Ola de incendios en España: memoria, pérdida y lecciones desde el Bierzo

José Manuel Gutiérrez Monteserín

La naturaleza, hija del cosmos, produce un desarrollo energético cargado de una fuerza inconmensurable y el ser humano, dentro de su infinita pequeñez en dicho cosmos, debe usar la inteligencia para establecer una relación armoniosa con su entorno natural que, sin duda, le resultará beneficiosa. De no ser así, se verà apabullado por un fenòmeno que no es capaz de imaginar. Tras la ola de incendios de este verano, es hora de reflexionar.

El bosque, el monte, es un componente vivo que avanza de forma arrolladora con capacidad para ocupar toda la superficie a su alcance. El fuego puede ser un factor regenerador, regulador del poderío de la vegetación montañosa, en un tiempo en que campa a sus anchas, debido al abandono de la población rural, sus cuidados y su acción sobre la masa forestal. Debe actuarse con prudencia y conocimiento del medio para evitar, o al menos mitigar, las catástrofes medioambientales que se ciernen sobre nuestro planeta. Lo digo por experiencia propia.

Es muy difícil establecer leyes o métodos desde los despachos urbanos o desde los escritos teóricos, sin la observación continua de vivir en el medio y experimentar, cada día, los movimientos de la flora salvaje, imprevisible, en un clima sorprendente, y con variaciones  no conocidas en los tiempos en que se tiene constancia.

El Bierzo es una región situada en el noroeste de España, entre Lugo, Asturias y León, perteneciendo administrativamente a esta última provincia. Se trata de un conjunto de valles rodeados de montañas que alcanzan los 2.000 metros. Este verano el Bierzo fue noticia en todos los telediarios, durante muchos días, debido a los grandes incendios que arrasaron árboles centenarios, enseres, edificios y lo más triste, pueblos. Solo desde dentro se puede saber el dolor de una familia que ve convertir en cenizas su memoria, la memoria de padres y abuelos, los espacios que guardaban tantos sentimientos vividos… El dolor de perder el testimonio del alma. Es urgente reflexionar y hacerlo con altura de miras, dejando de lado las rencillas partidistas.

Yo nací y viví la mayor parte de mis 72 años en Balboa, en uno de esos valles rodeados de montañas. El nuestro es un ayuntamiento formado por 16 pueblos, tres en el valle y 13 alrededor, a lo largo de las montañas. Durante 30 años estuve recorriendo esos lares, llevando el correo y ejerciendo como alcalde, lo que me permitió observar y conocer muchas cosas en relación con el monte. Comparto aquí mi visión con el propósito de contribuir a un futuro mejor y libre de incendios descontrolados.

No es con prohibiciones de pastos y otras andanzas como se soluciona este entendimiento, sino con diálogo y colaboración

Desde siempre se quemó el monte para guiar a las fuerzas de la vegetación, en un sentido aprovechable por el ser humano y compatible con el desarrollo natural. Al fuego se le combate quemando, haciéndolo racionalmente, en donde es necesario y cuando es necesario. El fuego controlado, en otoño o en invierno, no perjudica la montaña sino que la regenera. En ese tiempo, el fuego corre por la vegetación exterior y no quema la tierra, ni las raíces, ni la inmensa vida que hay en los 50 centímetros de superficie. En primavera vuelve a renacer toda esa vida, aportando nueva savia, fresca y fuerte. Al contrario, en verano, con las altas temperaturas y los incendios descontrolados, esos 50 centímetros mueren, quedan arrasados y esa capa, durante muchos muchos años, permanece estéril, a merced del agua y el viento, que terminan devorándola.

Hay varios factores que, con voluntad política, podrían ponerse en marcha de inmediato:

Prevención: Ha de ser continua (todo el año). Desbroce de caminos, entornos urbanos y masas de arboleda, que han de tener un mantenimiento constante en el que deben estar totalmente implicados los pocos habitantes que permanecen en el medio rural. Deben sentir que es de ellos y eso no es difícil si se benefician con este trabajo. Esto siempre será mucho más ventajoso económicamente que invertir en los medios de extinción. Cuánto más se beneficie la población rural, mayor será su celo por el cuidado de la naturaleza. Tenemos una prueba real en la provincia de Soria, donde los habitantes se benefician de sus pinares y los cuidan y conservan como jardines particulares.

Hay que preguntarle a la gente de los pueblos qué es lo que necesita quemar, tomar nota pueblo a pueblo y adquirir el compromiso de hacerlo, de forma controlada y en el tiempo oportuno (otoño-invierno), con los medios necesarios. Ni que decir tiene que los ganaderos ejercen una influencia especial sobre el medio y suelen ser muy conocedores de cómo tratar la naturaleza. Tenemos que propiciar su crecimiento, escucharlos y, la mayoría de las veces, hacerles caso. Es obvio que los rebaños de cabras, en extensivo, son los colaboradores más eficientes en el mantenimiento de un bosque limpio con caminos desbrozados. Incentivar este sector es una apuesta ganadora y de viabilidad económica, dada su cotizada producción respetuosa de carne y leche. No es con prohibiciones de pastos y otras andanzas como se soluciona este entendimiento, sino con diálogo y colaboración. Si pueden usarse las prohibiciones para usos industriales, es posible que esa prohibición elimine las tentaciones de provocar más de un incendio.

Inmediatez: En el tiempo de mucho riesgo de incendios, se divide el territorio en parcelas, dotadas cada una con un equipo de cuatro personas y un vehículo solvente, con equipos de extinción portátiles y sencillos (como mochilas y sacos de agua), de tal forma que en un máximo de 20 o 25 minutos puedan llegar al punto en donde se inició el fuego. Es factible ahora y lo era en los años 90, cuando por estos lares instalamos torres de vigilancia que, nada más salir el humo, permitían avisar a la patrulla más cercana para que llegara rápidamente. En su inicio, un fuego es fácil de controlar, pero a medida que crece, también crece la dificultad para apagarlo. Hoy, con el actual sistema de drones, la vigilancia ha de ser mucho más eficiente.

Cumplido este primer cuarto del siglo XXI, existe tecnología suficiente para transformar toda la energía contenida en las masas forestales y con peligro de arder, en energía utilizable (pellets, electricidad, etc.). Aprovechando toda esa materia gratuita que nos brinda la montaña, podemos sufragar los gastos que conlleva su cuidado y a la vez disfrutar de la armonía con Gaia, como elementos vivos del universo.

Es una cuestión de voluntad política.

José Manuel Gutiérrez Monteserín es cartero jubilado. Fue alcalde de Balboa (El Bierzo) por el PSOE entre 1989 y 1999, y por el PP entre 2003 y 2014. También fue responsable del área medioambiental del Consejo Comarcal del Bierzo.

José Manuel Gutiérrez Monteserín

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