Literatura

'Árboles Frutales': un refugio literario y colaborativo para respirar durante el confinamiento

Fotograma de la película 'La rodilla de Clara' (1970).

El 19 de marzo, cinco días después de la declaración del estado de alarma, La Vanguardia recogía una bonita noticia: el árbol del amor comenzaba a florecerárbol del amor . También conocido como algarrobo loco, nombre más prosaico pero menos repipi, estos ejemplares destacan por sus preciosas flores de color púrpura y sus hojas en forma de corazón. El autor de la fotografía que acompaña al siguiente tuit, Gonzalo Martínez Domínguez, explicó al diario catalán como “este año la imagen es realmente impactante: las flores caídas están intactas en el suelo, porque apenas nadie ha caminado encima, y por eso se forma esta bella estampa”. Considera que “esta situación representa la victoria de la naturaleza contra la ciudad. Ya estamos viendo claros signos de mejoría ambiental en relación al cese o a la disminución de la actividad humana”.

Tres días después de que el algarrobo colorease algunas calles apagadas, ocho desde que comenzase el “cese o disminución de la actividad humana”, florecía otro árbol frutal (el árbol del amor da legumbres, por cierto). La poeta estepeña Rosa Berbel publicaba la primera de una serie de cartas surgidas a raíz de las circunstancias de sobra conocidas que estamos padeciendo. La iniciativa, bautizada claro está como Árboles frutales y alojado en la plataforma Medium, parte de una idea del periodista y escritor vigués Adrián Viéitez. O más bien de sus conversaciones con amigos.

“Se me juntaron dos necesidades: la primera, reactivar el calendario de estos días de alguna manera que me motivase particularmente, más allá de las tareas ordinarias. Para mí y también para mis amigos, y en cierto modo para cualquiera que quisiese leernos”, cuenta Viéitez en conversación con este medio. A continuación, añade una segunda intención más loable si cabe: “desbloquear la escritura de la gente a la que quiero”. “Es verdad que en el proyecto hay personas que escriben con frecuencia y éxito, pero cuando lo concebí estaba pensando más en aquellas otras que también están y no lo hacen tan habitualmente”, explica. Su objetivo es, en definitiva, “poner sobre una misma plataforma a personas con distinta proyección pública y hacerlas interactuar”.

Entre los autores con cierta trayectoria que han colaborado se encuentran Vicente Monroy, Rodrigo G. Marina o la ya mencionada Rosa Berbel. Esta última rompió el hielo con su carta A algunos les gusta la poesía. Una especie de relato introductorio al proyecto que en su primera frase (“A veces no sé escribir”) sintetiza la dificultad de encarar la creación en las circunstancias actuales.

Una temporalidad “antiliteraria”

“Escribí el texto en los primeros días de la cuarentena, cuando todavía el proyecto era solo una invitación amable a plantearme cómo había transformado el aislamiento mis estrategias de comunicación, y que yo extrapolé a toda una transformación en mi relación con la escritura”, apunta Berbel. Para la autora de Las niñas siempre dicen la verdad “habitamos una temporalidad anómala, antiliteraria. Pero después descubrí que también desde la indagación en ese rechazo se podía llegar a una relación más radical y más violenta con la escritura, más fructífera, y es esa contradicción la que articula mi texto”.

A algunos les gusta la poesía, la primera carta publicada, fue escrita por Rosa Berbel.

Sin embargo, como bien explicaba Viéitez, una de las motivaciones detrás de todo esto radica en la amistad, en el deseo de hacer valer la capacidad de las personas que nos rodean. Por ello, los Árboles frutales han dejado ver el talento de escritores y escritoras que no han contado con ninguna gran oportunidad de publicación, sea por decisión propia o por falta de visión en las editoriales españolas. Muchas de ellas ni siquiera habían compartido jamás texto alguno públicamente, ni tienen intención de dedicarse a la literatura. Al menos en estos momentos.

“Valor didáctico” frente a un acercamiento directo a la enfermedad

Es el caso de Víctor Soho. Para este cineasta gallego enfocar su texto, Atrapar con las manos el aire, resultó “complicado”. “Yo no escribo literatura, ni siquiera amateur”, señala. Por ello, apostó por un acercamiento de corte más ensayístico que pudiese tener “valor didáctico”. “También sabía que no quería hablar de la cuarentena o el corona como tal, porque no tengo ningún conocimiento médico y eso me aterraba”.

El texto 'Atrapar con las manos el aire', de Víctor Soho.

El autor de los cortometrajes Elieli v.1 (Love After Love) y 4EVER [El amor] no comparte, eso sí, las dificultades de enfrentarse al proceso creativo en un contexto de confinamiento, aunque comprende que sea “especialmente duro” para muchos. “Mi casa es tranquila, tengo una buena zona de estudio y lectura; todo Internet a mí mano para buscar información. No había molestias de citas en algún punto, desplazamiento innecesarios, burocracia del tipo que sea… todo fue orgánico, para mí fue un espacio ideal de trabajo”, relata. Menciona, además, que siempre ha tenido “una adolescencia muy cercana a las relaciones en línea”. Este es precisamente el eje vertebrador de su carta, que vincula el amor sustentado a través de una pantalla con la obra de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, dedicada a un Dios de cuerpo ausente pero siempre presente.

Cartas de de dolor y muerte, de cariño y de todo a la vez

Noah Benalal también tiene una relación particular con la escritura (como todas las relaciones con la escritura y todas las relaciones, en realidad). Pese a algunas dudas iniciales, decidió sumarse a la propuesta tras la publicación de las primeras cartas. “Primero porque me gustó mucho leerlas y luego porque mi relación con la escritura es muy distinta de la suya [la de los primeros autores que publicaron sus textos], yo no tengo ningún bagaje literario y aunque acabo publicando de vez en cuando (textos así, de ensayo íntimo o de comentario) tengo unas ideas muy poco claras y hasta que no lo intentara no podía saber qué me iba a salir”, cuenta. Ahora su carta, Desde las vías del tren hasta el cielo, se ha convertido en una de las más aplaudidas y compartidas, si es que tiene sentido establecer un baremo comparativo en una iniciativa como esta.

En el caso de esta autora madrileña, sí estaba siendo más complicado sobrellevar la cuarentena: “No me identificaba con los deseos de contacto ni con las explosiones creativas ni con nada, me estaba costando horrores concentrarme para trabajar y no, no me apetecía escribir porque estaba arisca y callada y hasta enfadada y no me apetecía compartir nada”. Afirma que en un principio abordó el texto desde la “reactividad”, debido a que se sentía “muy lejos de las referencias a la naturaleza y al arte y a la sensibilidad y a esta idea estilizada de los cuerpos que se echan de menos”. Por esa razón, cuando se sentó a elaborarlo “quería ser cortante o dura o fría, me sentía muy alejada de todo”. “Hasta regañé a Adrián por decir que era una carta sobre el cariño porque yo quería escribir sobre la muerte y el dolor”, explica. Afortunadamente, para la directora de Desde dentro la siguió viendo todo fue “muy bonito” después. “Recibí mucho apoyo que no me había atrevido a pedir”, admite.

Cuando la imagen confinada en una pantalla no es suficiente

Las dudas también aparecieron en el proceso creativo de Pablo Caldera. Lógico por otro lado, teniendo en cuenta que su carta es una carta de amor, sin paliativos. Como él mismo reconoce, escribe epístolas dirigidas a la misma persona “casi a diario”. En este caso, no obstante, era consciente de que el texto escaparía del refugio de lo íntimo para saltar a la esfera pública. Por este motivo le costó “mucho más” darle forma, pero desde su punto de vista “una carta de amor es lo único que podía aportar al proyecto”. “Me parecía que el tema de la comunicación por videollamada era interesante, aunque yo quería incidir en la idea de lo insuficiente de la imagen”, recalca.

La carta de amor y la videollamada son para este crítico cultural “dos formas de comunicación que estos días practicamos a diario y que producen cierta calma”, pero matiza: “demuestran su incapacidad para rellenar los huecos de la ausencia en la cotidianidad compartida”. Caldera, a diferencia de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, no tiene suficiente con la apelación a lo incorpóreo. Su texto, esta imagen de ti, recopila todo aquello que no puede completarse sin un espacio físico común. Lo deja claro cuando escribe lo siguiente:

No me basta con el plano estático que ofrece la cámara de tu ordenador, ese que suspende los colores en el espacio como en un cuadro de Matisse y retuerce la luz hasta disolver los objetos de tu cuarto. El Skype, y no el cine, es la culminación de la fotografía, ese arte capaz de hacer presente una ausencia. No me sirve tu imagen, aunque su dilatación en el tiempo inútil de estos días me recuerde al misterio de la transubstanciación. Tu imagen nunca podrá extender una sábana ni enjuagarme el pelo de madrugada.

Esta imagen de ti, carta de amor de Pablo Caldera, ilustrada con una obra de Henri Matisse.

¿Endogamia o simplemente confianza?

El extracto anterior es solo una muestra del extraordinario fruto que han dado estos árboles. Una cosecha, eso sí, que algunos podrían tachar de endogámica. Como bien se preguntaba Héctor G. Barnés en un artículo de esos que animan a revisionarse: ¿Nos recomendamos los unos a los otros porque nos conocemos o nos conocemos porque nos recomendamos los unos a los otros?”.

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A este respecto, resulta interesante traer a colación el debate suscitado en el último programa de La Mascarilla, videopodcast guiado y coordinado por las escritoras Elizabeth Duval (que también ha aportado su propio árbol, titulado Las enfermedades hay que inventarlas) y Luna Miguel. Uno de los invitados fue precisamente Adrián Viéitez, que explicó su opinión acerca de este asunto con sencillez: “En el momento en el que te decides a construir una cosa, tienes que tener claro que las partes de esa construcción van a funcionar, confiar en ellas y conocer su trabajo y su perfil para ver si se adecuan a lo que tú quieras hacer”. “Se acaban conformando inevitables redes de cosas compartidas con un núcleo afectivo indisociable”, concluye.

Estamos inmersos en una Semana Santa que no es santa y casi ni es es semana, ante un confinamiento que trastoca los tiempos. En el Miércoles Santo se conmemoró la traición de Judas Iscariote, que entregó a Jesús a cambio de 30 monedas de plata. Curiosamente, existe una tercera manera de referirse a los árboles del amor o algarrobos loco: árbol de Judas. El apóstol se habría quitado la vida ahorcándose en uno de estos ejemplares. 1987 años después (o los que sean si es que son), crece otro árbol que da vida a su autor y a todos los que se acercan a contemplarlo.

Árboles Frutales seguirá publicando hasta el próximo 30 de abril una carta diaria, para un total de en torno a cuatro decenas, prácticamente una por cada día de cuarentena. Han colaborado hasta el momento (por orden de publicación): Rosa Berbel, Juan Gallego Benot, Tania López, Adri Fauro, Víctor Soho, Rodrigo G. Marina, Elizabeth Duval, Rubén Ajaú, Noah Benalal, Pablo Caldera, Karmele Ustarroz, Fran Navarro Prieto, Lola Domínguez Sabater, Clara Nuño, Andrea Abreu López, Carla M. Nyman, Izabella Kuznetsova, Irati Iturritza Errea, Vicente Monroy, Luis Díaz, Alexandra Sumska y Javier de la Morena.

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