Volver al pasado

Hubo una época en la que hablar en otro idioma que no fuera el castellano era un acto de desafío político. Usar una lengua ancestral, como el euskera, o una lengua con unas raíces culturales claras, como el gallego o el catalán, estaba prohibido. Incluso a los recién nacidos se les camuflaba su nombre más euskaldún con un María por delante o por detrás.

Aquellos tiempos ya pasaron, afortunadamente. Pero de aquellos tiempos, a una generación se le quedó el miedo que le fueron inculcando, desde pequeños, frente a todos esos “antipatriotas” que hablaban en otro idioma que el resto no entendía. Luego vino una banda terrorista que se apoderó de todo, de la lengua, de la bandera, de los símbolos, y que hizo que, en el imaginario de esa generación y de la siguiente, se volviera a inocular el rechazo a los “diferentes”, a los que no eran ni hablaban como yo. Si hablaban ese idioma, cuidado. Ahí podía haber algo mucho más peligroso.

Aquellos tiempos también pasaron, afortunadamente y para alivio de muchos. Aquellos tiempos fueron oscuros, de miedo, de temer por la vida, de valientes que la arriesgaron por defender ese espacio para todos, no sólo para unos.

Llevamos demasiado tiempo asumiendo que, en política, casi todo vale. Y no es así. No podemos volver a enfrentar territorios por la lengua

Volver, o intentar volver a ellos, forzadamente, retorcidamente, no es una buena estrategia. No lo es y, además, causa dolor. Causa dolor a quienes ya han nacido libres para llamarse como quieran, sin Marías por delante o por detrás; causa dolor a quienes sí vivieron atemorizados, a quienes ocultaban lo que pensaban porque su vecino, el de toda la vida, podía señalarle como objetivo de una banda; causa dolor a quienes lo perdieron todo, a sus familiares, su vida, su casa, sus raíces, su lengua…

Llevamos demasiado tiempo asumiendo que, en política, casi todo vale. Y no es así. No podemos volver a enfrentar territorios por la lengua. No podemos volver a enfrentar a vecinos por un rédito político. No podemos resucitar fantasmas pasados por arañar votos. No podemos.

Hay otras formas de confrontar ideas, proyectos políticos, propuestas. Hay otras formas de convencer de que tu posición es la mejor para esa sociedad. Hay otras formas de afrontar el momento en el que estamos, con todos los desafíos que tenemos por delante, con el mundo recolocándose ante un nuevo orden mundial. Hay otras formas. Demostremos que hemos aprendido del pasado y que no queremos repetir aquello. No es mucho pedir. 

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