Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
Se equivocó Feijóo cuando dio luz verde a la ocurrencia de fijar la comparecencia de Pedro Sánchez en la comisión de investigación del caso Koldo para este jueves, 30 de octubre, pocas horas después del homenaje de Estado a las víctimas de la dana en el primer aniversario de la tragedia.
Resulta obvio que en el PP pensaron que colocar todos los focos de la sospecha sobre el presidente del Gobierno haría olvidar ipso facto los que evidenciaban la negligencia política de un Carlos Mazón que costó vidas (no me atrevo a decir cuántas, pero entre 55 y 229). No valoraron Feijóo ni su núcleo gallego de confianza (y adulación) lo que supondría reunir en una fecha tan sensible a familiares de víctimas mortales que en un año no han recibido un solo gesto de empatía por parte de quien hace mucho tiempo que demostró una indecencia superlativa a la hora de afrontar responsabilidades políticas por una gestión negligente. Todo ha sido una retahíla de mentiras, contradicciones, infamias puestas en evidencia por los autos de la jueza de Catarroja, por los vídeos y audios ocultados y por los testimonios que hacen asomar una verdad indiscutible: Mazón no estaba donde debía estar ni su equipo fue capaz de cumplir lo que su presidente no cumplía. Y esta incompetencia dolosa costó muchas vidas.
El impacto emocional que la expresión indignada de las víctimas de la dana causaba en cualquier ser humano que viera y escuchara lo que ocurría en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de València el jueves por la tarde no entraba en los cálculos de un PP que se ha permitido durante un año sostener a Mazón al frente de la Generalitat con la excusa de que tenía que “dirigir la reconstrucción”. Ha sido una ofensa tras otra a las víctimas, a la sociedad civil valenciana y a la inteligencia de cualquiera que aún no haya caído en el fanatismo de las burbujas sectarias que tan buenos réditos le ofrece a la extrema derecha (ver aquí).
Creyeron en Génova que lo que ocurriera a las seis de la tarde en València estaría olvidado a las nueve de la mañana siguiente en el Senado (y en toda España). Se equivocaron. En los cristales de esas enormes gafas de presbicia que portaba Pedro Sánchez seguía reflejada la imagen de un Mazón teatralmente conmocionado ante los insultos de familiares directos de víctimas de la dana. De hecho, fue tal el grado de tensión vivido en ese acto de recuerdo colectivo a las 237 víctimas (de ellas 229 en Valencia), que traspasaba pantallas y kilómetros de distancia. Y no, pese a la velocidad de estos tiempos en los que casi todo se fagocita en minutos para pasar al siguiente “espectáculo”, no se olvidan tan fácilmente los testimonios que encogen el corazón de cualquier humano que aún conserve el don de la empatía y la solidaridad.
De modo que el objetivo que perseguía colocar bajo los focos de un Senado mayoritariamente de derechas al presidente del Gobierno fracasó de plano, hasta el punto de que sonaba a ópera bufa, a un mal sainete, a un show digno de mejor guion, a una frivolidad supina… esa pretensión de que la atención ciudadana sucumbiera hipnotizada al caótico aluvión de acusaciones e hipérboles contra Pedro Sánchez. La indignidad causa indignación, y esa carga emocional no se archiva en unas horas.
De modo que este jueves asistimos a un lamentable espectáculo en el que los portavoces del PP, de Vox y de UPN (como mínimo) no pudieron ocultar que les interesaban un pepino las respuestas de Sánchez. Sólo buscaban escucharse a sí mismos para que sus equipos de redes lanzaran un tuit, un corte para TikTok, un entrecomillado para provocar mensajes virales. Con esa premisa, no es extraño que se deslizara un caótico serial de hipérboles, de interrupciones constantes, de insultos (el senador de Vox batió cualquier récord de Trump en una noche hiperactiva en las redes). Si la cosa no fuera para llorar, sería muy risible. “¡Respóndame a la pregunta!”, era la exigencia reiterada de quienes no permitían responder al interrogado. El inefable “acusador” del PP, Alejo Miranda –alto cargo de Ayuso durante los momentos álgidos de la pandemia y gestor del invento marquetiniano del Zendal– llegó a preguntar a Sánchez: “¿Pero usted cree que Venezuela es una dictadura o no?”. A saber cuál sería la conexión de este asunto con el caso Koldo. Cualquiera diría que el mismísimo MAR colocó como preguntador a este individuo para seguir haciéndole pupa a un Feijóo que no ha sido capaz en un año ni de hacer caer a Mazón ni de lograr que Ayuso deje de disparar en el pie –o más arriba– a un liderazgo más que enclenque.
Andan ahora las tropecientas cabeceras conservadoras dedicando editoriales a pedir la dimisión de Mazón como si no hubiera un mañana, pero sobre todo como si no hubiera un ayer, en el que todas y todos asistimos a una estrategia político-mediática que arropaba a un Feijóo que defendía la gestión de Mazón
No calcularon en Génova –quizás tampoco en la Puerta del Sol– que en el otro cristal de las enormes gafas de Sánchez se reflejaría constantemente la Gürtel, es decir, la corrupción sentenciada del PP, completamente actual cuando alguien osa hablar de “sobres”, de “dinero negro” o de “financiación ilegal”. Cada vez que repetían esa letanía los portavoces de las derechas estaban poniéndole una alfombra roja a Sánchez para acusarles de clamorosa hipocresía, puesto que –como todo el mundo sabe– es el Partido Popular el que ha sido condenado por beneficiarse “a título lucrativo” de toda una trama de corrupción y de financiación ilícita que le permitió –a menudo se olvida la importancia de esto– competir en desigualdad clamorosa en distintas citas electorales durante dos décadas. Uno se pregunta cómo se atreven aún desde la derecha a ejercer como látigos inquisitoriales anticorrupción. ¿No les sería más fructífero mirar al futuro en lugar de dar lecciones sobre un pasado propio que huele a podrido? Durante ¡cinco horas! escuchamos la reiterada acusación de que Sánchez estaba mintiendo. ¿A qué esperan para trasladar a fiscalía esa acusación? Porque mentir ante una comisión parlamentaria puede ser delito (ver aquí). Si no dan ese paso, después de una mañana entera de devaneos e hipérboles, es que se trata de una engañifa más que hace ruido pero sin la menor sustancia.
De modo que acaba una semana que desde las derechas pronosticaban fructífera para sus intereses y más bien intuímos que les ha salido rana. Las mentiras tienen las patas cortas y las difamaciones se vuelven en contra de los inquisidores aficionados. Andan ahora las tropecientas cabeceras conservadoras dedicando editoriales a pedir la dimisión de Mazón como si no hubiera un mañana, pero sobre todo como si no hubiera un ayer, en el que todas y todos asistimos a una estrategia político-mediática que arropaba a un Feijóo que defendía la gestión de Mazón e intentaba desviar la responsabilidad de su incompetencia al Gobierno central o a la entonces aspirante a número dos de la Comisión Europea, Teresa Ribera. ¿Qué importan los intereses de España cuando se trata de ocultar la indignidad de la negligente gestión de los tuyos? Feijóo tiene tan llena su mochila de responsabilidad política sobre la dana que es de entender su incapacidad de señalarle a Mazón la puerta de salida.
Lo más triste y preocupante, en términos de salud democrática, es que ha pasado un año de la dana y no hay elementos para confiar en que el siguiente episodio agresivo de la emergencia climática no tuviera otra vez consecuencias catastróficas, a pesar de que la más obvia demostración de la negligencia de Mazón es el hecho de que los protocolos de prevención de riesgos han funcionado al menos dos veces después de aquel mortífero 29 de octubre. Como sostiene el profesor Innerarity –aunque lo diré con mis propias palabras–, la democracia debe implementar resortes institucionales suficientes para que cualquier inútil o imbécil que llegue al poder haga el mínimo daño posible. Yo al menos no tengo la seguridad –al contrario– de que estemos hoy más protegidos que hace un año de un inepto mentiroso como Mazón y de un equipo de confianza absolutamente adulador e incompetente.
Por último, ni siquiera a un borracho que ha armado una bronca en un bar se le ocurre clamar contra los destrozos que el alcoholismo provoca en un bar. No des lecciones de lo que no puedas presumir, o no presumas de lo que no puedes dar la más mínima lección. Debería aplicarse esta obviedad Feijóo: con la mochila de la Gürtel, de la Kitchen, de la “Policía patriótica”, de los sobresueldos cobrados y no declarados, de la sede en la que ubica su despacho pagada con dinero negro… pierde enormes oportunidades de callarse. Hay gafas enormes que reflejan realidades incómodas.
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