Por dentro y sin filtro: fisgando en Facebook
En el imaginario popular, trabajar en una big tech de Silicon Valley significa tener una oficina con ventanales gigantes y espacios abiertos con mesas de ping-pong, comida gratis y sofás de colores. Esas comodidades laborales se combinan con una dimensión ideológica tecnopositivista, una especie de fe ciega en que la tecnología resolverá todos los problemas de la humanidad. Pero esta fantasía, alimentada a fuerza de campañas publicitarias millonarias, se desploma con los testimonios de Frances Haugen y Sarah Wynn-Williams, dos exempleadas de Facebook que se unieron a la compañía con idealismo y terminaron exponiendo sus sombras más oscuras: algoritmos que dañan la salud mental de adolescentes, sistemas que amplifican el odio, pactos de connivencia con regímenes autoritarios y un modelo de negocio dispuesto a explotar la vulnerabilidad emocional de sus propios usuarios.
Wynn-Williams es una exdiplomática neozelandesa que se incorporó a Facebook en 2011 como directora de Políticas públicas globales. Trabajó en la compañía hasta 2017 y su rol consistía en entablar relaciones con los gobiernos y los reguladores de plataformas a nivel mundial. Haugen fue contratada dos años después. Es ingeniera y científica de datos y fue nombrada gerente de producto en el equipo de Integridad Cívica en 2019. Su función fue combatir la desinformación en la red social hasta que su grupo se disolvió en 2020, después de las elecciones estadounidenses.
No fueron compañeras de trabajo y no hay registros de que hayan compartido actividades públicas. Sin embargo, sus voces forman parte de la misma historia: la del problemático rol de Facebook (ahora llamado Meta), tanto en el plano del desarrollo individual como en el ámbito social y político, con una influencia determinante en el debilitamiento de los sistemas democráticos. Los relatos de estas mujeres, además, hacen crujir el estereotipo positivo que existe sobre qué implica, en términos personales, trabajar para el gigante tecnológico. La hiperproductividad y la exigencia desmedida, el acoso y despersonalización son tan solo algunos de los rasgos que aparecen en las historias que Wynn-Williams y Haugen, que abarcan un período de casi una década.
Antes de dejar sus puestos de trabajo, Wynn-Williams y Haugen se llevaron consigo documentos clave para poder sostener sus historias en público. Sabían que para denunciar a Facebook, y en consecuencia, a Mark Zuckerberg, uno de los hombres más poderosos e influyentes del planeta, era fundamental que las acusaciones estuvieran documentadas. El riesgo de ser tratadas como exempleadas heridas y con hambre de venganza era muy alto.
Cada una tuvo sus propios tiempos. Haugen tomó coraje cuando todavía formaba parte de la compañía y, en colaboración con Jeff Horwitz, un periodista de investigación de The Wall Street Journal, aprovechó su último tiempo como empleada de Facebook para recopilar 21.000 documentos internos. Los archivos comenzaron a publicarse en diferentes artículos a partir de septiembre de 2021 con el título The Facebook files y en octubre testificó ante el subcomité de Comercio del Senado de Estados Unidos. El impacto fue tal que el 1 de marzo de 2022 fue una de las invitadas especiales de la Casa Blanca para acompañar el discurso anual de Joe Biden frente al Congreso.
Haugen reconstruyó su historia en La verdad sobre Facebook, traducido por la editorial Deusto en 2023. El libro es una suerte de biografía que comienza con su infancia en Iowa, Estados Unidos, y en el que narra todos los acontecimientos que marcaron su vida y que colaboraron para llegar a convertirse en denunciante: desde la muerte de una amiga durante la adolescencia hasta las asignaturas escolares y universitarias vinculadas a las ciencias sociales, humanas o naturales. No se trata de un detalle menor. La dimensión política de las plataformas digitales y su impacto en el mundo puede no ser un asunto evidente para una ingeniera acostumbrada a procesar información objetiva.
El devenir de Wynn-Williams fue diferente. No tenía experiencia en el sector tecnológico como Haugen (quien antes de trabajar para Facebook pasó por Google, Yelp y Pinterest), sino que como abogada venía de formar parte del cuerpo diplomático de Nueva Zelanda. Se unió a la plataforma como cualquier otra persona y apenas advirtió su potencial político movió cielo y tierra para ser contratada. Supo, antes que Zuckerberg y los altos mandos de la empresa, que faltaba muy poco tiempo para que tuvieran que sentarse a conversar con los principales líderes del mundo y consiguió que se creara un cargo a su medida.
Wynn-Williams aterrizó en Facebook con ingenuidad: creyó que se unía a un equipo revolucionario que iba a cambiar para siempre, y para bien, el acceso a la información de todas las personas del planeta. Su desilusión fue enorme no solo porque comprobó que el único motor de la empresa es la expansión económica, incluso a costa de la integridad y de la seguridad de sus usuarios, sino también porque lidió de manera directa con Zuckerberg y sus caprichos déspotas en un ambiente laboral tóxico y misógino.
En contraposición a la velocidad y a la seguridad con la que Haugen hizo su denuncia pública, Wynn-Williams tardó unos siete años en contar su historia. En 2024 se presentó ante la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos y en el Departamento de Justicia. A principios de 2025 publicó el libro Los irresponsables. Una historia de poder, codicia y falso idealismo, traducido por Península, cuya difusión intentó frenar el propio Zuckerberg a través de intervenciones legales. Poco después, en abril, testificó en el Subcomité Judicial de Crimen y Terrorismo del Senado de Estados Unidos y ratificó su acusación: Facebook “trabajó de la mano” con el gobierno chino para proporcionar herramientas de censura y permitir el potencial acceso de datos de los usuarios a Beijing.
Los 21 mil documentos de Haugen
El relato de Haugen sobre cómo extrajo los documentos internos de Facebook que le sirvieron para respaldar su denuncia es digno de una película. Desde que fue contactada por Horwitz, la ingeniera y el periodista mantuvieron reuniones secretas para planificar la mejor estrategia para explicarle al mundo cuáles eran los riesgos de la plataforma y probar que sus autoridades tenían el conocimiento suficiente para, al menos, reducir los daños. Haugen tenía acceso a información privilegiada a través de su ordenador y en su último período como empleada trabajó en la modalidad homeoffice para poder tomar fotos de la pantalla y llevarse todos los documentos que pudiera. En total fueron 21.000.
¿Qué contenían esos archivos? Haugen pudo demostrar que en 2018 Facebook cambió su algoritmo para priorizar el contenido con más interacciones, lo cual amplificó las publicaciones que generaban odio, indignación o división social. A pesar de que hubo investigaciones internas que confirmaron que el nuevo criterio de clasificación de contenidos –que priorizaba los “Me gusta” y las reacciones– alimentaba la desinformación y erosionaba la confianza cívica, la empresa decidió mantenerlo porque aumentaba el tiempo de uso de la aplicación.
Haugen también filtró documentos que evidenciaban que nadie tenía verdadero interés por los programas de moderación de contenido, que estaban coordinados por grupos con escasos recursos humanos y que en ciertos países ni siquiera contaban con personal que hablara el idioma del lugar. En los documentos, Facebook reconocía que solo lograba eliminar entre el 3 y el 5% de los discursos de odio y menos del 1% de los contenidos violentos. En Myanmar, la plataforma se convirtió en una cámara de resonancia para fomentar la persecución contra la población rohingyá (grupo étnico musulmán), que culminó en una masacre humanitaria con miles de asesinatos impulsados por la Junta Militar.
En Facebook había conciencia sobre esta realidad, pero la intentaban matizar con todo tipo de eufemismos, incluso en sus investigaciones internas. “No había ningún equipo de limpieza étnica o genocidio: era el equipo de cohesión social. Como si a la ruptura de la cohesión social la siguiera la violencia étnica. No decidías qué movimientos sociales eliminar u obstaculizar: los disgregabas. Nadie hacía un uso compulsivo de Facebook ni era adicto a los contenidos catastrofistas: simplemente presentaban un uso problemático”, relata Haugen en su libro.
Los documentos, además, dejaron en evidencia que Facebook retiró de manera acelerada todas las medidas que había tomado contra la desinformación electoral tras los comicios de 2020 en Estados Unidos, lo cual favoreció la propagación de teorías conspirativas que desembocaron en el asalto al Capitolio, en enero de 2021.
Haugen pudo ver cómo la red que nació para conectar familiares y amigos se convirtió en otra cosa: “El verdadero problema eran los algoritmos de hiperviralidad y los sistemas de recomendación que optimizaban ciegamente sus métricas empresariales a expensas de la seguridad pública”, sostuvo. En términos sencillos, el negocio de Facebook es que sus usuarios pasen la mayor cantidad de tiempo posible pegados a las pantallas para que las empresas que publicitan en la plataforma tengan mayor alcance. Cambridge Analytica fue, sin duda, uno de los casos de mayor impacto que puso la lupa sobre el gigante controlado por Zuckerberg. Sin embargo, en su paso por la compañía Haugen tuvo una especial preocupación por los países más pequeños. Uno de los grandes proyectos de la compañía fue Free Basics, un programa con el que facilitó la conectividad a internet en zonas del mundo pobre y en los que se convirtió en la aplicación por excelencia de la mayor parte de su población.
Haugen calculó que había “entre 10 y 20 millones de vidas en juego”. “Temía que, en aquellos lugares donde Facebook había pagado para convertirse en el rostro de internet, y a los que, sin embargo, no había proporcionado sistemas de seguridad básicos en su lengua, viésemos repetirse los terribles actos de violencia producidos en Birmania o Etiopía”, contó para explicar una de las razones profundas que la llevaron a convertirse en denunciante.
El día en que testificó en el Congreso de Estados Unidos se sorprendió: la principal preocupación de la dirigencia no tenía que ver con la responsabilidad de Facebook en Estados enteros, sino con la salud mental de los adolescentes, un problema extendido en su población. Haugen les pudo contar que la empresa tenía evidencia clara de que Instagram –también propiedad de Zuckerberg– aumentaba los problemas de autoestima, ansiedad, depresión y trastornos alimentarios, sobre todo en chicas jóvenes, pero que no informó al público y que continuó con sus planes para lanzar Instagram Kids.
Zuckerberg hizo todo lo posible para evitar que se publicara el libro de Wynn-Williams. The Facebook files había tomado por sorpresa a la compañía y no querían volver a enfrentarse a otro escándalo. Además, la nueva historia tenía un componente adicional: la protagonista era una persona que conocía la intimidad del magnate. Los irresponsables salió a la luz y fue un cimbronazo para la compañía. Entre todas las acusaciones de Wynn-Williams, la que más impacto tuvo en términos políticos fue la que describió los esfuerzos y las maniobras de Facebook para ingresar en el mercado chino. Según el libro, Facebook trabajó codo a codo con el Partido Comunista Chino y llegó a desarrollar herramientas internas de censura para contentar a Beijing. Las autoridades chinas, según la denunciante, le habrían pedido a la compañía que cerrase una alianza con una empresa local para operar en el país y así apareció en escena Hony Capital. Esta firma iba a ser la encargada de almacenar todos los datos de los usuarios chinos para supervisar, bajo la mirada del gobierno, el contenido que debería ser prohibido.
Después de compartir detalles sobre cómo fueron las conversaciones con las autoridades de Beijing, intercambios de mails entre los miembros de la compañía y documentos internos, Wynn-Williams concluye: “En la interpretación más benévola que puede hacerse, Facebook les está diciendo: Millones de sus ciudadanos publicarán información acerca de sí mismos que ustedes podrán revisar y recopilar a su antojo. En la interpretación más insidiosa, que es por la que yo me decanto, Facebook les pone delante la zanahoria de conceder a China un acceso especial a los datos de sus usuarios. Los estados autoritarios necesitan información acerca de todo el mundo, en todos los estratos de la sociedad y, en ese sentido, Facebook puede ser un cofre del tesoro”.
En 2017 una investigación periodística en Australia filtró un documento oficial que revelaba que Facebook ofrecía a sus anunciantes la posibilidad de dirigir publicidad al segmento de usuarios entre 13 y 17 años durante momentos de vulnerabilidad psicológica (cuando se detectaba depresión, estrés, ansiedad, etcétera). Por ejemplo: si una adolescente borraba una foto en Instagram se podía presumir que tenía inseguridad sobre su cuerpo para, de inmediato, exponerla a anuncios sobre dietas o productos de belleza. Wynn-Williams fue testigo del revuelo que se generó y del cinismo de las autoridades, que decidieron despedir a una joven investigadora que trabajaba en Australia, “aunque seguramente lo único que la pobre estaba haciendo era lo que sus jefes querían”. Cuando le tocó tener una discusión con uno de los directivos australianos sobre cómo comunicar la situación a la opinión pública, su interlocutor no dio vueltas: “Nuestro negocio funciona así, Sarah. Y nos enorgullecemos de eso. Lo gritamos a los cuatro vientos. Eso es lo que nos llena de dinero el bolsillo”.
Además de las profundas contradicciones morales que le generaba la voracidad desmedida de Facebook en pos del crecimiento, su paso por la compañía estuvo marcado por la misoginia y la exigencia inhumana. Tal era el grado de presión que implicaba trabajar para Zuckerberg que sintió la responsabilidad de responder un mensaje de su jefa desde la sala de parto, justo un instante antes de dar a luz a su primera hija. Durante un período de baja, luego de estar en coma, le exigieron participar en reuniones de trabajo y enviar informes.
También Wynn-Williams fue testigo de la transformación de Zuckerberg, que pasó de ser un nerd preocupado sólo por los algoritmos y con dificultades para comprender la dimensión de reuniones con líderes globales a especular con su posible candidatura presidencial. De hecho, contó que la compañía cambió su reglamento interno para que el magnate pudiera iniciar su carrera política.
Las memorias que escribieron Haugen y Wynn-Williams son un viaje al devenir interno de una de las empresas más poderosas del mundo. Las ambiciones de Zuckerberg, con la ahora llamada Meta, se enfocan en la Inteligencia Artificial, uno de los sectores que más desafía a las sociedades contemporáneas. Con diferentes palabras, el testimonio de estas mujeres abre la misma pregunta: ¿quién protege a las personas cuando la vigilancia y la manipulación se disfrazan de innovación tecnológica?
*Giselle Leclercq es periodista argentina.