Memoria histórica

Se vende antiguo centro de detención y tortura

Edificio de la antigua comisaría de La Gavidia, en el centro de Sevilla.

A Jaime Baena, antiguo trabajador de Hispano Aviación, no le gusta que al edificio se le llame –como hace todo el mundo en Sevilla– "comisaría de La Gavidia". "Centro de tortura de La Gavidia", silabea, para que se entienda bien. Baena, con un nutrido historial de detenciones por reparto de propaganda política durante la dictadura, probó personalmente los abusos policiales en la céntrica comisaría sevillana, cerrada en 2003 por su estado de deterioro. Catorce años después, en 2017, la Junta de Andalucía aprobó para la comisaría, que la oposición antifranquista de los años 60 y 70 llamaba elocuentemente "la fábrica de tortas", la catalogación de "lugar de memoria democrática". Se amontaban ya los testimonios que acreditaban el horror de los sótanos y las salas de interrogatorio de La Gavidia. CCOO Sevilla ha sentado ante una cámara a un puñado de los opositores detenidos, golpeados, insultados y vejados en la "fábrica de tortas" y ha lanzado con el material un corto documental que pretende servir para reforzar las posiciones contrarias a que se borre del edificio la marca de su historia macabra.

En La Gavidia tiene que quedar constancia "con pelos y señales" de lo que aquello fue, dice Baena en el documental de CCOO. Él dejaría los calabozos intactos. Y lamenta: "En otros países no desaprovechan esa oportunidad de explicarle a la gente a la historia". Su reflexión viene al hilo de un debate político y social abierto en Sevilla: ¿Qué hacer con la antigua comisaría? El Ayuntamiento compró el edificio en 2006 por casi 10 millones de euros. Pasada una década, ahí sigue. El actual alcalde, Juan Espadas (PSOE), se muestra resuelto a darle al fin un uso al edificio, tentador para la inversión privada. La prensa local da cada día cuenta de los proyectos planteados: un hotel de lujo, un cine, un gimnasio. El actual Gobierno local ha frenado los planes del anterior alcalde, Juan Ignacio Zoido (PP), de habilitar un área comercial, para lo que llegó incluso a recalificar el terreno. Espadas asegura que no hay nada decidido. CCOO propone que el uso del edificio sea compatible con un centro de interpretación de la dictadura

"Es un lugar absolutamente emblemático para la gente que ha luchado. Allí se quiebra una parte de nuestra vida, se hace tangible la lucha por la libertad. Para mí sería un fraude del Estado y de los gobiernos si en ese edificio no se residenciara la memoria histórica para recuerdo de los jóvenes", afirma Kechu Aramburu, exdiputada en Andalucía, España y Europa con IU, que en su día experimentó los rigores de La Gavidia. El administrativo Francisco Rodríguez, otro trabajador torturado por reparto de propaganda, reflexiona sobre los usos al edificio. "A mí me gustaría explosionarlo, ser yo uno de los que pulsa el botón", dice ensayando una mínima sonrisa. "Pero, por otra parte, sabiendo lo que ha habido, aquello debería ser un museo de la memoria histórica".

La "fábrica de tortas" no le trae recuerdos fáciles. Uno difícil es del día de su detención. "Mi madre le dijo al comisario Beltrán [el temido Francisco Beltrán]: 'A mí me sacaron dos hermanos de mi casa y no volvieron. A mi marido le sacaron a su padre y tampoco volvió. Éste tiene que volver, porque yo me he quedado con su cara". Rodríguez recuerda ahora las secuelas de su paso por aquellas salas: "Llegué a tener una inflamación testicular, pus en los testículos. Nunca entenderé por qué hicieron eso conmigo".

Tres opciones

El alcalde Espadas precisó el jueves que "siguen abiertas" tres opciones: vender, hacer una concesión de uso o "asumirlo desde lo público". En 2015 Espadas y sus concejales hablaban abiertamente de un uso hotelero, o incluso del posible derribo. Desde entonces han pasado cosas, la más importante la catalogación como "lugar de memoria", que impone unas restricciones a su uso que podrían dificultar su enajenación.

Hoy es notorio lo que ocurría en aquella comisaría. Por ejemplo, los horrores que sufrían gays y transexuales. O las andanzas de Antonio González Pacheco, conocido como Billy El Niño, el siniestro policía franquista persistentemente acusado de torturas. Grupos municipales como IU y Participa Sevilla alertan abiertamente contra un posible "pelotazo", mismo término que utiliza CCOO. “En ese edificio se detuvo, interrogó y torturó a muchas personas que representan el capítulo más digno de nuestra historia reciente y no vamos a consentir que se dilapide su memoria y lo que supone para las generaciones posteriores”, señala Carlos Carreño, secretario de Relaciones Institucionales de CCOO en Sevilla.

"Un cuchitril sucio"

Fátima Castillo, trabajadora sanitaria también detenida en varias ocasiones, cree que al menos hay que dejar "una planta" que recuerde lo que fue la comisaría. Ella la conoció. "Es difícil de explicar. Hay que verlo. Un cuchitril sucio, con un ventanuco ahí arriba. El camastro, que era como un escalón de cemento. Y una manta gris, asquerosa, que olía mal", recuerda. Sonaba el timbre y se oía un nombre. A uno le tocaba ir al interrogatorio. "Nos poníamos todos con el corazón a cien. Cuando ibas por las escaleras con un gris, con las ventanas abiertas, él dejaba caer: 'Pues por estas ventanas se cae gente'". Luego Castillo recuerda "los zurriagazos con la manguera de gas".

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Hay más testimonios recabados por CCOO. Como el de Charo Núñez, a quien el paso por La Gavidia le dejó estragos psicológicos que desembocaron en una crisis personal. "Ese edificio es memoria vida de nuestro pueblo", reflexiona. María del Carmen Vázquez, que era trabajadora del textil, fue despedida cuando salió de La Gavidia y después ya sólo encontró trabajo como limpiadora. El estigma de los antecedentes penales. Jaime Baena también lo sufrió. Aunque son más graves las historias de lo que pasaba dentro: golpes, "la bañera" (simulación de ahogamiento), todo tipo de ardides para aterrorizar a los detenidos... Por allí pasó el histórico sindicalista de CCOO Eduardo Saborido, que describe: "Un pasillo sin salida, con tres calabozos pequeños. En el calabozo, un silencio sepulcral. Era una celda bastante sucia, con ese poyete que terminaba teniendo mucha grasa, mucha pringue".

Absoluta impunidad

"Uno no sabía si era de día o era de noche. Teníamos el terror de escuchar el timbre que nos obligaba a subir de nuevo y continuar el interrogatorio", explica Francisco Sánchez Legrán, detenido por actividad sindical como trabajador de Casa. "En las paredes había manchas que yo presumo que eran de sangre, o a lo mejor eran de pintura para darnos esa sensación de absoluta impunidad. Lo que nos transmitían eran que allí dentro podían hacernos lo que quisieran, que no había posibilidad de que trascendiera fuera", añade. A su juicio, la antigua comisaría "se tiene que conocer como el lugar en el que no se doblegó el deseo de libertad". "Yo era joven, tenía mucho miedo. Estando delante del comisario Beltrán, le pregunté si me podía sentar porque estaba temblando. Se levantó y se lió a darme hostias, y puñetazos, 'hijo de puta, ¿también te quieres sentar?".

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