50 años: el principio del fin de la dictadura
'Profesión: sus labores' y otros atropellos que el feminismo ha corregido en medio siglo de democracia
Profesión: sus labores. Era lo que figuraba, hasta hace no tanto tiempo, en el DNI de las mujeres que se dedicaban al trabajo doméstico no remunerado. Una categoría que relegaba las tareas de cuidado al ámbito privado, a la más estricta intimidad. Cocinar, criar a los hijos, cuidar de los enfermos y esforzarse por hacer de los hogares espacios habitables era, sencillamente, algo que las mujeres escogían como sus labores. La categorización estuvo vigente hasta 1985. Entonces hacía ya diez años que había muerto el dictador, pero el cambio social en torno al papel de las mujeres como sujetos activos de derechos se presentaba como uno de los mayores desafíos sociales y políticos de la etapa que se abría.
Lo recuerda Justa Montero, militante del movimiento feminista de Madrid. "Hubo que abrir muchas puertecitas y muchas ventanas", relata en conversación con este diario, porque "nada empieza ni brota de repente". Antes que ella, concede, "hubo mujeres formándose de manera clandestina" para sembrar los frutos que otras recogerían. Para Montero, la muerte del dictador representa la apertura de "un espacio de lucha social por ver cómo se acaba con la dictadura. Porque su muerte no quiere decir que se acabe", así que se inicia "un proceso en el que está por definir la sociedad y lo que se considera una democracia radical".
Lo sabe bien la sindicalista Ana Sigüenza, militante de CNT desde 1977 y la primera mujer en ocupar la secretaría general de un sindicato. Recuerda de aquellos años el ambiente en la universidad, con "catedráticos que eran absolutos fascistas", también los viajes clandestinos a los que las mujeres se veían abocadas para poder abortar y la persecución del acceso a anticonceptivos. "Las mujeres de clase obrera que éramos muy jóvenes cuando murió Franco tuvimos que afrontar a la vez el conocimiento y práctica de nuestra sexualidad, sin acceso a los métodos anticonceptivos ni de interrupción voluntaria del embarazo", señala.
Pero sobre todo, recuerda la violencia contra las disidencias políticas y la lucha sindical de la que entonces también empezaron a formar parte las mujeres: "Tuvimos que luchar, junto con nuestros compañeros hombres, por nuestros derechos laborales. Y, como ellos, vivimos las traiciones de quienes se otorgaron nuestra representación para ir mutilando esos derechos. Lo vivimos en los setenta con huelgas como la de Induyco". En aquellos años, repara la sindicalista libertaria, se estaba cometiendo además "un obrericidio que llegaría hasta los ochenta, en el que mataron a demasiados jóvenes, hombres y mujeres que eran la nueva clase trabajadora". En su memoria están los nombres de Belén María Sánchez Ojeda, María Luz Nájera y Elvira Parcero, entre otros muchos. "En todas las épocas, el apoyo mutuo ha sido para las mujeres obreras y sindicalistas la energía que necesitábamos y dábamos", asiente al otro lado del teléfono.
Protagonistas y sujetos de cambio
Si algo tenían las mujeres entonces, era ansias de cambio. "Franco muere en noviembre y en diciembre se celebran las primeras jornadas feministas", recuerda Montero. Un acto "muy determinado por el contexto político del momento", en el que brotan reivindicaciones propias como "una amnistía específica para las mujeres" encarceladas por cuestiones como la prostitución, el aborto o el adulterio. Surge entonces la "irrupción del feminismo, con una fuerza impresionante y enseguida muy organizado". Se forman grupos de mujeres "en la universidad, en los barrios y en las empresas".
En esa línea, añade la activista, el feminismo supone "una apuesta clara por intervenir en ese cambio social radical necesario de la ruptura con la dictadura". Emerge además una "explosión de los deseos de libertad de las mujeres para poner en la agenda todo", desde su papel en la construcción de todo el nuevo entramado legislativo, hasta la reivindicación del deseo y el placer sexual. El movimiento feminista es, al mismo tiempo, las "ansias de libertad, sometida a una negación absoluta durante el franquismo" y actor protagonista en "la reconfiguración social, política y normativa". Ellas querían estar presentes y para ello era necesario abonar el terrero para conseguir "cambios en la subjetividad y vida de las mujeres".
Esas ansias de cambio las canalizó Sigüenza a través del movimiento sindical. La joven dirige sus pasos hacia la CNT el mismo año en que deja de ser obligatoria la afiliación al sindicato vertical. En marzo de 1977, la madrileña asiste al multitudinario mitin del sindicato en San Sebastián de los Reyes, su primer gran encuentro tras la clandestinidad, en un momento en que la organización anarcosindical no estaba todavía legalizada. Meses después, en otro acto celebrado en Montjuïc, una de las manos que agarraron el megáfono fue la de la histórica Federica Montseny.
Aunque "el mundo sindical era eminentemente masculino", el sector al que pertenece ella, la industria química, "está feminizado y eso se notaba". "Me encontré a un sindicato sensible a los problemas propios de los sectores feminizados. Y la mayor ventaja de aquello es que caminábamos todas siempre al unísono", presume.
Medio siglo que vale por tres
La historiadora Gloria Nielfa transita por todo el entramado legal en el que se plasmó el reconocimiento formal de los derechos de las mujeres. El punto de partida, el más evidente: la igualdad reflejada en el artículo vigésimo cuarto de la Constitución. "Para poder reclamar la igualdad, era necesario reconocerla como un derecho", clama la historiadora, quien cita también la necesidad de "remover los obstáculos para que esta igualdad sea real", un requisito contenido en el artículo 9.2. El germen de entonces terminaría de brotar décadas después, con la Ley orgánica para la igualdad efectiva de mujeres y hombres.
El Estatuto de los Trabajadores plasmó sobre el papel, en los ochenta, el principio de no discriminación en el empleo. "Eso no quiere decir que desaparezca, pero es un texto legal que esgrimir", puntualiza Nielfa. Comienzan entonces a ampliarse los permisos de maternidad y nacen los de paternidad. Hasta 2007, los hombres únicamente cuentan con dos días de baja por el nacimiento de sus criaturas. Los de paternidad son permisos "importantes para que los hombres puedan vivir su paternidad, pero también para que la maternidad no sea una amenaza para las mujeres", enlaza la historiadora.
Pero si algo supuso un auténtico revulsivo simbólico y material para las mujeres, fueron aquellos aspectos vinculados a la sexualidad y las relaciones afectivas. A finales de los setenta, las mujeres llenaron las calles de Barcelona bajo un lema: "Yo también soy adúltera". Pedían la despenalización del adulterio, un delito contenido en el Código Penal: "Cometen adulterio la mujer casada que yace con varón que no sea su marido y el que yace con ella, sabiendo que es casada". En 1978, sale adelante la norma que despenalizaría el adulterio y el amancebamiento.
El mismo año quedaría también fuera del Código Penal el acceso a los anticonceptivos, pero habría que esperar hasta 1985 para celebrar la reforma que depenalizaría la interrupción voluntaria del embarazo, sólo en tres supuestos. En 2010, con la ley de plazos, las mujeres dejaron de tener que dar explicaciones para ejercer ese derecho.
En 1981 se producen dos reformas del Código Civil. Una de ellas sobre filiación, patria potestad y régimen económico dentro del matrimonio. Se acaba la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos, la patria potestad pasa a ser conjunta y los hombres dejan de ser los administradores de los bienes conyugales. La segunda es la gran reforma que permite el divorcio. "La regulación del matrimonio es fundamental para que las mujeres no estén en situación de inferioridad", afina la experta.
Fue la movilización social de las mujeres, en parte, la responsable de las grandes victorias legislativas que se irían cosechando conforme avanzaron los años, como la Ley contra la violencia de género o la Ley de libertad sexual que "pone el acento en el consentimiento en las relaciones sexuales".
"Con el miedo no se va a ninguna parte"
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A pesar de los avances, exclama la historiadora, queda todavía mucho por hacer. La mayor brecha está a su juicio en la educación: "Falta una labor educativa fundamental para transmitir la idea de igualdad y atajar violencia contra las mujeres". Hacer memoria es también recordar que "se suprimió la asignatura Educación para la ciudadanía", una materia que funcionó fugazmente como "un cauce para esta labor". En algunos casos, además, "faltan medios para aplicar lo que establecen las leyes".
Pero el principal problema no son sólo los derechos por conquistar, sino el avance reaccionario. "Siempre hay que partir de la idea de que ninguna conquista es irreversible, hoy se está viendo muy claramente que hay amenazas tangibles a esos derechos", pronuncia Nielfa.
Montero coincide en el diagnóstico. "A nivel internacional, la extrema derecha plantea una salida social, política y económica que implica un retroceso brutal y donde la pugna contra el feminismo es central, no sólo a través de batallas culturales, sino también por el modelo que plantea". Sí cree que es "un elemento de preocupación", porque puede tener "una expresión política que suponga una involución", pero se resiste a caer en el derrotismo. "En las aulas y en la calle también se expresa esa otra fuerza, la de seguir avanzando en derechos. Es un momento complicado, pero hay todo un movimiento que tiene fuerza", zanja. Al fin y al cabo, una de las principales lecciones que dejan en herencia las mujeres es precisamente que "con el miedo no se va a ninguna parte".