El humor beneficia seriamente la salud democrática

Alfredo Díaz

En 2007 se unieron en la vida de Aznar la política y el crimen organizado hecho Gürtel, y en la mía, la política y el humor en forma de programa de radio. Por eso esperaba con avidez el último número de la revista TintaLibre titulado «Humor contra la bronca». Una vez leído, aquí mi aportación al asunto.

Siempre se habla de la superioridad moral de la izquierda, cuestión sobre la que escribiré, aunque aviso que no me gusta la palabra "superioridad" porque lleva a supremacista si estás escuchando a Wagner o a José Manuel Soto con un coro falangista. Pero creo en la superioridad cómica de la izquierda y en la necesidad de reírse de la bronca facha. 

La derecha nunca ha tenido buenos cómicos o cómicas, aunque nos hagan reír. Porque no es lo mismo «reírse con» que «reírse de». Lo primero implica que quien provoca la risa establece una relación entre conceptos aparentemente sin relación. Una relación precedida de una narración que acumula energía según avanza y que tiene en la carcajada la explosión liberadora. La bomba atómica funciona de forma parecida, pero no tiene gracia.

Por eso nos reímos «de» Vito Quiles y Alvise, pero no «con» ellos. Por eso nos reímos «con» El Gran Wyoming y el ministro Puente, pero no «de» ellos. 

Creo en la superioridad cómica de la izquierda y en la necesidad de reírse de la bronca facha

El caso es que establecer esa relación es difícil. Y la presión aumenta si pensamos que cuanto más inesperada sea la relación, mejor será el chiste y mejor la consideración del autor o autora. De ahí que se considere al humor como un signo de inteligencia. Y si en nuestra derecha escasea el talento en general, no digamos para la comedia en particular. 

Pero puede que la relación sea básica. En ese caso el chiste es básico y quien lo cuenta también. Ejemplo: Abascal, cuando dijo que Feijóo le copiaba sus frases y remató preguntándose si «también se iba a dejar barba». Probín, que decimos en Asturias.

Y esto es lo que tienen los fachas: humor malo y, jugando con las palabras –que es otra herramienta cómica–, también mal humor que aumenta cuando nos reímos «de» ellos. Por eso recomiendo, por liberador y terapéutico, hacerlo. Y decir, por ejemplo, que fue una lástima que a Mussolini lo ahorcaran boca abajo, porque para una vez que le llegaba la sangre al cerebro ya estaba muerto.

Pero la situación es más dramática cuando alguien hace lo que considera un chiste, no lo es y acaba haciendo el ridículo. Ejemplo: Feijóo cuando dijo que «después del cónclave del papa tocaba el cónclave del PP». Mal. Un cónclave se celebra porque el papa ha muerto y hay que elegir otro. Y cuando el PP celebró su «cónclave», Feijóo estaba vivo. No mucho, pero más que ahora, sí. 

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Alfredo Díaz es socio de infoLibre.

Alfredo Díaz

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