Guías de Memoria en Cantabria o cómo llevar la Historia democrática a las calles

María Toca Cañedo

La idea que nos llevó a realizar las Guías de Memoria en la ciudad de Santander, que pronto extenderemos al resto de la región, fue el convencimiento de que debíamos sacar la verdadera historia de lo ocurrido en nuestro país antes, durante y después de la guerra (me niego a llamarla civil) de España. El relato ha sido cosido con hilo firme por la dictadura. El “terror rojo”, “los curas tirados vivos por el faro”, los “paseados por la FAI”, “la masacre del Alfonso Pérez” y tantos más relatos han curtido, en algunos casos con mentiras flagrantes, las mentes durante generaciones. Era y es imprescindible romper el relato.

Las asociaciones, que han realizado una ingente labor memorialística de recuperación, andan encerradas en si mismas. Hablan para convencidos y un grupo pequeño de personas pensamos que no era eso la mejor forma. 'Hay que llevar la Memoria a las calles', nos dijimos. Y se hizo con éxito. Es imprescindible contar la propia historia a los/as vecinas de mi ciudad porque el silencio de los/as protagonistas, ocultó los hechos. El miedo impregnó a la siguiente generación haciendo que solo se oyera una voz. La voz de la dictadura, la voz falaz, tendenciosa y encubridora que contaba y agasajaba a una parte. Precisamente la golpista, la genocida, obviando la verdad de las víctimas del fascismo.

Decidimos realizar el experimento un nublado y lluvioso día de noviembre, tirándonos a la calle pensando que seríamos cuatro. Subimos la escalinata del IES Santa Clara de Santander decididas a contar lo que investigamos. La historia de nuestra gente. La historia común que debía conocerse.

El edificio del IES es colosal, en sus aulas han estudiado personajes ilustres de nuestra tierra. Las informaciones abundan en detalles, incluso de los ancestros que fueron conventuales, habitado por clarisas, de ahí su nombre. Conocía la intrincada historia que se desarrolló en su grandilocuente salón de actos porque hay historiadores y cronistas valientes que contaron los hechos. Mi admirado y querido José Ramón Saiz Viadero, el principal. A sus escritos e investigación recurrí para contar la historia.

La guerra duró trece duros meses, hubo bombardeos continuos con uno terrible, el que tomó por sorpresa a la ciudad un domingo navideño, el 27 de diciembre de 1936

Santander se inclinó de forma curiosa al respeto de la legalidad republicana de forma un tanto rocambolesca, debido al talento de Bruno Alonso, Saiz Olazarán y alguno más que integraban en julio del 36 el Frente Popular. Lo cierto es que la guerra duró trece duros meses, que hubo bombardeos continuos con uno terrible, el primigenio que tomó por sorpresa a la ciudad un domingo navideño, el 27 de diciembre de 1936.

Era un día soleado, la gente paseaba sin intuir que la muerte volaba con prisa desde Burgos y bordeando la costa derramó el cargamento sobre los paseantes. Eran las doce del mediodía. Como en Gernika, como en Bilbao, como en la Desbandá, las águilas de la Luftwaffe buscaban entrenarse dejando el mayor numero de víctimas y dolor posible. El caos y la muerte sembró los barrios obreros, porque los nazis respetaban a los ricos que andaban amigados con los golpistas. 59 victimas, muchos niños, viejos que exponían sus huesos húmedos al sol. Una madre despanzurrada por la bomba soltó la mano del carrito del bebé que minutos antes la sonreía, anduvo cuesta abajo y durante varios días la enloquecida familia de la víctima le buscó hasta dar con él. La madre no pudo encontrarle porque la enterraron a trozos.

Una niña solo soltó la mano de su hermanita muerta cuando la vio ensangrentada, otros corrieron buscando amparo y cayeron doblados por la bomba experimental. Sigue pasando, ahí tenemos Gaza. Nada nuevo, pero hay que contar que ese horror fue el preludio de las enloquecidas turbas que asaltaron el Alfonso Pérez. En las Guías lo contamos todo, no caemos en la falacia ni imitamos a los fascistas, asumimos la historia al completo.

Jamás debió pasar. Masacrar a 159 presos detenidos en el barco fue bárbaro. La que suscribe esto tiene un familiar entre ellos. Lo que ocurre es que si solo se cuenta una parte, la otra queda oculta y la historia se descompensa. Y no se entiende.

En lo alto de las escaleras del portón de Santa Clara contamos que en el salón de actos donde hoy se realizan celebraciones varias, en 1937 se convirtió en sala de los juicios sumarísimos. Entre las paredes de ese salón escucharon el veredicto de muerte, Matilde Zapata, Manolita Pescador y los miles de fusilados o agarrotados que sembrarían la fosa de Ciriego derrochando la sangre de inocentes en las fosas cavadas por presos de Corbán que los días de lluvia encontraban un charco rosado que había formado la sangre de los fusilados mezclada con la cal que se les esparcía.

Porque los fusilados de Ciriego no tenían derecho a la tierra ni al nombre. Se encargaba el cura del cementerio de borrar cualquier prueba de lo que allí ocurría. Hoy, Soto Pidal, el cura criminal, descansa bajo losa del altar mayor de la patrona de Santander, la Virgen del Mar, que nosotras también tenemos nuestra Macarena de Sevilla y criminales enterrados en ella.

Esa fue otra Guía. Disculpen la dispersión… tanto que contar.

Contamos ese día de noviembre que del salón de actos del Santa Clara se salía condenado/a siempre. Diez, doce, catorce reos, diez minutos para cada uno. Fiscal militar, defensor militar, jueces militares. Militares golpistas, claro está. A las víctimas se las acusaba de rebelión, a ellos que habían sido los fieles. A la bizarra Matilde Zapata, periodista con uno delito grave, contar la verdad y ponerse del lado del pueblo, la dedicaron tres penas de muerte.

"Guárdese dos señor fiscal, a mi con una me llega, y a usted puede que le hagan falta", respondió, mirando a los ojos, de pie, con el cráneo rapado. Manolita Pescador no pudo contener las lágrimas; era solo una joven de dieciocho años, hermosa y brillante y muy enamorada. Meses después su amor, un guardia civil, la fusilaría entre otros en el muro de Ciriego. Dicen que no resistió, que se volvió loco.

Sigo que me disperso, ustedes perdonen.

Partimos hacia la Plaza de Pombo, pasando por el Café Tívoli y entonces apretó la lluvia. Dio igual, me sentí el flautista de Hammelin porque más de cien personas me seguían ciegas en busca de lo que se contaba. En esa misma esquina una tarde de junio tomaba café y jugaba al dominó Luciano Malumbres, periodista también, compañero de Matilde, cuando un falangista le tiroteó. Al día siguiente murió, a su entierro se volcaron más de 30.000 personas de aquella ciudad. Cuando les hablen del terror rojo les recuerdan ese crimen o como desde la sede de Falange, en la misma calle que balearon a Malumbres, tiroteaba a manifestantes, luego corrían escapándose por los tejados de la calle del Martillo.

Hoy, el bar Tívoli, que antes se llamaba Zanguina, es un sitio de pinchos, un poco pijo que huele muy bien. Les contaba a mi gente que en el suelo aún vibra la sangre del periodista Malumbres.

Llegamos a la Plaza que fue nombrada por los tiranos, de José Antonio, hoy tornó al origen, se llama de Pombo. En Santander queda nomenclatura fascista. El fiscal de Memoria, Carlos Yáñez, tuvo que apretar bien fuerte a la Corporación obligándole a cumplir con la ley. Lo luchamos la sociedad civil y se consiguió.

Desde la Plaza de Pombo se ven cuadritos de la bahía, intentamos imaginar la desesperada espera de un sitio en alguna de las frágiles barcazas que sorteaban la mar abierta cuando la bahía dobla la esquina y el Cantábrico se pone firme. Muchas zozobraron ahogándose los/as huidos. Otras consiguieron huir, dándoles caza el crucero Canarias que se avezaba furtivo para devolver a tierra a los huidos. Que la fosa de Ciriego debía de tener bien de hambre y quería más víctimas.

Señalamos a la calle Santa Lucía, donde en el numero cuarenta y cuatro balearon al Cariñoso, apresaron a la suegra que poco después fue a parar a Ciriego, y apresaron a la compañera. Iba embarazada de seis meses, las patadas, los golpes y las humillaciones no deshicieron a la niña que nació, se crio bajo el amparo de la abuela valiente y luego, con más de sesenta años recuperó el apellido Lavín. "Porque es un orgullo llevar el nombre de mi padre en bandera, María", me contaría un día emotivo.

Hemos realizado cuatro o cinco guías donde la gente se agolpa con ganas. Y luego cuentan, rompen el muro de silencio y refieren su historia. Sacada del barrunto del miedo y la vomitan para sanearse. Historias de familias rotas por años porque al fascismo se le puso en la gana dar un golpe de estado y romper la esperanza.

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Seguiremos con las guías. Seguiremos hablando y contando la historia de nuestra gente por ellos/as, pero también porque el futuro está dolorido y el conocimiento nos dará poder para enfrentarnos a los mismos de siempre.

Porque los que engordaron la fosa de Ciriego, y las más de ciento cincuenta de toda Cantabria, siguen detentando mucho poder y siguen odiando la libertad y la democracia lo mismo que entonces.

María Toca Cañedo es escritora, activista de Memoria Histórica y coordinadora de La Pajarera Magazine.

La idea que nos llevó a realizar las Guías de Memoria en la ciudad de Santander, que pronto extenderemos al resto de la región, fue el convencimiento de que debíamos sacar la verdadera historia de lo ocurrido en nuestro país antes, durante y después de la guerra (me niego a llamarla civil) de España. El relato ha sido cosido con hilo firme por la dictadura. El “terror rojo”, “los curas tirados vivos por el faro”, los “paseados por la FAI”, “la masacre del Alfonso Pérez” y tantos más relatos han curtido, en algunos casos con mentiras flagrantes, las mentes durante generaciones. Era y es imprescindible romper el relato.

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