Cuando entonces
En ese momento de 1975 estaba yo en Londres y tenía mucha relación con España, por primera vez en once años, a través de mis primos y familiares que residían temporalmente ahí también, en Londres: Antonio Noriega López-Chicheri y Soledad Muñoz Bayo, casada con Antonio. Con ellos me acerqué a las primeras reuniones político-democráticas capitaneadas, entre otros, por el viejo profesor Tierno Galván, a cuyas conferencias y entrevistas asistíamos. Fue por esas épocas cuando se me ocurrió la idea de que tenía que volver a España, a Madrid, para encontrar una editorial y ponerme un poco al día en la política y la vida social española, cosa que hice en el año 77. En octubre de ese año volví a España. Ni la situación política inglesa ni la situación política española me interesaban demasiado. No estaba muy al tanto –quizá culpablemente– porque estaba pendiente de mis propias publicaciones: un libro de poemas, una colección de relatos, etc. Fue la época en que me dieron el Premio El Bardo de poesía y de la publicación de mis libros en Anagrama. A pesar de que Anagrama era una célebre editorial para textos políticos, yo no me sentía muy envuelto en la política de aquel momento.
De aquel tiempo hace ahora medio siglo. Era yo un dangling man, un personaje que se columpia en un columpio, porque era a la vez un presunto expatriado fascinado por Londres y la literatura inglesa, atraído a la vez por la necesidad de volver a España y ver publicada alguna cosa mía. Un personaje, pues, poco recomendable, inseguro, retratado indirectamente con toda claridad en los Relatos sobre la falta de sustancia, que fue mi primera publicación por esas fechas en La gaya ciencia de Rosa Regás. La propia Rosa tuvo la amabilidad de viajar a Inglaterra para mostrarme un ejemplar de mi primer libro de relatos.
En mi prehistoria literaria quedan unidos así don Juan Benet y Rosa Regás, brillantísima, con una pinta anglosajona, pelirroja, sensata y disparatada a la vez. Yo veía entonces la situación política española muy emborronada y confusa porque había perdido la costumbre de ver la realidad española. Llevaba a la sazón once años en Londres, que me parecía una ciudad eterna, inabarcable y fascinante. Pero lo curioso es que España me parecía también eso mismo y tenía necesidad de volver pero no por un motivo cernudiano (“vuelva quien tenga cansancio del camino”), porque yo no tenía cansancio del camino, estaba contento en Londres, balanceándome, sino porque tenía necesidad de publicar algo en español. Por ejemplo Las Variaciones, que tanto ayudó a publicar Juan Antonio Masoliver Ródenas. Me gustaría que constara aquí, si vas a publicar estas líneas, expresamente el nombre de Masoliver Ródenas, un gran expatriado catalán y español hasta la médula a quien frecuenté –con motivo de este libro de Variaciones– mucho precisamente ese año. Me avergüenzo un poco, a los ochenta y seis, de haberme dejado publicitar tan brillantemente como lo hizo Esther Tusquets y después Anagrama, con Jorge Herralde y Lali Gubern. Barcelona me parecía en aquellos años el resumen de todas mis aspiraciones literarias, su configuración efectiva. Este fragmento breve de mi vida ahora resulta ser al final, como es debido, una acción de gracias a los infatigables escritores y editores catalanes y españoles.
*Álvaro Pombo es escritor y Premio Cervantes 2024.