La vida era para siempre
En ese año, como toda la gente de mi generación, creíamos que la vida era para siempre. En 2025 ya hemos comprendido que no. Pero en otro orden de cosas parece que no haya pasado el tiempo.
Mi padre, que era muy, pero que muy de derechas, decía que lo de ser de izquierdas era por ser joven, que se curaría con el tiempo, con la edad. Si mi padre viviera todavía, habría comprendido finalmente que sigo siendo la misma pesada que, desde bien pequeña, le discutía por cualquier tema y acaloradamente, y las discusiones terminaban con mi padre cabreado dando por terminada la conversación.
¿En qué cosas creía yo entonces?
Tenía claras algunas cosas, no muchas, pero sí sabía perfectamente lo que no quería, lo que no me gustaba. Y entre las cosas que tenía claras estaba luchar por la democracia, por la libertad de expresión, por la libertad de opinión. Cosas que parecen simples pero que entonces parecían inalcanzables.
Y como todos los jóvenes creía casi por encima de todo en los amigos, los amigos eran más mi familia que mi familia, los amigos compartían manera de pensar y manera de convivir, compartían las risas diarias, las comidas, las cenas, el alcohol y algún que otro porro. En definitiva, compartían la vida.
Y también compartían ideología, que en esos momentos era un antifranquismo feroz y compartíamos el miedo a la ultraderecha y a la policía. Era un miedo real, los muertos en la transición del 1975 a 1981 fueron más de doscientas y pico personas. Pongo algún ejemplo para que se pueda entender mejor, desde Andrés Fraguas, conserje del periódico El País, muerto por la bomba que enviaron a la redacción, hasta José Luis Alcazo, asesinado a palos por una banda fascista dedicada a limpiar de gente con pinta de progre el Retiro de Madrid.
En 1975 me pasaron muchísimas cosas, muchas de ellas referidas a la política de esos momentos y muchas otras en mi vida personal. Lidiaba con mi hija Marta de dos años y estaba embarazada de mi hijo Víctor, que nacería en enero del 76.
En mayo de 1975 grabé el disco Al Alba y salió en septiembre de ese mismo año. Con el miedo en el cuerpo, pero con la inconsciencia que da el creer que la vida era para siempre, salía al escenario a cantar y dedicaba esa canción a los últimos fusilados del franquismo.
En diciembre, fuimos a Pamplona a cantar a un concurso de villancicos, también venían Aute y Víctor Manuel. Al salir al escenario pedimos amnistía para los presos políticos. Conclusión, Víctor detenido, y pasamos la noche al fresco con otros amigos esperando que lo soltaran. Esa era la vida de los cantantes ¿cantautores?, donde un día podíamos cantar y otro día decidían lo contrario. Lo más gracioso que me prohibieron en esa época fue cantar El Brujito de Gulubú (canción de la vacuna), compuesta por María Elena Walsh para los niños. Me dijeron que ¿a quién me estaba refiriendo yo con el brujito?
Y pasó la huelga de actores y la muerte de Franco, e inocentemente pensamos ¡Dios mío, ahora la libertad! Pero la libertad y las elecciones tardaron un poquito más. Las cosas buenas cuestan y esta cosa buena nos costó 40 años de dictadura y un principio de transición complicadamente difícil. ¿Complicadamente difícil? No sabía si poner complicada o difícil y finalmente he decidido que estén las dos, y aun así faltaría algún que otro adjetivo para definir esa etapa.
Cuando pienso hoy en ese año 1975 no tengo la menor nostalgia, realmente cualquier tiempo pasado fue peor. Otra cosa es la memoria. Sí recuerdo, y mucho, a los amigos que estaban y hoy ya no están, recuerdo las risas y también el miedo estando con ellos, recuerdo las cosas peligrosas y no tan peligrosas que hicimos, y las recuerdo en blanco y negro como aquella España que felizmente hemos dejado atrás y que espero por mi bien, por nuestro bien, que nunca, jamás de los jamases vuelva.
*Rosa León es cantante y política.