13F | Elecciones en Castilla y León

Las encuestas desatan los nervios en el PP tras semanas volcados con la carne y los fondos por orden de Casado

Alfonso Fernández Mañueco y Pablo Casado en un mitin de campaña.

Con la ruptura de la coalición de gobierno entre el PP y Ciudadanos y el adelanto electoral en Castilla y Léon Pablo Casado buscaba dos cosas: una victoria incontestable, al estilo de Isabel Díaz Ayuso, que permitiera a su partido gobernar esta comunidad sin necesidad de socios, y un empujón definitivo a sus aspiraciones de alcanzar La Moncloa. 

Este lunes, a seis días de la votación, las encuestas dicen que ambos objetivos están más lejos que hace un mes. Si no hay sorpresas, el actual presidente, Alfonso Fernández Mañueco, tendrá que cambiar a un socio moderado —Ciudadanos— por uno extremista —Vox— que además estará en condiciones de exigir, por primera vez, formar parte de un gobierno. Y, lo que es peor para los intereses de Casado, apuntan a un escenario muy poco propicio para su intento de apoyarse en las elecciones de Castilla y León con el propósito de relanzar su candidatura de cara a las elecciones generales de 2022.

No tiene por qué ser así. Las encuestas también reflejan una amplia bolsa de indecisos, así que todo puede ocurrir. Pero los nervios empiezan a ser visibles en las filas del PP y en la derecha mediática, que hace apenas un mes, con las expectativas de voto en el 40%, daban por segura una abultada victoria de Mañueco. Lo bastante grande, según los cálculos de Génova, como para repetir el éxito de Ayuso en Madrid y sumar más escaños que la izquierda. 

Ese es el listón que marcará la diferencia entre el éxito y el fracaso de la decisión de adelantar las elecciones. Con más escaños que la izquierda, el PP se sentirá libre de gobernar sin dar a Vox nada a cambio. Al menos en la investidura, porque otra cosa muy distinta será la negociación de Presupuestos. Pero si tiene menos, en Génova son conscientes de que esta vez Vox será decisivo y ejercerá su poder. Al menos eso es lo que Santiago Abascal ya ha anticipado.

En el cuartel general del PP ya saben, a la vista de las encuestas, que su estrategia de campaña no está funcionando. La decisión de convertir el falso debate sobre la carne en el eje de su discurso no ha tenido éxito, como tampoco la denuncia constante pero sin datos que la corroboren de que el Gobierno está discriminando a las comunidades del PP en el reparto de los fondos europeos. 

Está por ver si, además, a Pablo Casado acaba pasándole factura la evidencia de que alentó una operación secreta para tumbar el cambio de normativa laboral con ayuda de diputados tránsfugas que acabó además fracasando por el error de uno de sus parlamentarios. Por lo pronto, lo ocurrido no ha sentado bien en algunos medios muy influyentes entre los votantes más radicales de la derecha, lo que puede estimular el trasvase de voto del PP a Vox que detectan algunas encuestas.

Algunos dirigentes del PP ya discuten en privado la estrategia del equipo de Casado y lo difunden a través de la prensa que les es más afín. Creen que acusar al Gobierno de tratar de perjudicar al sector de la carne o la decisión de poner en duda la legitimidad del sistema hablando de “pucherazo” cuando todo el mundo sabe que la votación se perdió por el error de uno de sus diputados ha trasladado la campaña al territorio que más le interesa a Vox. Y ahí siempre ganan los ultras. 

El PP, sostienen, debería haberse centrado en la gestión de Mañueco y de presidentes como Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso en vez de situarse en el barro que mejor rentabilizan los de Santiago Abascal.

El intento de hacer de Castilla y León una campaña nacional, con Pablo Casado disputando casi cada día el protagonismo a su propio candidato, tampoco parece haber dado frutos. Uno de los objetivos era conseguir que el presidente Pedro Sánchez entrase en el cuerpo a cuerpo con Mañueco o con Casado a cuenta de Castilla y León, pero no lo han conseguido. 

El riesgo de despertar a la izquierda

Algunos creen además que el tono de la campaña está sirviendo para despertar a los votantes de una izquierda que, hasta hace un mes, estaba desmovilizada y que daba por inevitable una victoria del PP.

El propio Casado admitió hace apenas unos días que la victoria que daba por segura no lo es tanto al denunciar como un riesgo que el PSOE llegue a arrebatarles el gobierno de la comunidad “en los despachos”. 

Uno de los temores del equipo de Génova es que Mañueco quede atrapado en manos de Vox. Su intención era poner Castilla y León como un ejemplo de que, como sucedió en Madrid, el PP puede gobernar en solitario y no depender de nadie. Buena parte del argumentario del partido en las últimas semanas pasa precisamente por ahí: las coaliciones no funcionan, así que hace falta obtener un gran resultado para no tener “las manos atadas”.

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En la dirección de PP temen que si al final todo depende de los ultras empezará a ser evidente que el sueño de alcanzar la Moncloa sólo será posible con ayuda de Abascal. Casado quería anotarse dos grandes victorias, en Castilla y León y en Andalucía, antes del verano, que será cuando el congreso del partido le proclame candidato.

Al PP sólo le queda mantener la movilización de los últimos días —la dirección del partido y sus principales barones, con especial protagonismo de Ayuso, se multiplica para estar presente en las nueve provincias— y esperar lo mejor.

Si los peores augurios se confirman, Mañueco y el propio Casado pueden no ser los únicos perjudicados por la decisión de Génova de jugar la carta del adelanto electoral en Castilla y León. El presidente andaluz, Juanma Moreno, vive pendiente de lo que ocurra el domingo. Un éxito del PP será un buen aliciente para convocar ya las elecciones en su comunidad, pero una victoria ajustada y, sobre todo, un gran resultado del Vox pueden hacer que valore la posibilidad de retrasar la convocatoria electoral andaluza hasta otoño.

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