Sobre un amor de juventud, Youssuf

Mercè Carandell

Tenía dieciocho primaveras cuando pasé un año en Inglaterra. Había acabado primero de Medicina y estaba bastante estresada. La Universidad había sido escenario de encarnizadas luchas políticas y a mí, que formaba parte del consejo de curso y había estado en La Caputxinada, la policía me vigilaba

Mi padre, siempre partidario de que aprendiéramos idiomas, me sugirió que me marchara a Inglaterra. Así podía aprender inglés y volver al sosiego necesario para continuar una carrera que requería de toda mi atención. Así que me fui a Cambridge acompañada de una amiga en mis mismas circunstancias. Era de Burgos y se llamaba Pilar.

Íbamos a clase de inglés todos los días, pero, sobre todo, gozábamos de estar lejos de casa, en una ciudad tan bonita y tan llena de estudiantes, donde los que más abundaban eran los árabes, sobre todo, los saudíes. 

A Pilar la pretendía el propietario de un Ford Mustang hermano de la reina de Arabia y a mí uno que no era tan rico pero que prometía serlo, porque iba para futuro miembro-chorizo del Gobierno (o al menos eso me dijo más tarde mi nunca despreciable intuición).

Al principio el chico alto, delgado y feo no me gustaba nada, y Pilar tampoco estaba loca por el gordito del Mustang. Y si de vez en cuando dejábamos que nos invitasen era porque tenían la saludable costumbre de invitarnos a un restaurante indio, donde servían un maravilloso chicken tandoori

Poco a poco, Youssuf se las arregló para entrar en mi vida. Empezó a atraerme con argucias y mentiras, hasta que un atardecer rojo de invierno, me encontré delante de una chimenea, con un fuego que no por artificial tenía menos encanto y un hombre mirando las llamas a mi lado. Qué buena sensación tuve al darme cuenta de que ese chico se había devanado los sesos para poder estar conmigo a solas. 

Youssuf voló hasta Barcelona con una bolsa de plástico cargada de joyas de oro y de piedras preciosas

Él entonces puso un disco que se llamaba Arabian Nights y me preparó un té. 

Yo estaba embrujada en una situación absolutamente mágica cuando llegó el momento. 

Y no puedo decir si subí a las estrellas porque me hizo el amor o si me hizo el amor porque yo ya estaba en las estrellas. 

Vivimos una primavera maravillosa pero, poco a poco, el machista recalcitrante que había en él fue enseñando las orejas. Pasaron los meses y me fui desencantado, hasta que llegó el momento de volver a Barcelona.  

En casa, metida de lleno en mis estudios, olvidé aquel amor que, desde la lejanía, me pareció estrafalario.

Cuando llegó mi cumpleaños, Youssuf voló hasta Barcelona con una bolsa de plástico cargada de joyas de oro y de piedras preciosas. Venía a comprarme, siguiendo las costumbres de su tierra. 

Mi padre se puso como un loco diciendo que no me podía fiar de un tipo de un país tan atrasado y me convenció para que le devolviese las joyas a las que yo era demasiado joven como para hacerles caso. 

En mi fiesta de cumpleaños él bailó conmigo y yo con él, pero luego con otro, y con otro. Era lo peor que se le podía hacer a un árabe, por lo que juró matarme. 

Con esa amenaza, y para no dejar parados mis estudios, mis compañeros se organizaron en turnos para venir a buscarme a casa y acompañarme a clase. De este modo iba oculta en el centro de una nube de compañeros.

Tuve suerte porque alguien le aconsejó que volviera a su país, con lo que no volví a verlo.

Desde entonces no dejo de pensar lo trágica que hubiera sido mi vida, enfundada en un niqab y recluida en una lujosísima casa-prisión de Arabia Saudí.

Mi padre, como en otras tantas ocasiones, había vuelto a salvarme.

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Mercè Carandell es socia de infoLibre.

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