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Revisionismo histórico, un arma de doble filo entre la historia y la política

Primavera de 2020. El ciudadano estadounidense George Floyd fallece a manos de cuatro policías. Su muerte desencadena una ambiciosa ola de protestas entre los miembros de la comunidad afroamericana del país, que se hace extensiva a muchos otros grupos de población y que se enmarca en el movimiento Black Lives Matter. Pero ¿qué tiene que ver todo ese ciclo de protestas con el revisionismo histórico? Las marchas y manifestaciones para pedir justicia por la muerte de Floyd evolucionaron y se convirtieron en una reivindicación mucho más general que exigía –y exige– igualdad de trato entre la población blanca y la negra por parte de las autoridades, además –y aquí está la relación con el revisionismo– de respeto por la memoria de la comunidad. Al cabo de unas semanas del inicio de las protestas, en el mes de junio del pasado año, estatuas de Cristóbal Colón y de otros personajes históricos europeos comenzaron a derrumbarse en distintos puntos de los EEUU. La revisión de la historia entró en escena y llevó a una parte de la población a la gran pregunta: “¿Por qué deberíamos venerar a los colonizadores y los esclavistas?

La voluntad por parte de distintos sectores de la población de examinar la historia y colocar a determinadas figuras en lugares menos privilegiados de los que ostentan tradicionalmente es uno de los casos más prácticos y actuales del movimiento revisionista. Según esa postura, los datos que se conocen hoy por hoy permitirían considerar a Cristóbal Colón, por seguir con el mismo ejemplo, “el representante del genocidio”, tal y como rezaba una inscripción en la base de una de las estatuas del explorador que los derribaron los manifestantes, en este caso, en Richmond (Virginia, EEUU). Una parte de los ciudadanos –y de los historiadores– consideran legítimo el despojo de los honores a esos colonizadores porque, a su vez, creen que existen pruebas suficientes para asegurar que existió tal genocidio. Otros, sin embargo, defienden la postura opuesta. La pugna entre ambos grupos es importante. En palabras del historiador italiano Pier Paolo Poggio, “el control de la representación del pasado está en manos de ese revisionismo histórico”.

Según la RAE, el revisionismo es “la tendencia a someter a revisión metódica doctrinas, interpretaciones o prácticas establecidas con el propósito de actualizarlas y a veces de negarlas”. Por situar el término, existen dos concepciones generales de lo que es el revisionismo histórico, aunque quizás una de las dos debería de prescindir de tal denominación. Por un lado está lo que podríamos definir como “el estudio crítico de los acontecimientos pasados”, que llevan a cabo los académicos. El historiador español Javier Tusell rechaza por completo que a ello se le llame revisionismo y, en un artículo en El País, establece la diferencia entre “revisar” la historia, algo que forma parte del trabajo de los profesionales, y el “revisionismo”, que el también historiador Francisco Sevillano define en El revisionismo historiográfico, sobre el pasado reciente de España como “un fenómeno tan viejo como la instrumentalización ideológica del pasado”. Añade: “Es una línea de interpretación polémica del pasado respecto a la versión «oficial»”. Con todo, entre “revisar” la historia, como apunta Tusell, y el “revisionismo” se encontraría la política.

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Se reabre el debate

Pero entre el blanco de la historia rigurosa y profesional, y el negro del uso interesado de los hechos históricos existen grises. Las protestas contra colonizadores y esclavistas en EEUU reabrieron un debate en la disciplina que se mantiene vigente desde hace mucho tiempo.

El historiador Alfredo González Ruibal viralizó un hilo de Twitter en el que defendía que “nada se arregla diciendo que las estatuas son patrimonio o historia, ergo intocables”, sino que las estatuas que se derriban no se eligen “al tun tun”, usando sus propios términos, es decir, no se recurre a monumentos del Imperio Romano, por ejemplo, sino a unos que aluden directamente a heridas abiertas y que, por lo tanto, forman parte del presente. ¿Deberían, en ese caso, estar todas esas estatuas sujetas a debate, por mucho que las protestas tengan un matiz político? ¿Debe conjugarse, en este caso, la movilización social y el debate historiográfico? La discusión está abierta tanto en la academia como en la calle. “Cuanto más revolvamos la historia, peor”, sentenciaba un vecino en la calle Fuencarral de Madrid. “Hay demasiadas cosas que se están pasando por alto”, opinaba el otro.

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