchez y Torra, de puertas para dentro manda a los suyos encontrarse en Sevilla y en secreto con Vox. Lo suyo y lo de Rivera no es incongruencia, sino pura y simple hipocresía.

El precio de que la banca siempre gane es que siempre pierdan los mismos

Y naturalmente, voy a dejar pasar el barco del PSOE, de que no se sabe bien si es un trasatlántico o un buque fantasma, pero sí que tiene muchos agujeros, unos debidos al fuego amigo y otros al enemigo. La Moncloa lo tiene regular tirando a catastrófico en Cataluña y en Andalucía, y sin esas dos comunidades no va a ganar unas elecciones, porque eso no puede ser y además es imposible. Y lo peor es que ha pasado de tener barones a tener virreyes, y para demostrarlo ahí está Susana Díaz atrincherada en su puesto y haciendo como que no tiene nada que ver con esa mujer de cuyo nombre no quiere acordarse y que fue ella misma cuando dijo en una comparecencia pública: “Si conmigo no mejoran los resultados electorales, yo me iré sin hacer ruido, sin fracturar al PSOE, porque todos y cada uno de nosotros somos menos importantes que el partido y porque eso forma parte de nuestra tradición: ser socialista es una manera de vivir y de estar”. Aunque parece que, sobre todo, de estar, porque ella ha perdido casi al treinta por ciento de sus votantes y como otra que yo me sé, no se va, se queda.

Sin embargo, insisto: ni una palabra sobre todo eso. Y de Podemos, tampoco decimos esta boca es mía, y eso que habría mucho que comentar sobre la manera en que su paso hacia arriba le ha hecho retroceder, convertido en un actor de reparto y con malas expectativas en los sondeos, quizá porque cuanto más cerca se está del poder, más se aleja uno de la calle. ¿Será eso inevitable? ¿Será que el poder es lo contrario de la realidad? Ahora que hay tanto analista que se define como politólogo, eso habría que estudiarlo, ¿no? Me temo, sin embargo, que aquí por más autovías que hagamos no se acorta nunca la distancia entre el dicho y el hecho, con lo que siempre tenemos más respuestas que soluciones. Será que se nos va la fuerza por la boca.

Así que hoy no voy a hablar de nada de eso. Hoy, no. Lo único que quiero, y les aseguro que lo quiero de todo corazón, es que a todas y todos, sea cual sea su forma de pensar, os vaya bien este 2019 “incomparable que ya nadie nunca / volverá a ver jamás sobre la tierra”, como diría el maestro Ángel González. Que os quieran y queráis. Que vuestra vida os trate bien. Que vuestros sueños se hagan realidad y vuestras pesadillas sean sólo un sueño. Que tengáis el único hambre digno de aplauso que existe, que es el que hace falta para querer comerse el mundo. Sed felices, cada una y cada uno a su modo. El resto, ya lo discutiremos cuando llegue la hora.

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