La 'Leonera' de Aranoa: Los que se aman
El paso del tiempo, la muerte, la juventud, el amor, la amistad... esos son los pequeños grandes temas que conforman la Leonera (Seix Barral, 2025) de Fernando León de Aranoa. Una recopilación de piezas breves entre el cuento, el microrrelato, el aforismo y el diario que ofrece breves epifanías sobre este mundo desconcertantemente paradójico en el que rutinariamente nos movemos.
El libro está en las librerías desde hace unas semanas, si bien durante este verano el cineasta y escritor selecciona para los lectores de infoLibre una serie de textos que le gustan especialmente y que nos invitan a mirar a nuestro alrededor de una forma diferente, animándonos a dar a las cosas cotidianas la importancia que realmente tienen. Por ejemplo, para empezar, los parques. Palabra de Fernando en la Leonera de Aranoa:
Los que se aman
Los que se aman se reconocen en el otro en cada gesto. Hablan un dialecto propio que ninguna otra persona, raza o pueblo es capaz de descifrar. Utilizan en esencia las mismas palabras que los demás, pero ordenadas en secuencias y combinaciones novedosas que carecen de sentido para un tercero, o para una cuarta.
Les divierten las mismas anécdotas y exaltan coincidencias sin interés aparente, como el gusto compartido por cierta cinematografía extranjera, el uso de una determinada marca de café soluble o su devoción por la segunda estrofa de la misma canción. Su conversación termina así por resultar aburrida a sus acompañantes que, desinteresados, abandonan a los que se aman a su suerte.
Los que se aman son dos náufragos que no quieren ser rescatados. Ignoran a los camareros, se extravían sin remedio en las cartas de los restaurantes, les indignan las mismas o parecidas injusticias, callan poco, ríen de nada.
La 'Leonera' de Aranoa: La relevancia de los parques
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Buscan lugares comunes a los que mudarse y fundan sin advertirlo su propio culto, una mitología que se erige sobre momentos y lugares compartidos, sobre un bar que cierra tarde, sobre la proximidad de tu brazo y el mío; sobre media docena de conversaciones banales que serán sin embargo capaces de recitar al unísono durante el resto de sus vidas, del mismo modo que se cantan los himnos secretos de la infancia. Compondrá todo ello un corpus propio de imposible interpretación para futuro exégetas: las tablas de su ley, sagradas escrituras de su relación.
Los que se aman dejarán quizá de hacerlo un día, pero conservarán como su más valiosa posesión el dulce recuerdo de las primeras veces, al que volverán en secreto cada vez que sientan que la noche llega demasiado temprano en invierno. Para reafirmar sus votos, sus creencias; para recordar de qué manera empezó todo, del mismo modo que las oraciones nos recuerdan de qué dolor profundo proviene nuestra fe.
Los que se aman son, al fin, un pueblo entero; una civilización que, llegado el momento de su ruptura, se extinguirá sin remedio.