Una anécdota personal, aquella mujer olvidada...
Explicar una anécdota personal quizá no es interesante para casi nadie, pero he decidido contarla porque quizá sea una explicación de algo que se vive hoy de nuevo por aquí cerca.
En los años 40 y 50 tuve una niñez muy añorada hoy en un caserío de mi familia materna cerca de Bilbao, donde jugaba a las tareas del campo entre animales, con mis perros que bauticé, ayudando –o eso creía yo– en la trilla, la siega, la recogida de patatas, llevando el ganado al bebedero común, yendo a por agua a una fuente, partiendo leña a mi manera de niño y adolescente y subiendo a los árboles a coger manzanas. Algo que deberían conocer todos los niños del mundo porque es maravilloso de aprender.
Eran seis meses al año que añoraba en Madrid, con un padre falangista que odiaba demasiadas cosas y yo me daba cuenta; me salvó mi madre, que nada tenía que ver con esas ideas. Un odio que alejaba a Gregoria (quien ayudaba a mi madre en las tareas caseras) de sentarla a la mesa familiar por "roja", porque él solo la aceptaba en la cocina. Y a mí me dolía en mi alma porque yo quería mucho a aquella buena persona que tenía a su marido en la cárcel por la misma causa, a quien mi madre le mandaba comida a escondidas. Cosas de niño. Hoy, a mi tercera edad, aún es un recuerdo lejano, pero de mucho cariño hacia una persona que solo podía ejercer en la cocina.
Una guerra civil es lo mas trágico que puede vivir un país y no es para olvidar jamás. Matarse entre hermanos, nada menos. Da pena escuchar a la derecha, compuesta por los vencedores de aquella tragedia, queriendo banalizar a tantos muertos en cunetas, tantas palizas y torturas en la Puerta del Sol, y tantos desprecios a los perdedores, hoy quizá muchos en la izquierda política. Yo no fui ganador ni perdedor porque nací algo después, pero cuando veo que a alguien se le quiere dejar en la cocina, rabio. Porque el recuerdo de aquello personal quizá fuera algo sin importancia, pero para mí suponía lo mismo que ahora veo en discursos políticos: el desprecio a esa gente humilde que perdió una batalla cruel y que pagó las consecuencias, hasta el año 75 nada menos. Y yo entonces tenia 34 años, dos hijas y una esposa vasca hasta las cejas –y sus ocho apellidos– que también tuvo que aguantar excesos de un padre que no entendía que mis hijas hicieran la comunión en euskera y que creía que el cura alababa a ETA por usar mucho esa palabra vasca que simplemente es conjunción copulativa. Una obsesión más.
Pero tengo la pequeña esperanza de que exista gente honrada en este país que trate de defender lo que muchos hicimos después para ganarnos una falsa democracia, pero abierta a todos
Por todo ello y por mi media vida en Euskadi, seguí acordándome de esas personas olvidadas en la cocina. No entiendo cómo muchos jóvenes actuales pueden votar a quienes hoy volverían a hacer lo mismo, después de tantos años. Quizá porque sabiamente se les ha escondido la historia, como ahora vemos, aquella guerra que no quieren que se conozca. Y, sobre todo, las secuelas pagadas desde el 39 que muchos tratan de ocultar. Pero tengo la pequeña esperanza de que exista gente honrada en este país, harta de tanta basura política, que trate de defender lo que muchos hicimos después para ganarnos una falsa democracia, pero abierta a todos. Y que podamos escribir estas anécdotas personales, aunque con la tristeza de que la mayoría de los medios no las publicarían jamás. Incluso, y posiblemente, con la posibilidad de llamarme proetarra cuando también me enfrente a ellos solo, a mi manera de escribiente aficionado y en su terreno. Tengo alguna experiencia personal.
He trabajado mucho fuera de España y he visto lo que se aprecia al trabajador español, pero trabajando fuera. Dentro de este país todos estamos contra todos y por ello es casi imposible avanzar, porque aunque muchos lo deseen, es difícil olvidar aquella tragedia. Pero pensando en el futuro que abren la IA y la cuántica, vería con esperanza un liderazgo de Pedro Sánchez unido a Euskadi y su capacidad tecnológica, ya con un ordenador cuántico, y sin despreciar a nadie que quisiera unirse, para plantarse ante China dispuestos a presentar a ingenieros o técnicos españoles que formarían un equipo capaz de comerse el mundo. Y, sobre todo, sin nadie en la cocina. No sé si me explico…
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César Moya Villasante es socio de infoLibre