Almudena Grandes: entre las rosas de la amistad y las espinas de la verdad

Escalera interior - Almudena Grandes

Edición y prólogo de Elisa Ferrer

Tusquets (Barcelona, 2025)

El artículo, en sus distintos registros, sea sobre la vida cotidiana, sobre sus lecturas o sobre sus amigos escritores y artistas, llevaba cultivándolo Almudena Grandes desde 1999, cuando empezó a colaborar en El País Semanal. Entonces gozaba ya de un cierto prestigio como novelista, pues tenía en su haber cuatro novelas, entre ellas, Las edades de Lulú (1989) y Malena es un nombre de tango (1994) que empezaban a consagrarla como una nueva voz importante. Aquellos primeros artículos en la prensa los recogería en un libro titulado Mercado de Barceló (2003, con hermosas ilustraciones de Ana Juan), en los que hacía una selección de los publicados entre 1999 y el 2003.

Siempre ha habido en España una gran tradición de articulistas, empezando por Manuel Vázquez Montalbán, a quien ella consideraba su maestro en el registro del artículo político. Reducir esa tradición a las escritoras que lo cultivaron, supone haberla entendido a medias, aunque no faltaron escritoras que utilizaran el género, ya fuera en la prensa, ya en diarios o revistas, como en los casos de Carmen Laforet, Ana María Matute y Carmen Martín Gaite, a las que luego fueron sumándose Cristina Peri Rossi (urge otra recopilación de sus artículos, pues la mexicana que existe no es fácil de encontrar), Ana María Moix, Montserrat Roig, Rosa Regàs (recuérdese sus Canciones de amor y de batalla. 1993-1995, 1995), Maruja Torres, Marina Mayoral, Rosa Montero o Elvira Lindo, por solo citar unos pocos nombres que, en estos últimos años, se han multiplicado en cantidad y calidad.

Causa sorpresa y enfado constatar que el Premio Mariano de Cavia, el decano en este tipo de galardones, se concede desde 1922, en sus 105 ediciones, solo lo haya obtenido una mujer, la cubana Maria Elena Cruz Varela, en 1995. El Premio Julio Camba, fundado en 1980, en sus 45 ediciones ha premiado a cinco mujeres (Ángela Valvey, 2010; Ángeles Caso, 2013; Cristina Sánchez-Andrade, 2019; Bibiana Candia Becerra, 2021; y María Sánchez, 2021), con lo que tampoco nos podemos poner a tirar cohetes... El caso es que salvo en alguna rara excepción, todas las autoras citadas llegaron al periodismo de opinión, al articulismo, tras triunfar como narradoras o poetas, como le ocurrió a Almudena Grandes.   

Muchos años después, llegó La herida perpetua. El problema de España y la regeneración del presente (2019), al cuidado de Juan Díaz Delgado, que incluía artículos aparecidos en El País entre el 2008 y el 2018, “sobre todo, acerca de España como problema”, según comenta la autora en el prólogo.

Esta nueva recopilación de artículos y narraciones proviene de trabajos publicados en El País Semanal, cuya fecha precisa de aparición se consigna al final del volumen. Aparece dividido en nueve partes que responden a temáticas diferentes, a las que se añaden dos textos más que poseen cierta independencia: el texto inicial (“Unos ojos tristes”, homenaje al Lute) y el final (“Tirar una valla”, que lleva el significativo antetítulo de “Un adiós”). Se trata, en suma, de 103 piezas, si no he hecho mal la cuenta. Habría que empezar aclarando en qué consiste la división temática, cuyos diferentes apartados se ocupan de amores, desamores y amistad (“Adelaida, Charo y las demás”); la memoria (“Memoria para la desmemoria”, se titula); de personas de su familia (en especial, sus bisabuelos y abuelos, su madre, Benita Hernández Alonso, y sus hijas Irene y Elisa) (“CASA GRANDES”, con el título en versal), incluido su gato Negrín, al que le dedica cinco artículos; la Navidad, con sus ritos y festejos: mientras prepara la cena de Nochebuena se acuerda de su madre; los placeres propios de la comida [lleva al título de “Días de lonja y gazpacho (diario estival)”] o el amor a los libros. El caso es que algunas de estas narraciones son avisos, pues se nos advierte sobre lo que podría pasar si no cambian las relaciones familiares vigentes. Otras narraciones pueden hacernos pensar -sea cierto o no- que tienen un cierto origen autobiográfico reelaborado en la ficción (“Adela y el aquagym”, “La raya oscura” y “Una terapia imprevista”).

La segunda división que se aprecia podría ser la genérica, pues a pesar de que todos los textos aparecieron en la misma sección del diario, presentados como artículos, me parece que algunos de ellos, no pocos, se leen mejor como narraciones, más frecuentes en las partes iniciales del libro. Algunas de las historias que nos cuenta la autora son -digamos- inventadas, pero otras tratan de experiencias vividas, o parten de historias reales que le contaron y que, en algún caso, fueron incorporadas a sus novelas. Así, varios de estos trabajos podríamos catalogarlos como dedicados, según ocurre en “El milagro de La Nueva Gloria” (pp. 209-212), a la profesora María Ángeles Naval; “Mercedes la de los Grifos” (pp. 223-226), para su amigo Emilio Morejón; “La historia de un hombre admirable” (pp. 227-230), dedicado a Carlota, nieta del médico de los pobres Darío Álvarez Blázquez; en “Dos niñas que jugaban” (pp. 250) recoge la historia que le contó Hilda Farfante Gayo; en “El Prado de Irene” (pp. 275-279) una experiencia que le contó su hija; mientras que “El verano en mi nevera” (pp. 343-346) está dedicado a sus amigas de Rota. Pero los lectores decidirán cuál ha sido su experiencia y cómo han leído estos diferentes textos. 

Si dispusiera de más espacio, comentaría los trabajos que me han parecido de mayor interés, aparte del primero y el último. Pero lo importante, en la dimensión en que puedo moverme, es ofrecer una idea general del contenido del libro, incitar a su lectura. Así, le pediría a los lectores que se fijaran en quién narra, porque a partir de un punto de vista en tercera persona, ajeno a la historia, va abriéndose paso la primera persona de la autora, sin disimulo alguno, hasta el punto de que autor y narrador se identifican; en que varios empiezan in media res (por ejemplo, “Una vocación tardía”) y otros concluyen de manera sorprendente, insólita, como ocurre con “Las espinas de la verdad”, “¡Campeones, oé, oé, oé!” y “Unos ojos verdes”; o el titulado “Navegar es necesario”, que concluye con una frase de las Vidas paralelas, de Plutarco, que adoptó como lema la Liga Hanseática: “No es necesario vivir. Navegar es necesario” (p. 414); que a menudo, sobre todo en las primeras narraciones, en la historia que se cuenta aparece contrapuesto un ELLA y un ÉL; que los espacios en que transcurre el relato son muy diversos, aunque predominan los que se sitúan en su barrio de Madrid, en la calle Larra (“La piel de mi barrio”), o en la Feria del Libro, en el Retiro; en Rota, ya sea en su chalet, ya en la playa (algunas escenas -véase “Una playa como una isla”- me recuerdan las fotos de Pérez Siquier) o en la cooperativa de pescadores donde compraba el pescado; o bien en la casa de sus abuelos, en Becerril de la Sierra, durante su infancia y juventud, cuando Almudena Grandes empezó a hacerse lectora. Como tal lectora, llama la atención sobre novelas que le fascinaron, con las que disfrutó, como La isla del tesoro, Los hijos de capitán Grant, las novelas de Galdós (“¡Viva Galdós!”), las narraciones de aventuras o Fahrenheit 451; y destacaría también los artículos de homenaje a Ángel González y Eduardo Mendicutti, y “La Puerta del Sol”, en el que nos da otra versión de la pérdida del brazo de Valle-Inclán, distinta de la que nos había proporcionado Francisco Madrid en su libro de referencia; o aquel otro, “Un fenómeno difícil de explicar”, en que nos cuenta cómo empieza a surgir una novela. Fíjense, además, en los retratos que traza de alguno de los personajes (pp. 78, 109-110), como el dedicado al Lute (p. 20), o el muy preciso de Adolfo con el que empieza “Las espinas de la verdad” (p. 139), o su autorretrato como niña gordita (p. 390); en el humor que no resulta infrecuente (por ejemplo, en las pp. 34, 35-38, o en el titulado “La conjura de los botones”); o en las recetas que nos regala (p. 48), los suculentos pescados o la exaltación del gazpacho. 

Resulta indudable que el día que alguien se decida a emprender la biografía de Almudena Grandes, tendrá que contar con la valiosa información que proporcionan estos textos. Pero, además, se aprecia en ellos, sobre todo en los más narrativos, los que tienen componentes ficticios, el pulso de la gran novelista que fue, lo que desmiente la idea de que no estaba dotada para la narrativa breve.

Uno de los motivos más impresionantes de estos textos, leídos ahora, tras su muerte, son los sentimientos y las reflexiones que hace sobre el cáncer, sobre la muerte, como ocurre en los titulados “Ella, hasta el final” (pp. 105-108), “La herencia de la tía Charo” (pp. 109-112), “Ella no era una mujer sensible” (pp. 185-188), fechado el 21/I/2018; “Rosas azules” (pp. 267-270), con fecha del 7/XI/2021; y “Un adiós. Tirar una valla”, del 10/X/2021.

He dejado para el final el comentario del primer y último artículo. Así, en relación con “Unos ojos tristes”, publicado el 28/XI/2021, tras la muerte de la escritora, se trata de la última entrega de su columna. En esencia, tras hablar de la moda kinki, de cómo entró el universo kinki en su vida, homenajea la persona del Lute, quien en los primeros setenta, durante sus veraneos en Becerril de la Sierra, cuando era una adolescente, “puso nuestro monótono rumbo al revés”, pues, continúa más adelante, “fue la primera vez que un mundo ajeno se hizo parte del mío”.

En el último artículo del libro, el titulado “Tirar una valla”, se publicó el 10/X/2021, reconoce en las primeras líneas que es el más difícil que ha escrito en su vida, pues le confiesa a sus lectores que tiene cáncer, aunque los tranquiliza: “me encuentro bien en general”. Pero, además, insiste en una idea que le era muy querida, a saber: que su libertad a la hora de escribir proviene de sus lectores, pues “gracias a su apoyo puedo escribir los libros que quiero escribir yo”. Cuenta que va a desaparecer durante una temporada, que está escribiendo una novela, Todo va a mejorar (2022), y que no sabe con qué pelo reaparecerá, lo que la lleva a una alusión a Josephine Baker, a quien recuerda que su abuela la vio bailar con una falda de plátanos, tal y como se recoge también en un episodio memorable de Malena es un nombre de tango. Y casi concluye confesando que sus personajes favoritos son los supervivientes.

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Cómo acabar esta reseña. Quizá constatando que Escalera interior, si nos creemos la lista de los libros más vendidos que publican diversos periódicos, ha funcionado bien, desde el punto de vista comercial, pues en mayo llevaba once semanas entre los libros más vendidos en la categoría de la denominada no ficción. Nos alegra que Almudena sigue ganando batallas.

 

*Fernando Valls es catedrático de Literatura Española y crítico literario.

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