La seducción de Hannibal Lecter
En pocos días, nos enteramos de que el Estado sionista de Israel ha detenido a la fiscal militar por filtrar un video de 2024 donde se puede ver a soldados israelíes abusando sexualmente y torturando a un preso palestino; y también de que ricos italianos, fanáticos de las armas y de extrema derecha, participaron a principios de los 90 en unos "safaris de francotiradores" organizados para matar civiles en Sarajevo por los que pagaron entre los 80.000 y los 100.000 euros. La actualidad incide en que la degeneración afecta tanto a quienes cometen crímenes como a quienes cierran los ojos y normalizan la barbarie.
La guerra es un negocio especializado en la fabricación y venta de armamento para devastar países y masacrar personas, con y sin uniforme, de forma indiscriminada. Las armas carecen de otra utilidad. Soldados abusando y torturando a prisioneros son un clásico de la inhumanidad de las guerras, la depravación de los Estados y la perversión de las personas. Civiles disparando a civiles indefensos son el pan nuestro de muchos días, una especialidad del odio y una afición que se cultiva desde la infancia a través de juegos como Fortnite, el cine de Hollywood y arengas de extrema derecha para cazar inmigrantes.
Casos extremos de crueldad humana se vivieron, años 30 y 40, en los fascismos europeos de Mussolini, Franco, Stalin y Hitler y en los sudamericanos, años 70, de Pinochet y Videla. Hoy, el horror extremo se ve en el serial basado en el genocidio gazatí –en su tercera temporada ha superado a Hannibal–, una coproducción norteamericana y europea, con guión sionista y dirección israelí, aplaudida por el fascismo 2.0 que aspira a conquistar el mundo y se prepara para una escalada mundial de violencia exterminadora. Los herederos de Mussolini, Franco, Hitler, Pinochet, Videla y otros, bajo la batuta del magnate neonazi y emigrante que reina en EE.UU., preparan una hecatombe global de dimensiones bíblicas.
Una sociedad iletrada, crédula ante la proliferación de bulos, sumida en la desinformación y cegada por el consumo compulsivo es una sociedad cómplice
A la exigencia de destruir los estados del bienestar para invertir en armas, se suman las cruzadas raciales, homófobas, misóginas e ideológicas en el mundo y las ejecuciones sumarísimas yanquis en el Caribe como preámbulo de la promoción de golpes de estado en Sudamérica y el adiestramiento de la población civil europea para otra guerra mundial, de nuevo en el viejo continente, donde es más rentable devastar y reconstruir. El panorama que dibujan las derechas (la extrema y la moderada)... y Pedro Sánchez, es de guerra total, como siempre: pobres sin cerebro masacrando a pobres descerebrados con armas vendidas por el criminal que ordena y manda, bajo amenaza, en la OTAN de matar.
En toda guerra, la verdad es una víctima más: Israel ha ejecutado a más de 250 periodistas en Gaza (más de diez al mes) y ha prohibido a la prensa el acceso al territorio. En USA, el putero y “presunto” pederasta calla a los medios, igual que hace en España el PP (“Os vamos a machacar”). El rufián barriobajero americano ha recibido, con honores de jefe de Estado, al moro bin Salmán (con su blanqueador CR7) y ha justificado el asesinato impune del periodista Jamal Khashoggi, atado, asfixiado y descuartizado en el consulado de Arabia en Estambul por 15 sicarios saudíes: “Son cosas que pasan”, ha dicho el cerdo.
Una sociedad iletrada, crédula ante la proliferación de bulos, sumida en la desinformación y cegada por el consumo compulsivo es una sociedad cómplice capaz de saborear crímenes, guerras y genocidios mientras se atiborra de Coca Cola y palomitas con ansia irrefrenable: una frágil sociedad ignorante de que será ella la protagonista de la próxima matanza.
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Verónica Barcina es socia de infoLibre.