TINTALIBRE
¡Los del PP son unos cachondos!
“Maldita la hora en que Jordi Gracia me invitó a escribir en TintaLibre sobre el programa político del PP”, fue lo que pensé cuando hice la primera lectura de la Ponencia Política del XXI Congreso del Partido Popular celebrado entre el 4 y el 6 de julio de 2025. Me pareció tan superficial y tan mal escrito el documento que entré en estado de irritación profunda. Ni una idea original, y no me refiero a propuestas concretas, pues eso corresponde más bien a un programa electoral, sino a ideas generales sobre la visión política de España. Nada realmente digno de reseñar.
El documento es, en lo esencial, una acumulación de lugares comunes, los de la derecha de toda la vida. Y encima el documento deja bastante que desear en cuanto a redacción. Por ejemplo, en el capítulo de “Principios y valores”, se rechazan los dogmas políticos que “colectivizan a los ciudadanos” (más adelante, en “Política Social”, se afirma que el PP rechaza “la colectivización y la instrumentalización de la orientación sexual”). Haciéndose eco del lenguaje más tirado, el documento distingue entre ocupación e inquiocupación, aunque no se molesta en explicar la diferencia. En fin, podríamos seguir un rato largo señalando genialidades varias en el documento de marras.
Mi mal humor aumentó exponencialmente tras el discurso venenoso de José María Aznar en el Congreso. Pidió cárcel para el actual presidente del Gobierno. Sus palabras literales fueron estas: “Si negocias presupuestos en una prisión, te asocias con presidiarios y pactas una amnistía con delincuentes, no te extrañe acabar en la cárcel porque ese es tu ambiente”. A mí me recordó a aquellas otras palabras de Donald Trump, cuando, en su primera campaña electoral en 2016, calentaba el ambiente de los mítines gritando que había que encarcelar a su rival, Hillary Clinton, y la multitud respondía enfervorizada lock her up! (¡enciérrenla!). Aunque el PP en ocasiones trate de marcar distancias con el trumpismo, ha acabado en un registro iliberal parecido.
En una segunda lectura del texto, ya algo más calmado, entendí que, en el fondo, no hay que tomarse muy en serio la Ponencia Política. Casi se interpreta mejor como una humorada. El mensaje que transmite el documento es que al PP no le hace falta currárselo porque ya ve muy cerca el acceso al Gobierno de España. En estos momentos de histeria antisanchista, una Ponencia Política en condiciones es probablemente innecesaria.
Con todo, quizá valga la pena seguirle la corriente al PP y reírle la gracia. Los chistes, al fin y al cabo, son reveladores. Como dijo Freud en La relación del chiste con el inconsciente (1905), “el chiste como forma de condensación expresiva supone una vía de salida del inconsciente a la conciencia. Saca a la superficie conflictos reprimidos, conflictos que no se pueden reconocer abiertamente. A través del uso estratégico de la ambigüedad, los juegos de palabras y las mezclas inesperadas de elementos, el chiste provoca la risa del oyente y refuerza los vínculos del grupo”. En esta lectura psicoanalítica de la Ponencia, destacan las ausencias, las obsesiones y las afirmaciones que significan justo lo contrario de lo que parecen querer decir (ironías). Vayamos por orden. En un ejercicio de magnanimidad, me referiré a la versión final del documento, que ha pasado numerosos filtros, aunque en las versiones preliminares había material aún más jugoso.
Las ausencias
La extrema derecha no existe, ni en España ni en el mundo. No hay Abascal, ni Trump, ni Meloni, ni Orbán… No hay crisis de las democracias ni peligro de autoritarismo. El mundo no ha cambiado para el PP, salvo por la aparición del sanchismo. Las derechas iliberales no han hecho acto de aparición y, por tanto, no se dice una palabra sobre el dilema que atraviesa a todas las derechas conservadoras sobre la colaboración con sus versiones radicalizadas. Los términos iliberal, autoritario, etc., brillan por su ausencia. El PP, a lo suyo. Es como en aquella escena de la inolvidable Nobleza baturra, cuando un maño subido a un burro va por la vía del tren, el ferrocarril se acerca en sentido contrario y dice aquella frase inmortal de “¡Chufla, chufla, que como no te apartes tú!”.
No se menciona tampoco la experiencia de gobierno autonómico y local con Vox. Ni se dedican unas líneas a explicar la política de alianzas. No se mencionan las concesiones que serían aceptables para el PP si necesitara el concurso de Vox para gobernar. No hay líneas rojas. En todo caso, se lanzan guiños a la derecha de la derecha: el PP endurece su discurso sobre la inmigración y atiza los miedos que con tanta efectividad explota Vox (la ocupación, el fraude en las políticas sociales, etc.). A las 48 horas de cerrar el Congreso, Vox ha captado el mensaje y sube la apuesta: propone expulsar a ocho millones de inmigrantes.
Hay disimulos que son casi ausencias. Al final del documento, en la p. 51, en la subsección “Asia” (¡) del capítulo de “Política exterior”, bien escondida, aparece una frase que muestra que el PP se preocupa por los problemas de nuestro mundo y de nuestro tiempo: se pide que Hamás libere a los rehenes y se afirma que “la población civil en Gaza debe ser protegida y ayudada sin la opresión de la organización terrorista”. Ya, pero la palabra “Israel” no aparece por ninguna parte. A los palestinos hay que ayudarlos cuando Hamás no exista, antes no. De los crímenes de guerra de Israel, del genocidio, de las matanzas de civiles, ni mu [risa nerviosa]. Casi mejor si el documento no hubiese dicho nada al respecto, como hace con el auge del autoritarismo de derechas.
Las obsesiones
El documento arranca con un capítulo que se llama “Nosotros los españoles”, pero más que hablar de nosotros, se explaya sobre los otros, los sanchistas, y su lista interminable de traiciones y fracasos. El argumento es de alto vuelo. Todo lo malo comienza en la izquierda: tras el hundimiento del comunismo, las izquierdas se radicalizan y buscan “la agitación de las minorías”. Además, intentan deslegitimar al rival y “frustrar así la natural alternancia democrática” (¿de qué diablos están hablando, acaso de sí mismos?). En España la cosa es aún más grave, pues “los actuales dirigentes socialistas vieron en la extrema izquierda, las fuerzas independentistas y los herederos políticos de ETA su única oportunidad para acceder al gobierno. Dejaron atrás sin remordimiento alguno décadas centradas en la construcción de un país más integrado y robusto. La Transición política y la cohesión nacional han sido sus víctimas” [risas].
Sobre la Transición se habla mucho en el documento. Se trata del mismo intento de “apropiación cultural” que el ensayado previamente sobre la Constitución de 1978 y su derivado, el constitucionalismo. Hace ya tiempo que los populares concluyeron que el PSOE se sitúa fuera de la Constitución. Ahora van más allá y afirman que la política de entendimiento con las fuerzas nacionalistas es contraria al espíritu de la Transición, como si entonces no hubieran pactado todos con todos. Y esto, además, lo dice un partido que, en origen, cuando era todavía Alianza Popular, se opuso a la legalización del PCE (Fraga dijo que aquello era un golpe de Estado, ¿les suena?), se abstuvo en la Ley de Amnistía de 1977 (la primera ley de la democracia) y se resistió cuanto pudo a la distinción entre regiones y nacionalidades, hasta el punto de que la mitad de los diputados de AP no votaron a favor de la Constitución de 1978. Tiene su punto humorístico que el PP quiera ahora eliminar al PSOE de los valores de la Transición.
Regresemos al sanchismo. Hay párrafos deliciosos: el país lleva “paralizado y sumido en el desgobierno” desde hace siete años, el país está en decadencia… Vaya, quién diría, leyendo esto, que España lleve varios años siendo uno de los países con un crecimiento más elevado y sostenido en el bloque occidental.
No sigo con los desastres que ha traído el sanchismo porque es todo demasiado previsible.
La otra gran obsesión del documento es la nación española… y el repudio del nacionalismo. El capítulo de “Política institucional” se abre, no me pregunten por qué, con una sección sobre la nación. En negrita se resume el mensaje principal: “Más nación, menos nacionalismo”. Según el PP, la defensa de la nación española no es nacionalismo, pero la defensa de las naciones vasca o catalana sí lo es. De hecho, la diferencia está en que el nacionalismo es supremacista (así, sin matices) y el supremacismo es cosa de vascos y catalanes, no de españoles. Aunque lo mejor es la frase final: “España es una herencia común de más de 500 años de historia y que todos tenemos el deber de fortalecer y legar en mejores condiciones a las generaciones futuras”. Esta legitimación de la nación española por vía histórica y el deber colectivo de fortalecerla no es nacionalismo [carcajadas].
Las ironías
Son chistes cortos, casi como haikus, que provocan una explosión súbita de humor, a diferencia de los chistes largos que acabamos de repasar.
Veamos algunos ejemplos.
Dice la Ponencia que la consecuencia de pactar con los separatistas ha sido “la politización de los órganos constitucionales” [risas]. Lo dice el mismo partido que mantuvo secuestrado durante más de cinco años el Consejo General del Poder Judicial para no perder el control de la institución. Y el mismo partido al que le pillaron un mensaje de WhatsApp en el que se vanagloriaba de controlar la sala segunda del Tribunal Supremo desde detrás.
“La democracia parte del respeto al adversario y a unas reglas del juego previamente convenidas a las que todos nos hemos sometido. Se pueden defender ideas sin considerar enemigo al adversario” [risas]. Esto lo dice el partido que montó la policía patriótica para acabar con sus adversarios de Podemos y del independentismo catalán y que organizó una operación berlanguiana de espionaje colocando a un particular pagado con fondos reservados como chófer de Luis y Rosalía Bárcenas, al que luego metió de aquella manera en la Policía Nacional para no tener que seguir pagándole con el fondo de reptiles y, para rematar la faena, mandaron a un propio vestido de cura y con una pistola a casa de los Bárcenas con el objetivo de hacerse con la información comprometedora para el partido que la familia guardaba a buen recaudo.
“Nuestras infraestructuras fallan ante la falta de inversión y mantenimiento” [risas]. Lo dice el mismo partido que redujo brutalmente las inversiones en infraestructuras durante años como parte de las políticas de austeridad. Para que se hagan una idea más precisa, entre 2012 y 2018, durante la etapa de Mariano Rajoy, la inversión en transportes y obra pública se recortó en aproximadamente 45.000 millones de euros, una bajada de alrededor del 50%. Todo esto provocó un deterioro en el mantenimiento de las infraestructuras cuyas consecuencias estamos todavía sufriendo.
La lista de afirmaciones irónicas podría alargarse muchísimo, pero creo que estos tres ejemplos son suficientemente ilustrativos.
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En resumen: el PP no ha puesto suficiente esfuerzo en elaborar un programa político digno de tal nombre. No se ha tomado en serio esa tarea. No creo que ocurra así por pereza o por falta de materia gris en el partido. Para explicar esta forma desganada de proceder, hay que tener en cuenta que la derecha concentra sus energías en hacer una oposición destructiva, sin limitaciones de ningún tipo. Lo que mueve al PP no es un proyecto de país, sino acabar con el sanchismo, es decir, con la alianza entre las izquierdas y los nacionalismos catalán y vasco. Esa alianza, guste más o guste menos, ha contribuido a robustecer una visión plural de España. Adaptando el dicho apócrifo (que se ha atribuido a Antonio Machado y a Manuel Azaña), en la derecha “de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”. Si hay un capote al que siempre entran en el Partido Popular, es el de la plurinacionalidad de España. Pasen y lean.
*Ignacio Sánchez-Cuenca es catedrático de Ciencias Políticas.